Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
En una reciente entrevista con un medio francés, Slavoj Žižek decía que con el ascenso vertiginoso de las fuerzas de la ultraderecha no se requiere de un Putin para destruir Europa. Las agendas reaccionarias están a la orden del día y, lamentablemente, tienen más adeptos de los que suponemos.
Esta ofensiva de la ultraderecha evidencia una estrategia global perfectamente planificada desde hace varios años. Una de sus particularidades es que define problemáticas específicas para cada zona del planeta. Mientras en Europa prioriza la xenofobia contra los migrantes del sur, en América Latina se ha concentrado en el bloqueo a las demandas de las mujeres y de los grupos GLBTI. En ambos casos, el discurso apela a una estigmatización patológica de las diferencias y de los derechos.
El martes 8 de marzo (para colmo, coincidiendo con el día internacional de la mujer), el parlamento de Guatemala aprobó una mal llamada Ley de la Familia que consagra un escandaloso retroceso respecto de las demandas de estos dos sectores sociales. Prohíbe las familias diversas; estigmatiza la homosexualidad como una condición biológica anómala; incrementa drásticamente las penas contra todo tipo de aborto; prohíbe la educación sexual en las instituciones educativas; prohíbe el matrimonio entre personas del mismo sexo; sanciona socialmente la diversidad sexual. En síntesis, un compendio de normas dignas de un sínodo previo al Concilio de Trento.
Habrá que hacer votos para que, entre sus creencias religiosas y sus inclinaciones políticas, Guillermo Lasso se decante por estas últimas, y escuche a las voces del imperio que, en boca de un grupo de asambleístas gringos, le piden que no vete la ley sobre el aborto.
Lo de Guatemala no es casual. Desde hace medio siglo ese país ha sido sistemáticamente colonizado por las sectas evangélicas de los más diversos colores, a tal punto que hoy, según algunas estadísticas, estas iglesias habrían superado en feligresía a la Iglesia católica. Es más: su presencia es tan significativa que han logrado elegir a más de un presidente de la República.
Brasil es otro país que, lenta pero sostenidamente, vio cómo los grupos evangélicos iban desplazando a la Iglesia católica, hasta convertirse en una poderosa fuerza política. En 2019 consiguieron llevar a Jair Bolsonaro al gobierno. Además de operar como contrapeso a la Teología de la Liberación, su objetivo ha sido posicionar una visión oscurantista sobre las agendas sociales más contemporáneas. Hasta las vacunas contra el Covid-19 fueron satanizadas.
Para nadie es un misterio la visión que tienen estas sectas respecto de temas polémicos. Durante los debates y pugnas a propósito del trámite de la Ley de Aborto en el Ecuador, sus propuestas fueron más fundamentalistas y ultramontanas que las de la propia Iglesia católica. Buena parte de los argumentos de los grupos provida se nutren de los discursos de estas sectas.
No hay información certera respecto del peso que pueda tener este sector religioso en la vida nacional. Tampoco se conoce de los oídos que pueda prestarle el presidente Lasso, un creyente alineado con las posturas más conservadoras del catolicismo. No obstante, la respuesta a la Ley del Aborto puede destapar coincidencias funestas. En una semana lo sabremos.
Mientras tanto, habrá que hacer votos para que, entre sus creencias religiosas y sus inclinaciones políticas, Guillermo Lasso se decante por estas últimas, y escuche a las voces del imperio que, en boca de un grupo de asambleístas gringos, le piden que no vete la mencionada ley.
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