
Las ciudades se han llenado de camisetas blancas, de pañuelos blancos, de voces blancas y también de lágrimas amargamente blancas que proclaman y reclaman paz para todos y libertad para los secuestrados. Nada más que eso. Si bien la motivación surge del asesinato a militares, al equipo periodístico de El Comercio y al secuestro de una pareja, todos realizados por ese grupo armado comandado por Guacho, la demanda va mucho más allá: el país entero quiere paz.
Pero, ¿qué es la paz, en qué consiste? Si se destruye a los grupos mafiosos como el de Guacho que hacen de las suyas en la frontera norte de la que se han apropiado para exportar toda la droga posible procedente de Colombia. Si nos devuelven los cadáveres de los asesinados. Si la pareja secuestrada regresa sana y salva a su casa. ¿Si todo esto aconteciese, llegaría a nosotros la maravillosa y anhelada paz? De ninguna manera.
Por supuesto que las familias de los asesinados necesitan de esos cuerpos para organizar y trabajar su duelo que ha quedado colgado en el árbol de las incógnitas y de las dudas mientras no se realice esa sepultura real que permite elaborar los duelos físico y psíquico. Porque no se puede simbolizar el sufrimiento si la familia, los amigos, la ciudad no vive toda la liturgia de la muerte que termina en el rito del entierro. Al contrario, mientras esos cuerpos no aparezcan, permanecerá activo un núcleo de dolor sostenido en la incertidumbre que hará doblemente cruel la desaparición de los seres queridos en las marañas de la crueldad.
¿En qué consiste la paz? No queremos en el país ningún grupo guerrillero ni nada por el estilo porque tienen como objetivo primordial, no la redención social, sino la implantación de la crueldad. De hecho, el tema de las reivindicaciones sociales no ha sido, no es y no será más que un vil pretexto para implantar en la sociedad el reino de la crueldad. La crueldad, por su parte, es siempre tan absolutamente real y fáctica que se resiste a cualquier intento de metaforización, incluso en el plano religioso. Nadie sacrifica a su hijo, a su madre, a su hermano por amor a los otros.
La paz no se sostiene en la ausencia de conflictos sino en el reino de la verdad y la justicia. Lo que se vive en estos días no es sino la demostración más patética del reino del engaño perverso en el que se vivió a lo largo de la última década. No solamente ese mega relato mentiroso de que la patria, la salud, la bonanza, la educación ya es de todos. Sino la mentira oficiosamente sostenida sobre la verdad. Casi todo fue falso. Esa falsedad expresada en los contactos con las Farc que apoyaron económicamente a la campaña de Correa y, posiblemente, de esos y esas asambleístas política y hasta socialmente ligados a las Farc, (una de ellas luce la designación de embajadora plenipotenciaria en uno de los países de la antidemocracia en el que está prohibido todo pensamiento diferente). ¿Inconsistencia? ¡No, tan solo maravillosa lógica de la precariedad política! La paz exige consistencia política, ideológica y fáctica, algo de lo que carece absolutamente nuestra Cancillería.
Construir la paz implica lograr que el Estado se halle presente en cada rincón del país. En esos territorios de los que se han apropiado los Guachos que manejan el negocio de la droga existe ausencia de país quizás desde siempre, de lo contrario no estarían ahí. El país no es tan solo ni una geografía mítica ni una geografía física. Qué horroroso que la ciudadanía se haya enterado de que existe una parte importante de nuestro territorio que ha sido capturada por el narcotráfico desde hace tiempos que carecen de calendario. Las bombas, los secuestros, los asesinatos nos han permito saber de nosotros mismos. Territorios físicos pero no territorialidad simbólica. Espacios físicos, pero no país.
¿En dónde estuvo el Estado que durante tanto tiempo no apareció en aquellos lugares de los que se han apropiado narcotraficantes y otros más? Se podría pensar (o sospechar) que quizás propositivamente eso fue abandonado y olvidado para que los Guachos, las drogas, los traficantes de drogas y de personas, las vidas y las muertes acontezcan al margen de nuestra historia. Hicieron falta bombas detonadas, militares sacrificados, equipos periodísticos sacrificados, mujeres y hombres secuestrados para que descubramos que en esos lares, ocultados quizás propositivamente por ciertos poderes, existimos como país.
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