
La curiosidad es insubordinación en su más pura forma.
Vladimir Nabokov
La violación es un crimen. Pero el coqueteo insistente o torpe no es un crimen, ni la galantería es una agresión machista.
Catherine Deneuve, Paris, septiembre 2009
Ingreso a uno de los vagones del metro, la gente parece más gélida que el mismo otoño, todos se ven atareados revisando celulares, periódicos o libros. Algún pasajero mira de reojo la publicidad que se exhibe en algún letrero de plástico, alguien apoya su frente en la ventana intentando conciliar el sueño, una adolescente sacude la cabeza mientras escucha alguna canción desde sus audífonos. Nadie se mira. Podría ser una maldición o un estado de conciencia social superior. Lo real es que el contacto visual entre franceses parece un sacrilegio, con Bernarda nos miramos y jugamos a mantener la mirada el uno en el otro para luego soltar miradas furtivas a los distintos pasajeros. Es un juego de transgresión complicado, podría ser una profanación inocente.
Detrás de la parafernalia milenarista 2.0 se esconde una generación que pese a tener gran variedad de herramientas comunicacionales está sorprendentemente sola porque tiene problemas para relacionarse y para seducir. Vivimos tiempos extremadamente conservadores, atrás quedaron Mayo del 68, o Woodstock, Jim Morrison, los punks. Estoy seguro que Vladimir Nabokov estaría preso por escribir Lolita. ¿Qué está pasando? ¿Somos hombres libres o el anhelo por la equidad de género distorsionó la idea primigenia del respeto entre seres humanos? ¿Por qué la gente está reprimida? Entiendo el patriarcalismo como un cáncer que debe ser extirpado de nuestras sociedades pero no a costa de refundar sociedades medievales inquisidoras.
En 2018, Catherhine Deneuve y un grupo de mujeres vinculadas al arte se opusieron al movimiento #metoo porque lo consideraron como un guiño de ojo a un tipo de moral victoriana que facilitaba su labor a los grupos ultra conservadores expertos en restringir libertades. Además planteaban que en nombre de la defensa de los derechos de las mujeres se había caído en un proteccionismo ingenuo al vincular a las mujeres a “un estado de víctimas eternas, pobres pequeñas cosas bajo la influencia de demoníacos machistas como en los tiempos de la brujería”.
En Rotterdam, Suecia, hace dos años un ciudadano llamado Everon, que piropeaba a unas chicas, fue demandado por acoso y obligado a pagar 200 euros. Había seguido a unas chicas y las había lisonjeado: “Hola, chicas. Son muy guapas. ¿Qué hacen? Cielo, ¿ya te vas? Preciosa, eres muy atractiva”. Luego se sentó a su lado y lanzó besos con la mano. Las mujeres lo denunciaron, y durante el juicio, él dijo que estaba soltero y “solo eran cumplidos sin mala intención; no sabía que fuera delito.” Los jueces admitieron que “hubo acoso verbal y lanzamiento de besos”, pero ambos formaban parte de la libertad de expresión, fallaron a favor de Everon quitándole la multa.
En países dominados por el patriarcalismo no está alejado de la realidad sancionar, no solo civilmente sino a nivel penal al acoso. El problema es determinar o separar acoso de seducción, porque existe una delgada línea entre ambas conductas.
Después de ésta sentencia un aluvión de protestas se dio por parte de miles de mujeres que habían sido acosadas y que veían como un mal precedente destipificar un delito peligroso como el acoso.
Creo que en sociedades menos patriarcales y más laicas, como la sueca o la finlandesa, tiene sentido la resolución de la Corte. Sin embargo, en países dominados por el patriarcalismo no está alejado de la realidad sancionar, no solo civilmente sino a nivel penal al acoso. El problema es determinar o separar acoso de seducción, porque existe una delgada línea entre ambas conductas. Seducir no es acosar: acosar es violentar, irrumpir sin permiso ni disfrute del otro, es lastimar la autoestima de la piropeada.
El juego de seducción debe ser sutil, requiere provocar con inteligencia. Si no existe esa capacidad para crear un vínculo placentero con el otro es mejor que no se lo intente, porque puede interpretarse como una amenaza. Rousseau decía que nuestra libertad la podemos ejercer mientras no lastimemos la libertad del otro. Flirtear sin capacidad empática puede terminar en una agresión y, por qué no, en una denuncia.
La máxima sería: ser empáticos para expresar nuestra admiración por la belleza, jamás vulnerar la tranquilidad de la persona piropeada, admirar la belleza del otro sin lastimarla.
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