
Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar. Trabaja en Letras, género y traducción.
¿Para quién es este país? Los excesos de poder de la autoridad presidencial en Ecuador nos hacen saber todos los días que no se gobierna para nosotros. Este es un gobierno para los impunes, para las mayorías dóciles y para aliados comerciales. De entre ellos, son las mayorías dóciles las que se vuelven cada vez más difíciles de controlar por un sentido de dignidad y supervivencia que se expresa en acciones de una sociedad civil que se resiste a doblegarse.
Los estudiantes del Montúfar han actuado bajo ese signo. Ante la reubicación arbitraria de 16 docentes y la designación de una nueva rectora, en lo que el Ministerio de Educación llama “proceso de reestructuración académica”, una vez más el régimen se ve rebasado por sus eufemismos. Podemos discutir si los estudiantes respondieron a la represión policial con actos violentos, pero jamás podremos decir que se trató de un enfrentamiento en iguales condiciones. El Estado y los estudiantes jamás librarán batallas: la represión estatal frente a la protesta estudiantil tiene un poder mucho más amplio. Una vez terminados los enfrentamientos, al Estado le quedan un código penal punitivo, el escarnio público -hoy un modo de gobierno- y la persecución.
Son “jóvenes a los que les envenenaron el alma, les destruyeron la mente”, dice, melodramático, Augusto Espinosa. ¿Quién “envenena”? El encargado de la educación de este país piensa que los jóvenes son esponjas sin autonomía. Por eso hay que soldar la puerta del colegio con estudiantes dentro. Si se los deja sueltos, pueden resultar como Gonzalo Criollo, miembro del consejo estudiantil que se expresa con esta elocuencia: “Si se evalúa a los docentes, que se los evalúe de manera integral, en diálogo abierto con la participación de los estudiantes. Exigimos que el Ministro de Educación diga lo que está pasando. Venimos a confrontar con argumentos y con hechos”. Por contraste, no es Gonzalo precisamente quien queda como una esponja.
Sienten tanto miedo ante jóvenes como Gonzalo que tuvieron que soldar la puerta de un plantel educativo. ¿Qué queda de un ministro luego de una orden de esta magnitud? La comunidad del Colegio Montúfar se siente indignada. Han movilizado su indignación y esa indignación movilizada nos da aliento, aunque sabemos que este gobierno no es para la juventud crítica. No se gobierna para ellos, se gobierna contra ellos.
En la misma sabatina en la cual el presidente califica las protestas como “salvajismo”, al estilo despótico del siglo XIX, decide también hablar de discapacidad: “Hoy, los familiares de las personas con discapacidad pueden ocuparse de ellas porque el Gobierno les paga por hacerlo, lo que les incentiva a preservar y a garantizar el bienestar individual y familiar.”
Lo que no se dice es que el bono de USD 240 condiciona a las madres a no salir nunca de su casa, se trata de un bono condicionado que cancela su proyecto de vida. Los visitadores públicos las amenazan con quitarles el bono si no las ven en casa. Los hijos con discapacidad son aislados de la sociedad, las familias se ven forzadas al encierro y el Estado se deslinda de la responsabilidad de la educación. ¿Qué tienen que decir ante esto el Ministro de Educación y la ministra de Inclusión? ¿También van a soldar las puertas de las casas?
Resuena la frase del presidente: “el Gobierno les paga por hacerlo”. Como el padre ausente que le pasa dinero a la madre para desaparecer los problemas. No hay políticas de inclusión en este país que no provengan de la retórica populista que ha utilizado la discapacidad para construir una imagen de humanidad que en realidad se sostiene en políticas deshumanizantes. Lo que hacen con el bono es segregar del espacio público a las personas y familias con discapacidad como si viviéramos en el Medioevo y las mujeres tuvieran que pagar una penitencia por su maternidad.
Esto constituye una violación a derechos humanos básicos de la libre movilidad y la educación, por decir lo menos. Sólo el fascismo puede pensar que aislar a las madres y sus hijos en sus casas es legítimo “porque se les paga”. Este encierro es particularmente perverso porque al aislar a quienes tienen capacidades diversas se les está diciendo que son menos legítimos como personas. Y esto dice mucho de para quién se gobierna. No para nosotros, ciertamente, quienes estamos del lado de las personas con discapacidad, enfermedades catastróficas y estados mentales incapacitantes. Nosotros, que tenemos que resistir para que esas personas no sean encerradas como si fueran subhumanas.
Hay otros encierros provocados por el régimen, que ha hecho de estas prisiones cotidianas un modo de control social que, en su sutileza, revela sus “poderes de la perversión”. Recientemente, ha circulado un valiente trabajo de Pocho Álvarez y Soledad Alvarez que se titula Los otros nosotros sobre la comunidad cubana en Quito. “Se busca meseros: no cubanos ni colombianos”, dice un anuncio que aparece en pantalla. El país de la ciudadanía universal, delatado por la existencia de centros de detención de migrantes como el “hotel Carrión”, revela en ese anuncio una xenofobia que sin duda ha sido alimentada por el Estado.
Sabemos que la comunidad cubana es vulnerable en muchos aspectos y la mayoría vive en condiciones de incertidumbre. Dentro de esa comunidad, hay estudiantes, médicos, enfermeras. Algunos de los entrevistados son estudiantes de FLACSO y parte de esta voz colectiva que tiene la valentía de hablar. En un régimen que ha puesto a la universidad en primer plano y ha querido una academia sofisticada y competitiva, como la mejor academia neoliberal, el maltrato del que han sido víctimas los estudiantes cubanos es asombroso. ¿Qué tienen que decir los docentes de FLACSO, en donde se alberga un programa de Migración que se conoce por la solidez de sus investigaciones? Irónicamente, es desde esta universidad desde donde hablan personas que han sufrido una discriminación inaceptable, una universidad que ha hecho de los estudios de migración uno de sus puntos fuertes.
En un anuncio en una cartelera en Cuba, el gobierno ecuatoriano publica: “a partir del 11 de mayo se 2015 se suspende la legalización de títulos de educación superior a ciudadanos cubanos en general.” Se cierra la posibilidad de legalizar títulos en Senescyt para los cubanos, relatan. “Muchos ecuatorianos viven y estudian en Cuba”, dice una docente cubana entrevistada que por comparación deja al descubierto nuestra mezquindad en las políticas públicas y nuestra falta absoluta de reciprocidad.
Fuera de la academia, quizás como alguien que el gobierno considera mera cifra u objeto de estudio, un comerciante cubano se refiere a algo que nos deja en total indefensión como extranjeros: el acento. “Una lengua fantasma” ha llamado un autor al acento, algo que hace de nuestra voz algo menos legítimo, una voz que delata, como por ejemplo, una voz cubana en Ecuador. Su mero acento puede llevarla a prisión, por ejemplo, tras las redadas que hace la policía en La Florida.
Una de las entrevistadas cuenta que las personas que están sacando su visa y aún no tienen papeles tienen miedo de salir de su casa. Aquí el tercer encierro. Los migrantes no pueden salir ni buscar maneras de vivir en la sociedad en que vivimos porque los rechazamos igual que nos han rechazado a nosotros en España, Italia, Estados Unidos. No hemos aprendido nada, aun cuando sabemos lo que significa vivir de remesas, ser parte de familias transnacionales, haber cruzado bordes con el temor siempre vivo de ser ecuatoriano.
Los migrantes cubanos, colombianos, haitianos, no pueden salir de casa, viven perseguidos, y aun así tienen la valentía de decirnos que estamos siendo cercados. Todos estamos siendo cercados con unos encierros u otros. Se gobierna para que nos quedemos en casa y en silencio. El gobierno nos hace pensar lo contrario, que estamos fuera de casa y que vivimos libremente. “La Revolución Ciudadana eres tú”, dicen, en un juego con el verso de Bécquer: “La poesía eres tú”. Ante esto, mejor el verso de Rosario Castellanos: “La poesía no eres tú”. La Revolución Ciudadana no eres tú, no somos nosotros. No somos esos encierros, eso revela lo que son ellos. Nuestra única posibilidad de vivir es que los “otros nosotros” seamos todos.
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