
El triunfo temporal del correísmo en las urnas, del pasado 5 de febrero, pone un gran dilema en frente cuando vamos a nuevas y sorpresivas elecciones presidenciales y legislativas.
Esto por que el mismo Rafael Correa, en sus rabiosas intervenciones de las últimas semanas, ha mencionado la posibilidad de que esa victoria en las seccionales ha cambiado la percepción de la realidad de quienes supuestamente los perseguían. Y eso porque saben, según él, y en su versión más optimista de los últimos años de prófugo, que la revolución ciudadana está definitivamente de vuelta.
Y, en parte, sí tiene razón. No de ahora, sino que esto viene de mucho antes. Pero por los siguientes motivos.
La complicidad de un puñado de empresarios, eternos cazadores de privilegios, ha hecho que hasta pongan plata a la campaña del correísmo. Otros de ese mismo sector han dicho que es mejor acordar, entonces andan silenciosos, esperando pasar desapercibidos. Así, si llegan al poder, recibirán las migajas del dinero estatal, como ya lo hicieron.
Otros, en academia, por ejemplo, ya analizan el “fenómeno” para ver lo positivo de un posible regreso de Rafael Correa. Porque, a decir de estos iluminados, antes sí se pudo gobernar y hacer las cosas (aunque no dicen con totalitarismo y robo). Y así, tampoco ‘pelearse’.
En los medios, en los controlados por el correísmo, dan sentido a todo con el relato del descontento, que antes estábamos mejor. Que este Gobierno es de lo peor que pudo pasar, incluso más malo que el de Lenín Moreno. Que Guillermo Lasso es un dictador, con cero respaldo institucional y popular.
Son tan hábiles que hacen ver como un triunfo que sus legisladores y sus más fieles acólitos se fueron a las casas por orden constitucional de Guillermo Lasso. Dicen que vencieron cuando en las calles nadie los ayudó cuando se quedaron sin trabajo.
Ante esa realidad, personas que no están en el mundillo cercano al poder, que son normales ciudadanos, frustrados, ya solo envían videos o memes por wasap para liberarse de la falta de una voz que hable firme en contra de esa tendencia que lastimó al Ecuador, engañándonos y enriqueciéndose de los impuestos de la gente.
Por eso, antes de buscar el nombre del nuevo “salvador” hay que tomar una postura sobre estos puntos.
Uno, si los vamos a recibir de rodillas o de pie.
Dos, si vamos a dejar que nos apliquen la misma formula chavista y del Socialismo del Siglo XXI o vamos a darles combate con ideas de libertad. Lo que siempre les estorbó.
Tres, si vamos a ponerles alfombra roja a los amantes del control estatal (que está probado que no es sostenible en el largo tiempo) o a crear diques democráticos para que, si llegan al poder, no puedan hacer de Ecuador una nueva Nicaragua, una nueva Venezuela. Controles férreos desde la sociedad civil a la que detestan desde las entrañas.
Cuatro, si aceptaremos o no las propuestas electorales de los chimbadores o los dejamos que avancen lastimando al 75% de electorado que no está con el correísmo. Esos que quieren hacer en el Ecuador lo que tramaron en las últimas elecciones de Quito.
Cinco. Aceptar sin condiciones que “el correísmo ya pasó” y de avergonzarse de ser anticorreísta, o empujar al anticorreísmo como la fuerza que busca únicamente Justicia y muestra contundente rechazo a las acciones totalitarias.
¿De pie o de rodillas frente al correísmo?
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