
Finalmente, casi todas las iglesias de Managua y otras ciudades han sido cerradas por orden del nuevo y sanguinario dictador de Nicaragua, Daniel Ortega. Ello no constituye sino quizás el acto culmen de su mentalidad dictatorial y cruel.
Para Ortega, en la Iglesia católica habita el mal de la rebeldía, y de la conspiración. La Iglesia se habría convertido no solo en el lugar privilegiado de las conspiraciones sino en su fuente y sostén.
Desde luego que seguramente no se ha olvidado de Ernesto Cardenal, el poeta, que siendo religioso, intervino directa y activamente tanto en la caída de Somoza como en la organización del nuevo régimen democrático.
Ortega, quizás sin darse cuenta y sin saberlo, luego de la revolución y cuando dirigía su Nicaragua libre y democrática, se contagió de los virus de la dictadura que Somoza habrá regado en el palacio de gobierno.
Desde luego, no se trata de la fe ni de las creencias religiosas en sí, mismas. Ortega no es un pensador, ni un académico, ni un teórico de la política. Desde luego que no se podría dudar de su honestidad y valentía cuando su directa y decisiva participación en la caída de Somoza.
Pero Nicaragua se olvidó de esterilizar la política, el palacio de gobierno, la presidencia de la República, al país entero del virus de la dictadura y de la tiranía. Se trata de un virus que ha demostrado ser su sumamente resistente a todos los actos, decretos y constituciones democráticas.
Parecería que en cierta medida, la revolución consistió tan solo en el derrocamiento de Somoza y que no se creó un espíritu democrático no solo en la Constitución del país sino en sus líderes, especialmente en sujetos en quienes, como Ortega, se convirtieron en héroes de la democracia.
Como todo tirano, se ha vuelto paranoico. De pronto, ve en la religión a su mayor enemigo. Se ha convertido en cazador de brujas. Sospecha que los enemigos podrían surgir de una celebración religiosa. Piensa en Cardena.
Ortega, tanto en el proceso revolucionario como en los años democracia, no habría abandonado la imagen de Somoza y sus privilegios. Esa imagen se habría convertido en una especie de virus inoculado en su vida. Finalmente, se apoderó de él hasta convertirlo en un otro Somoza, pero a la medida de sus propias limitaciones y carencias.
Ese virus que entró en Ortega durante la revolución, lo anidó durante años se reprodujo y lo contaminó definitiva y fatalmente. El comandante Cero, lo olió desde un comienzo, pero nunca pudo expresarlo con suficiente libertad. Y Violeta Chamorro tampoco retiró con suficiente fortaleza la paja de las palabras para ver lo que sr germinaba en ese Ortega de los primeros tiempos y que ahora se ha expresa en toda su magnitud ahora.
La democracia es mucho más que una palabra para los discursos de marras, como en Ortega que finalmente se ha desenmascarado. El revolucionario tan solo escondía al tirano. Ortega terminó absolutamente identificado con el agresor Somoza.
Como todo tirano, se ha vuelto paranoico. De pronto, ve en la religión a su mayor enemigo. Se ha convertido en cazador de brujas. Sospecha que los enemigos podrían surgir de una celebración religiosa. Piensa en Cardenal. Entonces, introduce a su soldadesca en la catedral mientras su oficia un rito religioso. Y prohíbe una procesión porque, desde su delirio, considera que la misma podría convertirse en un ejército que llegaría hashtag su casa para derrocarlo. Los tiranos siempre han pretendido desconocer el poder de los pueblos, de sus deseos y de sus palabras.
¿Cuál es la posición del gobierno de nuestro país ante los atropellos de Ortega? Quien calla otorga. Sería bueno escuchar un discurso que, desde la democracia, condene todo acto tiránico y, por ende, antidemocrático.
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