
Pacto Centro, el epicentro político y social de Pacto, fue otro recinto electoral. El día 12 de abril, el día de la Consulta, cientos de personas pertenecientes a más de quince comunidades rurales se acercaron a votar. Esta votación fue voluntaria, y la organización de esta Consulta fue solemne. Jóvenes, mujeres, hombres, adultos mayores, llevaron mesas, sillas, escobas… Desde las cuatro de la mañana instalaron las mesas receptoras del voto en la cancha de volley.
Cuando llegué, pasadas las cinco de la mañana, todo el recinto estaba organizado e impecable. Los coordinadores, en su mayoría jóvenes, ya resguardaban el orden del lugar con su identificación de color verde y naranja, y el sello de la Lucha Comunitaria por la Vida de Pacto.
Para mí, todo comenzó en una gran asamblea con más de 300 personas en Ingapi, hace casi un año atrás, cuando llegué con la invitación a ser abogada de las comunidades de Pacto. Para la población de Pacto, esta minga comunitaria era un acto de fortaleza más en su lucha por la defensa de su territorio frente a la minería, que comenzó un par de décadas atrás. De nuevo, se activaron los mecanismos tradicionales de organización campesina y comunitaria.
La consulta surgió de la frustración de la invisibilización, la absoluta falta de participación de las comunidades, en la decisión que tomó el Ministerio de Recursos Naturales No Renovables de otorgar concesiones mineras a la Empresa Nacional Minera del Ecuador, desde el año 2012. Seguramente, en esta transacción, se firmaron actas sobre un mapa de la parroquia de Pacto, sin relieves y sin gente.
En este punto en común confluyen las consultas populares o las consultas comunitarias de buena fe en Latinoamérica. La mayoría de ellas, son procesos colectivos y voluntarios, impulsados por comunidades que tienen alguna relación con la tierra, indígenas, campesinas, agricultoras, urbanas, conservadoras de la naturaleza; todas ellas han creado caminos y espacios para expresarse, para ser escuchados y para decidir cómo quieren que sea su forma de vida frente a proyectos extractivos.
Las consultas que se han desarrollado son diversas. En Esquel, Argentina, la mayoría de la municipalidad la conforman ciudadanos urbanos que dependen del turismo. En Guatemala, las consultas han sido consideradas como una forma de implementar el derecho a la consulta previa de las comunidades indígenas, por ejemplo, con el caso de Sipakapa. En Piedras, Colombia, el primer municipio colombiano en lograr que la Corte Constitucional reconozca la importancia de llegar a acuerdos con las comunidades antes de la autorización para realizar una actividad minera.
Así también, en Estados Unidos, en donde cientos de comunidades se han organizado y han realizado peticiones ante sus representantes políticos solicitando la prohibición del fracking o perforación hidraúlica para la obtención de petróleo.
Las personas quieren ser escuchadas con la voz propia de su cultura y de sus necesidades. Por esto, las consultas están renovando la democracia. Se han convertido en instituciones sociales que se adaptan a las características propias de la cultura de una comunidad o una ciudad, y simultáneamente, en las consulta se retoma el poder individual y comunitario de la decisión sobre lo más intrínseco que tiene el ser humano, nuestro futuro y nuestras vidas.
En Pacto, la Consulta Comunitaria de Buena Fe fue un acto libertario. Al final del día, 1820 personas tuvieron la voluntad de llegar a los recintos electorales con su familia para decidir si quieren o no minería en sus vidas. De allí, 1681 de personas dijeron que no, lo que representa el 92% de los votantes.
El resultado es un éxito, pero en realidad la verdadera ganancia es el proceso participativo. Jóvenes, la mayoría menores de 25 años, se adueñaron de la organización de la Consulta, se apropiaron de roles como ser el Presidente del Tribunal Electoral Comunitario, como realizar la sistematización del censo comunitario que acogía más de mil personas, o como resguardar de manera pacífica el orden de este proceso.
Días antes recorrimos el territorio con tres jóvenes ingapeños. Eran pasadas las cuatro de la tarde cuando llegamos a Saguangal y a Pachijal, los otros dos recintos electorales comunitarios dentro de la parroquia de Pacto. Fuimos a dar talleres sobre las funciones de las mesas receptoras del voto. El recorrido fue a través del bosque, con árboles nativos y frutales, atravesando ríos que llevaban agua clara y limpia, a personas que se reunían en el parque central a conversar y a decidir sobre la escuela o el centro médico de la comunidad.
Pacto es una tierra de vida. El 12 de abril las comunidades de Pacto abrieron un camino y demostraron que la organización comunitaria es posible y es poderosa. Espero que esta Consulta sea un ejemplo despertador en nuestras conciencias, para retomar el poder de actuar de manera activa y responsable sobre nuestras vidas y nuestro futuro.
Ahora viene desde el campo hacia las urbes, el llamado a reconstruir los lazos comunitarios y la cooperación para lograr sociedades justas y plurales, con voz y decisión propia.
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