
Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar. Trabaja en Letras, género y traducción.
Es una imagen que José Serrano, Rafael Correa, los mandos policiales de turno esa noche, se van a llevar grabada dondequiera que vayan cuando termine su reino. Tras las protestas de la ciudadanía del 17S y el 18S, hay gente de rodillas en la calle. Son madres y padres de estudiantes detenidos. Sus hijos, retenidos en Centro de Detención Provisional y en el Regimiento 2, han permanecido incomunicados. En ese momento, sus familias no saben a ciencia cierta de su estado de salud, pero les informan que ha habido maltratos y tortura, que han ingresado a detención sin procesos regulares, que algunos son menores de edad y han sido tratados como mayores, que la policía les ha roto huesos y dientes a sus hijos. Estas familias, víctimas de la represión ordenada ese día, se ven obligadas a pedir perdón. La angustia y la terrible incertidumbre respecto del estado de sus hijos los lleva a dirigirse al presidente: “Señor presidente de la República, economista Rafael Correa: me han delegado estos dignos padres y madres de familia para que lleve hasta su estrado una disculpa pública y sincera por todos los jóvenes estudiantes que ahora se encuentran privados de su libertad, por unos supuestos actos vandálicos... Todos los padres y madres están quebrantados y le piden un perdón sincero”, dice Santiago Pazmiño, padre de uno de los estudiantes y portavoz. Hay que esperar informes médicos, sobrellevar la incomunicación, poner en duda la palabra de los jóvenes torturados y, además de todo, pedir perdón.
Hay arrodillados en la calle, pidiendo perdón y elevando sus manos hacia Correa. Una madre se quiebra y le implora, a gritos, que le deje ver a su hijo. El Estado ha puesto a sus ciudadanos de rodillas. El Estado ha puesto a madres y padres de rodillas. No olvidamos.
Para que exista un escenario de perdón, debe haber un acuerdo sobre lo que significan las palabras. Sino, ¿cómo nombrar la falta o el daño cometidos? ¿Cómo otorgar el perdón? Tras el perdón, la falta cometida puede ser expiada para que se restablezca el equilibrio en lo que se vive, en los pactos que establecemos para vivir con los otros. Pero, también, el gesto del perdón se puede manipular a partir de una falsa ofensa. Para que exista perdón tiene que haber falta, y ese escenario es posible cuando un hecho aparece como punible o digno de ser perdonado.
En el escenario del 17S y el 18S, la protesta en la calle se convierte en delito, se crea y se nombra como acto punible y, en consecuencia, la exhibición del poder del Estado por medio de la represión policial aparece como si fuera justicia. Pero no lo es, ni la protesta social es un delito, ni cabe pedir perdón, como lo sabe Hernán Beltrán, otro padre de familia: “Ahora hay que disculparse así esté en la razón. Por un hijo, ¿qué tiene que hacer?” El Estado crea un escenario de magnificencia para, días más tarde, hacer alarde de perdón. El mandatario es magnánimo y la justicia es eficiente. El Estado ha perdonado, ese es el simulacro.
La policía, enfrentada a los estudiantes, apuesta escudos que dicen “Soy policía y también soy madre”. ¿A quién se le ocurrió? ¿En dónde imprimieron los adhesivos de los escudos que se iban a mostrar en las protestas? ¿Quién ideó esta estrategia de manipulación que exhibe a su policía con mensajes de humanidad cuando les ordena reprimir? Perverso humanizar a las personas tras los escudos cuando se les organiza en una máquina deshumanizante. Seguramente es un accesorio ideado para ornamentar el escenario de perdón.
A tres semanas del 17S
En debate en televisión (“En la polémica”, cadena UNO, 5.10), María Augusta Calle se refiere a la opinión de Elsie Monge sobre el 17S: “nunca he visto algo tan masivo y brutal”. Calle lamenta que Monge empiece a olvidar la historia, sobre todo refiriéndose al periodo de León Febres Cordero, y parece deslegitimar su opinión con el desdeño de alguien más joven que lamenta la mala memoria de alguien mayor a ella. El gesto es bastante desatinado, pero todo sea por relativizar el nivel de represión del 17S. En ese mismo debate, están presentes Natalia Sierra y Juan Cuvi, quienes se ven obligados a recordarle a Calle sobre la tortura y los crímenes de lesa humanidad del febrescorderato para confirmarle que sí, que hoy también es necesario hablar de represión.
Aquí lo más preocupante: el contexto en que debaten Calle, Sierra y Cuvi (y Paola Pabón, que no dice mucho “porque era muy chiquita” en ese entonces, alega) vuelve sobre el período Febres Cordero. Esa es la analogía que aceptan para la discusión, no solo Sierra y Cuvi, sino también Calle. Es preocupante que esta última acepte debatir dentro de lo que aparece como un semejanza entre ambos gobiernos, que ella misma apele a la Historia cuando se refiere a Elsie Monge. Calle matiza, eso sí preguntando: ¿en dónde hay desaparecidos?, como si esa fuera el único horizonte para hablar de represión. Pero la discusión se desarrolla sobre esa comparación. Es irónico que, al hablar de Monge, Calle establezca, sin intención pero inevitablemente, esas conexiones históricas. El inconsciente, que no perdona.
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