
Muchos cayeron en las trampas del ilusionismo y se convencieron de que el país caminaría por la ruta de la ética, pero de la verdadera ética, de aquella que se sostiene en la verdad, la honorabilidad y la honradez. No la ética de los charlatanes que cuando hablan, se les ve la mentira en los ojos y en los labios. El ilusionista que de su sombrero saca conejos y palomas, ángeles y rosas. Todo verdaderamente cierto.
El ilusionista, ante nuestros atónitos ojos, levantó el mantel de la mesa y, oh milagro de pronto, aparecieron policías con alas de ángeles, no vestidos de ángeles, eran ángeles verdaderamente ciertos, algunos levitaban. El ilusionista pasó delicada y lentamente sus manos sobre todo el espacio de su mesa y, en un abrir y cerrar de ojos, apareció el país entero habitado por estos ángeles. Una suave música de Franz Liszt terminó por convencer al público absorto de que todo era verdad. El país entero se había llenado de angelical bienaventuranza.
Por lo mismo, nadie podía creer las noticias que aparecían en los periódicos porque eran inventos de esa prensa corrupta que lo único que hace es inventarse escenas en las que aparece el mal tan solo para escandalizar a esos pocos ingenuos que aun persisten en negar la invasión angelical.
¿Cuántos policías involucrados en el tema maloliente y perverso del tráfico de drogas? No son únicamente ángeles de alas pequeñas y baja estatura. Al revés, son aquellos que lograron títulos de arcángeles y querubines. Pero, justamente por su calidad espiritual tan elevada, de esos no se dice nada porque en el paraíso no es bien visto que se pronuncien malas palabras como corrupción, negociado, coimas, narcotráfico, trata de personas, contrabando.
Hoy aparece el tema de los traslados porque, por más angelicales que sean, todos necesitan estar cerca de su familia con su esposa, sus hijos, sus amigos. O trabajar en plazas que dan plata. Pero para volar de una ciudad a otra no solo se necesitan alas sino buen viento, ese viento que no se produce en los comunes y legales trámites institucionales si es que no se mueve la maquinita que rápidamente aprendió a soplar y hacer billetes en un solo acto.
Los billetes van y viene en un mercado en el que todo tiene su precio. Los ángeles que dirigen el negocio calculan bien las distancias y también los grados de mando impresos en las alas. Por ello investigaban bien cada caso. Todo se valora para que el negocio sea verdaderamente rentable, porque también hay que pagar silencios y complicidades de arriba y de más arriba.
¿Que tan solo ahora se conocen los festines económicos de estas fiestas angelicales? Una cosa es conocer y otra, muy distinta, divulgar. Así que no es bueno que los ángeles piensen que todos los no ángeles son ignorantes. Tampoco hay que asumir sin más que quienes usan guantes no tienen las manos sucias. No existe la inocencia, y menos aun en aquellos que ahora quieren lavarse las manos y decir que nada sabían del negocio: por favor, ¿no es suficiente su corrupción?
¡Y los ángeles exigen garantías para entregarse a la justicia! Exigen especiales protecciones para entregarse a la Fiscalía. Un pobre diablo que se gana la vida usando el espacio público sin autorización es detenido y paga multa. El incauto conductor que sobrepasó en lo más mínimo el límite de velocidad recibe una tremenda multa. Y todo sin ningún derecho a la réplica. O pagas o pagas. Punto. Y esto porque no somos ángeles ni vestimos uniforme ni llevamos arma alguna al cinto. Los ángeles corruptos exigen garantías, seguramente la de no perder sus alas. ¿Acaso no fueron ellos mismos los que le confesaron a un ex asambleísta buena parte de sus institucionales fechorías?
¿Quiénes serán esos altos funcionarios que también habrían recibido parte del dinero producido en el angelical paraíso policial? ¿Acaso no fue ya detenido un Comandante? Como si se ignorase que no son posibles estos delitos institucionalizados sin la complicidad de oídos sordos y miradas bizcas de ciertas autoridades. Pero en ese espacio del poder se quemarán las alas y se silenciarán las bocas y se esconderá la ley en algún pozo ciego.
Se citaban en restaurantes, negocios, viviendas y cuarteles policiales. Cada semana, esos lugares eran los puntos donde se entregaba un listado de hasta 30 nombres de agentes que pedían un pase para trabajar en otras ciudades del país. Y ninguna autoridad sabía nada. ¿Tienen todos las manos limpias o las alas rotas?
Y sin embargo se mueve. Y sin embargo, es indispensable la policía. La sociedad la necesita. Pero estas denuncias y otras más no solo echan leña al fuego sino que también exigen que el poder piense en una reorganización institucional, pero no solo del personal, sino de los fundamentos teóricos, sociales, políticos de la institución que, tal vez, posea demasiadas partes de su cuerpo en plena descomposición.
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