
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
Desde enero de 2007 a esta fecha, casi nueve años, el correísmo se ha encargado de producir aquello que los neoliberales criollos ya fabricaron en decenios anteriores: una década perdida. Esta vez no será solo en lo económico sino también en lo democrático, en lo institucional y en la gestión del estado y de la administración de lo público. El puntillazo será la aprobación de reformas constitucionales, por un congreso sin competencia, vía denominarlas enmiendas: Ilegítimamente. Inconstitucionalmente. Cuantitativamente.
Además de dilapidar los enormes ingresos percibidos por Ecuador en estos años, el régimen se empeñó en destruir instituciones clave para la democracia, varias de ellas edificadas, con dificultades e incomprensiones, y aún no consolidadas como la separación de poderes y funciones, para garantizar el florecimiento de la petición y rendición de cuentas y avanzar hacia la sanción a toda forma de corrupción.
El correísmo se esforzó, también, en debilitar al Estado. Con un discurso dizque estatista, lo que hizo fue concentrar poder en la presidencia de la República, ni siquiera en el Ejecutivo. Así, sofocó la acción de los ministerios, de las secretarías, de todos los organismos que gozaban de cierta autonomía, indispensable para que la capacidad de agencia no se ahogue por hallarse centralizada y dependa de un decisor único, omnímodo, por creerse omnisciente, en todo.
A cuenta de ser el jefe del Estado, el actual se erigió en jefe de todas las oficinas, dependencias, funciones del Estado. Incluso de los pomposamente llamados “gobiernos autónomos descentralizados”. El dominio que ello le confiere no solo que es descomunal, sino inasible, inaprensible para un ser humano. ¿Qué puede generar, entonces, esta distancia entre el ansia de intervención y la realidad? Caos, incertidumbre, inacción, ineficiencia, ineficacia, ausencia de efectividad, acaparamiento. Tal vez, a lo máximo, la idea formal de manejarlo todo, aunque ello implique, en la práctica, hacerlo poco y mal, por añadidura. Sino, recordemos las famosas carreteras y de lo que de ellas opina una ex funcionaria del correísmo: una “política visual”. que privilegió ensancharlas en ciertos tramos, repavimentarlas en otros. Y con garantía, en unos casos, de que recorrerlas tomará más tiempo que el requerido en décadas anteriores. Ejemplo, la ruta hacia el norte de Quito.
¿Qué decir de la educación? ¿O de la salud?
La incipiente reforma que se estaba produciendo en varias universidades ecuatorianas a finales del siglo XX e inicios del actual fue abortada en muchos casos. Hoy, las universidades perdieron sus especificidades, necesarias para garantizar el debate libre. Uniformadas en el supuesto buen vivir, visten una camisa de fuerza que solo sacrifica esfuerzos administrativos y menoscaba los académicos y educativos. De esta estandarización tampoco se ha salvado la educación básica.
La dizque oferta de mejorar y ampliar los servicios de salud para toda la población hoy se evidencia como una falacia. El derecho a la salud se ha extendido en los papeles, no en los hechos.
Y si alguien logra ser atendido en alguna unidad estatal o en un centro del IESS los riesgos que asume son mayores que en el pasado.
¿Qué se ha incrementado entonces? El derroche, la propaganda, los abusos, la discrecionalidad. Todo esto protagonizado por quienes trabajan en los niveles jerárquicos superiores de la administración correista.
Si bien los últimos nueve años el gobierno y sus autoridades se han esforzado por falsear el sentido de la democracia y traicionar sus ideales de libertad, justicia y solidaridad, amplios sectores ciudadanos y sociales hemos ganado en conocimiento y convencimiento sobre el significado de la democracia como el régimen de la pluralidad, del debate y de la transitoriedad. Y en nuestra convicción de que los ecuatorianos somos los titulares y los soberanos de ella.
Tal certidumbre nos fortalece y nos permite imaginar el futuro con una democracia inclusiva, viva, participativa: de todos, en la cual la voluntad ciudadana sea respetada no como en la Venezuela de Chávez y de Maduro: una caricatura de democracia.
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