En estos tiempos de dictadura del corazón y otras linduras debe ser muy complicado ser el censor oficial porque gracias a la Revolución ciudadana debe preocuparse no sólo de lo que los medios publican, sino también de lo que no publican.
Un trabajo que debe ser desgastante, sinceramente. Y claro, entre esas caricaturas grotescas y subversivas de ese tal Bonil; las continuas violaciones a la Ley del diario La Hora (y más que a la Ley, a la certera y profunda interpretación que de la misma tienen el censor oficial y sus acólitos), que ha osado, entre otras aberraciones, el no cubrir una rendición de cuentas que a todas luces era crucial conocer, no sólo para Loja, sino para el país entero; la orden a El Comercio de que rectifique una noticia que era verdadera; y, otros cientos de faltas cometidas por los medios, al censor se le deben escapar ciertas cosillas. Es comprensible. Tanto que censurar y tan poco tiempo.
Por eso, cuando empezó a circular en redes sociales que se había sancionado a un canal por la excesiva violencia que manifiesta la Pantera Rosa con el Inspector yo dije: ¡Al fin! Es que ese bichejo es el ejemplo vivo del irrespeto a la autoridad, del desparpajo, de la doble moral, del caretuquismo. Si hasta parece que hubiera sido dibujada por alguien de la “oposición trucha”. (Nota para el censor: investigar a Friz Freleng y ya puestos, a Henry Mancini).
Veamos, para empezar es rosa ¡rosa!, color que representa, evidentemente, a la peligrosísima agenda gay, ¡sí!, justamente aquella que pretende, entre otras desviaciones, que las parejas del mismo sexo puedan contraer matrimonio o peor aún, adoptar. ¿Se habrá visto tamaño despropósito en algún país medianamente civilizado?
Por ejemplo, en Angola, país al que gracias a las gestiones de nuestro brillante Canciller ya podemos viajar sin visa, la homosexualidad es penada con trabajos forzados y la unión de parejas homosexuales no es reconocida, peor aún el matrimonio o la adopción, como debe de ser en país tan democrático que tiene el mismo presidente por 33 años consecutivos (algo que nuestro Canciller celebra, por supuesto).
Ojalá pronto firmemos acuerdos similares con Nigeria, país más avanzado aún, donde la homosexualidad es un delito castigado con penas de hasta 14 años de cárcel y en el que cualquier muestra pública de cariño entre parejas del mismo sexo es penada con 10 años de prisión.
¡Y que nos mantengamos lejos del camino tomado por Irlanda, por amor de dios!
Para colmo, el bicho ese ni siquiera es casado, ¡pero tiene dos hijos! O sea, es padre soltero, brindando un pésimo ejemplo a los adolescentes y poniendo en entredicho a la efectiva abstinencia que acertadamente promueve el Plan Familia. Además esa, de acuerdo a los cánones del Líder, ni siquiera es una familia como Dios manda. Eso no se puede permitir en un país en el que el laicismo es sólo de nombre.
La Pantera Rosa además, ¡se burla de la autoridad!, lo cual, como nos ha demostrado el censor y hasta el mismo Presidente, es inadmisible en una dictadura del corazón.
¿Cómo es posible que nuestros niños se vean expuestos a semejante ejemplo? Luego podrían pensar que pueden hacer lo mismo y qué sé yo, ocurrírseles bajarle los pulgares o hacerle un yucazo a su Excelencia, sin comprender que la majestad del poder, cuando el corazón es el que está dictando, no se puede mancillar de esa forma tan burda. Y entonces el Presidente, en una clara muestra de humildad, se vería obligado él mismo a enseñarles una lección sobre el respeto que se le debe a quien es dueño de todos los poderes.
Y por último, la Pantera Rosa está en continua búsqueda de la libertad, ¡pero por favor! Hay un capítulo, por ejemplo, en el cual pinta de rosa los lugares por los que pasa, en una incesante disputa con el pintor que pretende pintarlos de azul. Mejor muestra de resistencia al sistema no se ha visto, y esa resistencia es subversiva, y la subversión en los tiempos de la dictadura del corazón no se puede permitir, porque el país ya cambió, es uno en el que lo que se premia es la sumisión y no hay espacio para la libertad y la disidencia. Eso lo sabe bien el censor.
Pero no, para nuestra desdicha, el censor no ha podido ponerle freno aún a ese personaje que detrás de su aspecto elegante y simpático, esconde la rebeldía, la sedición y el mal ejemplo para nuestra juventud. Ha estado, con toda la razón, ocupado censurando la lucha libre, espectáculo horroroso desde el nombre: ¿libre?
Aquí esa expresión no se puede permitir. Además, violento y sangriento, no como esos edificantes programas de crónica roja que se transmiten en los canales incautados entre la propaganda oficial que trata de hacernos entender lo maravilloso que es vivir bajo una dictadura del corazón. La Pantera Rosa y sus peligros deberán esperar.
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