
PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.
Éste es el gran desafío. No sabemos cuánto durará la pandemia, tampoco sus efectos en todos los órdenes.John Ioannides, investigador de la Universidad de Stanford pone en duda la confiabilidad de los datos existentes en base a los cuales se toman decisiones ( El País, 18 de marzo de 2020) Hay, pues, un déficit de información confiable sobre el coronavirus. Y sin embargo los gobiernos deben tomar decisiones. Éstas deben monitorearse constantemente para evaluar la pertinencia de las decisiones y medidas que se adoptan.
A la emergencia sanitaria se suma una aguda crisis económica. La desigualdad social aflora de manera dramática. El estado ha mostrado déficits acumulados desde la década pasada. El gobierno hace lo que puede pero la realidad le desborda. La actual crisis, sostiene Osvaldo Hurtado, es incomparablemente más grave y compleja que todas las crisis que enfrentó el país, desde el regreso a la democracia.
No se puede en una coyuntura así tratar cada cosa por separado, dada su interconexión. Desde luego que hay prioridades. La primera es la salud. Pero tampoco cabe dejar de lado las otras: la economía y la inseguridad social.
Quedarse en casa es fundamental, pero no todos pueden hacerlo: los desempleados y subempleados. Hay miles de ecuatorianos que no tienen casa. La situación de Guayaquil muestra la dificultad de mantener la disciplina social. Ésta, la disciplina social, no debe vulnerar los derechos humanos.
El sector productivo también ha sido duramente golpeado y ello afecta tanto a empresarios como a trabajadores. El comercio exterior, fuente de nuestros ingresos se ha visto notablemente disminuido. El turismo ha sufrido un deterioro inimaginable.
Los ingresos del país, por tanto, disminuyen: Se pone en riesgo la dolarización. Crece el desempleo. La educación tampoco ha podido estar al margen de la pandemia. Los profesionales de la salud corren altos riesgos. Los servicios públicos aún no han colapsado, pero no están tampoco garantizados mucho tiempo. El sistema bancario, por el momento, no ha sufrido quebrantos, pero sus activos y pasivos pueden verse afectados, si la pandemia exige una prolongación de la cuarentena.
Frente a tan dramática realidad el gobierno se verá abocado a tomar decisiones difíciles y críticas.
Toda la ciudadanía está involucrada. Los partidos políticos también enfrentan grandes desafíos. La propia democracia ha sido puesta en debate, dada la necesidad de optar por restricciones a la libertad y con cierto tamiz autoritario. La Iglesia católica no ha podido atender a sus fieles. El ejército y la policía han tenido que volcarse a la tarea de velar por el acatamiento de las disposiciones gubernamentales, a veces con el uso de la fuerza.
El aislamiento social debilita los lazos comunitarios. La solidaridad social no encuentra canales que la hagan fluir. Los efectos sociales de este obligado enclaustramiento son insospechados. Temer que el otro me va a contagiar puede llevar a que veamos al otro como una potencial amenaza, una vez que cese la cuarentena.
Se hace necesario pensar en los más vulnerables. La lógica del mercado choca con el colapso de las relaciones entre oferta y demanda, y con la emergencia social.
Como que los propios conceptos de la economía y de la política exigen otros parámetros. Como que los principios del libre mercado deben flexibilizarse. Las relaciones entre estado y sociedad no deben alentar fracturas. No cabe negar que la pandemia, si bien no hace distingos de clase ni de género, golpea de manera diferente a los más ricos y a los más pobres. Pero alentar la lucha de estos en contra de los primeros en una coyuntura como la presente, puede agravar la crisis, donde nadie saldrá ganando.
Los países asiáticos, dado su andamiaje cultural, han podido capear el temporal de mejor manera que los países occidentales. “Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa” sostiene un filósofo coreano. (El País, 22-03 2020) ¿Cómo evitar que la conducta que la pandemia exige no acarree al futuro un quebranto de las ideas y principios la democracia?
Los países asiáticos, dado su andamiaje cultural, han podido capear el temporal de mejor manera que los países occidentales. “Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa” sostiene un filósofo coreano. (El País, 22-03 2020) ¿Cómo evitar que la conducta que la pandemia exige no acarree al futuro un quebranto de las ideas y principios la democracia?
El corto plazo se impone sobre el mediano y largo plazo. Las urgencias sobre las importancias. No hay un plan capaz de afrontar esta emergencia desde distintos frentes. No se ve la luz al final del túnel.
De todos los actores, el gobierno es el más activo; la ciudadanía, por obvias razones, recluida en sus casas, no puede ejercer el rol que le corresponde en una democracia; está a la defensiva. Su rol es la obediencia. Difícil que las funciones del estado interactúen entre sí como lo presupone un estado de derecho. Pero el ejecutivo no puede tampoco darse abasto, y tampoco está libre de cometer errores.
De ahí los planteamientos unitarios que proceden de distintos colectivos políticos, como Cauce Democrático, para involucrarnos en el gobierno, no como burócratas sino como corresponsables de las decisiones y medidas que se vea obligado a tomar el gobierno, dadas las circunstancias.
Difícil saber si tal invocación sea recogida por el gobierno y la oposición. Es un planteamiento audaz dada la cultura política imperante en el Ecuador, sobre todo en vísperas de un torneo electoral, en el que cada quien busca diferenciarse de sus oponentes y ganar la adhesión de posibles electores, mediante la capitalización del malestar social generado por la epidemia.
Pero en realidad, todos estamos amenazados por la pandemia. Hace falta una moratoria política que viabilice consensos Cabe que desde los distintos sectores emerjan ideas y propuestas constructivas para armar una plan que abarque las distintas aristas de la crisis. Este plan no debe responder solo a la emergencia sino a lo que se viene después. Si no hay un plan debidamente consensuado, al término de la emergencia, que no se sabe hasta cuándo durará, el país se abocará a un caos social, económico y político de impredecibles consecuencias.
Esto supone un gran desafío no solo para el gobierno, los GADS, sino para las cámaras, bancos, universidades, colegios profesionales, partidos, organizaciones laborales, organizaciones sociales, medios de comunicación, redes sociales.
Será en medio de ese gigantesco esfuerzo común que emergerá un liderazgo social que refuerce la acción del gobierno en el enfrentamiento de la crisis.
Ello entraña una gran apertura mental. El planeta está conminado a poner freno a esta peste. No hay gobierno que posea la varita mágica para resistirla. Las recetas ideológicas se han visto rebasadas. De lo que hoy se trata es de lograr resultados con los menores costos económicos, sociales, ambientales, culturales, políticos.
Los países y gobiernos ensayan y aplican distintas estrategias. Los más desarrollados precautelan sus economías frente a la amenaza de un recesión mundial., poniendo en segundo plano la vida de millones de seres humanos. Los países emergentes somos más vulnerables. Debemos unirnos para que nuestra histórica dependencia no provoque un retroceso en nuestra condición soberana.
El desarrollo científico debe llevarle a la humanidad a descubrir una vacuna que nos libre de este azote. Y ello es algo que exige la cooperación de los países más avanzados, independientemente de sus ideologías.
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