Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
La colonia no terminó con la independencia. Continuó con otros actores y con otras modalidades. El proceso de colonización europeo, que quedó pendiente por limitaciones geográficas y tecnológicas, ha sido complementado por la mayoría de los Estados latinoamericanos. Terminar la ocupación territorial les quedó como tarea pendiente.
Por ejemplo, la ofensiva desatada en la región amazónica por aquellos Estados con presencia directa en esa zona no tiene particularidades ideológicas ni estratégicas. Todos ejecutan por igual la vieja noción de modernidad que fundamenta al capitalismo global. La integración al Estado nacional de todos aquellos pueblos considerados atrasados desde una visión cultural hegemónica se presenta como la panacea para el progreso del país.
Algo similar ocurre en aquellas zonas donde el contacto con la sociedad blanco-mestiza data de varios siglos. La intensificación de la presencia del Estado durante el siglo XX ha tenido una clara función asimilativa: del sometimiento por la fuerza del mundo indígena se pasó a la seducción a través de distintos mecanismos. El más efectivo ha sido el consumo. De ese modo, el Estado no ha dejado de cumplir con su misma vieja misión.
Ni siquiera la institucionalidad pública disimuló este proyecto de dominación. Hasta hace pocos años todavía existía el Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización (IERAC). Tal cual: colonización. En buen romance, ampliar la presencia del Estado en todos aquellos territorios susceptibles de ser explotados.
El conflicto minero que hoy ha sido detonado por la ofensiva de las transnacionales de la minería, con la venia y protección del gobierno, no puede ser entendido al margen de este proceso histórico. La extracción de minerales no tiene que ver únicamente con la enorme rentabilidad de esta actividad económica, sino con la idea universal de desarrollo y progreso impuesta durante los últimos cinco siglos. En otras palabras, con el dominio de un sector moderno de la economía nacional sobre otros sectores supuestamente atrasados o marginales.
Desde esta concepción del desarrollo, las comunidades indígenas que se resisten a la irrupción de la minería en sus territorios, con el único propósito de preservar sus formas de vida, estarían actuando irracionalmente. En concreto, se estarían negando al progreso (capitalista, se entiende) del Ecuador. Defender la agricultura frente a las maravillas de la industria sería un absurdo. No importa si esa industria termina afectando recursos invaluables como la vida.
Desde que hace dos décadas China se convirtió en la principal contraparte internacional del Ecuador, la minería se desató. Todos los gobiernos, indistintamente, le han apostado al modelo de extracción intensiva de minerales para exportación. El mito de los recursos naturales sigue vigente, y el gobierno de Noboa no es la excepción. Al contrario, asume la estrategia con fe de carbonero. Inclusive si tiene que recurrir a los viejos mecanismos de la colonización por la fuerza. Como en Palo Quemado.
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