
Es que en verdad se trata de una auténtica orgía. Nada falta en ese insoportable discurso de miles de candidatos a alcaldías, consejos, prefecturas provinciales y más. Como nunca antes en la historia política, en esta ocasión se ha producido una suerte de eclosión de personajes y de ofertas que, en última instancia, ya no importaría por quién votes porque, de una u otra manera la salvación llegará inevitablemente a cada ciudad grande y pequeña, de la costa, de la loma o de las llanuras orientales. Absolutamente nadie se quedará sin salvador y sin salvación.
Se trata de la gran promesa de que, si votas por mí que soy cualquiera, definitivamente se realizará el gran milagro social y económico. El milagro de la bienaventuranza llegará a todos por igual no importa si lo haces por los de izquierda o por los de derecha, por los de la vieja guardia o por los jóvenes que buscan aprender a caminar las rutas del poder y a hablar los lenguajes de la política.
A todas las provincias y cada una de las ciudades, desde la capital de la república hasta la última parroquia rural les llegará la salvación, de una vez por todas y para siempre por obra y gracia de las atávicas promesas. En tiempo de elecciones, las palabras adquieren nuevos poderes, se vuelven varitas mágicas que convertirán en oro la basura urbana, en paradisíaco el aire contaminado que respiramos y que, poco a poco, mina nuestra salud y disminuye nuestras expectativas de vida. Y ya nunca más nos gobernarán los corruptos porque todos ellos, sin excepción, irán al campo de concentración de la auténtica justicia.
Desde viejos políticos que ya pasaron por las alcaldías prácticamente sin hacer casi nada, hasta otros que ayer no más dejaron el jean universitario pero ya se saben suficientemente bien adoctrinados y experimentados para dirigir los destinos de sus provincias o de sus ciudades. Los efebos frente a esos otros que se consideran a sí mismos absolutamente insustituibles en las alcaldías o en los consejos provinciales. Son los que han envejecido con el poder trabajando poco, preocupándose todavía menos de los sinsabores de la común cotidianidad y soñando con el poder eterno y sus goces. Son los que buscan la reelección de la eternidad en la que no se trabaja pero se vive estupendamente bien y aquellos que resucitan de entre los muertos convencidos de nadie condujo mejor que ellos una ciudad o una provincia. Son aquellos que desconocen no solo su propia historia sino la de la ciudad o provincia porque vivieron décadas entre los muertos.
Desde viejos políticos que ya pasaron por las alcaldías prácticamente sin hacer casi nada, hasta otros que ayer no más dejaron el jean universitario pero ya se saben suficientemente bien adoctrinados y experimentados para dirigir los destinos de sus provincias o de sus ciudades.
Algunos incluso han llegado a la tranquila beatitud de la edad cuando bordea la ancianidad. Pero afirman inconmovibles que desde hace muchas décadas tienen un sueño que es preciso ejecutarlo a toda costa. No, ellos no piensan en ceder el paso a las nuevas generaciones pese a que, cuando disfrutaron largamente del poder de una ciudad, como la capital, hicieron poco, muy poco, casi nada, para introducirla en la modernidad. Pero eso no importa porque todavía sobran energías para engatusar a los electores y abrillantar el ego enmohecido.
Por cierto, en el fondo de todo ese lenguaje confuso o perversamente auto calificado de político, se esconde el ansia de poder y sus beneficios. Nada más. Es duro aceptar, pero ahí bullen la codicia, el afán por los pequeños y grandes beneficios de ser alcalde, prefecto, consejero provincial o cantonal. El poder por el poder. Para lograrlo no es tan difícil disfrazarse de cualquier cosa, incluso de entusiasta creador.
Por ello jamás explican a la ciudadanía de dónde saldrán los dineros para esas obras que prometen, tampoco indican con suficiente y elemental claridad cuáles serán los reales beneficios urbanísticos de tal o cual proyecto. Por ello no promueven diálogos abiertos en los que puedan participar no solo sus seguidores y auspiciadores sino también y sobre todo quienes dudan de ciertas verdades apodícticas lanzadas en la campaña y que huelen a engaño.
Es necesario que en cada ciudad, en cada provincia e incluso en cada barrio se dé un tiempo de reflexión necesaria antes de caer víctimas de los engaños que esconde la verborrea política y con la que, sin embargo, se han ganado y se ganan las elecciones.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]



NUBE DE ETIQUETAS
[LEA TAM BIÉN]



[MÁS LEÍ DAS]


