Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Desafortunado el estreno del Canciller encargado. En cualquier gobierno medianamente serio, sus declaraciones a propósito del peligro que entraña la supuesta violencia de las clases medias quiteñas le habrían costado el cargo. Pero en este régimen de la arbitrariedad y la sumisión sus palabras seguramente serán festejadas hasta por los asambleístas y altos funcionarios quiteños del oficialismo. No importa cuán ofensivas sean para su propia condición.
Xavier Lasso no solo agrede a las clases medias quiteñas; también lo hace con la sociedad guayaquileña. ¿Cuáles son esos códigos que supuestamente no entendemos los quiteños a propósito de la política guayaquileña? ¿La corrupción, el autoritarismo, el nepotismo, el incumplimiento de la ley, el atropello, la viveza criolla, la prepotencia y otras taras que caracterizan al correísmo? ¿Representan estos anti-valores las concepciones que tienen los guayaquileños sobre la política y la convivencia social? Para hacer méritos frente al jefe no necesitaba escupir al cielo.
En este episodio hay dos interpretaciones posibles. Las declaraciones de marras reflejan un profundo desconocimiento de la sociedad ecuatoriana (lo cual es inadmisible en un Canciller, por más encargado que sea), o reflejan una visión totalmente sesgada y prejuiciosa de esa misma sociedad (lo cual también resulta inaceptable). Xavier Lasso acaba de alinearse con las posturas políticas más reaccionarias, recalcitrantes y abstrusas de este país; aquellas que durante décadas han utilizado la oligarquía y las élites económicas para justificar, amparados en la muletilla del centralismo, su desprecio por el Estado y por la diversidad cultural.
A lo largo de la historia, la imposición de un modelo cultural consta entre los instrumentos más crueles y violentos de dominación. Peor aún que la imposición de modelos políticos y económicos (aunque con frecuencia están asociados). Es el desprecio por la diferencia; es el preámbulo para la eliminación del “otro”; es la antesala del genocidio.
En ese sentido, peligroso no es que el Canciller encargado haya soltado semejante desatino; peligroso es que lo piense. Porque lo de fondo es su convencimiento de que estamos frente a un proyecto que supuestamente transformará al Ecuador a partir de una visión uniforme y hegemónica de la realidad. En esta lógica, el estilo despótico de Correa aparece como un recurso inevitable para someter a quienes no “entienden” las virtudes y verdades oficiales. Ignorantes y malagradecidos. Sufridores (como reza la nomenclatura oficial). Y en este lote constan indígenas, movimientos sociales, organizaciones de izquierda, ecologistas, maestros, jubilados, médicos, intelectuales, periodistas, autoridades seccionales de oposición, etc. Es decir, todos aquellos que no comulgan con el credo oficial, que no se tragan los panegíricos verde flex, que tienen críticas y que buscan alternativas.
Triste que el Canciller encargado haga un análisis tan frívolo de la realidad y de la situación política del país. Bastaba con que eche mano de una categoría tan conocida como la de populismo para superar esta visión regionalista y simplona de la política. Lo que aquí está en juego no es la supuesta incomprensión entre costeños y serranos, sino entre un modelo autoritario y otro democrático, entre el viejo Estado-nación y otro plurinacional, entre la homogeneidad cultural y la diversidad, entre el clientelismo y la conciencia política. Y esto no tiene nada que ver con la geografía.
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