
Si, como sostiene José Martí, la libertad es el derecho de una persona a ser honrada y a decir lo que piensa sin hipocresía, queda claro que la política ecuatoriana es una política de esclavos.
En este medio todos son esclavos de algo. Esclavos de su ego, de su afán de riquezas, de sus dogmas y prejuicios, de su miedo. Esclavos de su ignorancia, de su tontería, de su ineptitud. Esclavos de sus resentimientos y sus ansias de poder.
En este medio, y cada día nos da razones para afirmarlo, nadie puede ser honrado. Tampoco puede decir lo que piensa y revelar públicamente las condiciones de los acuerdos que establece en el ejercicio de la actividad política y en la administración del Estado.
El embajador norteamericano en Ecuador afirma que en la fuerza pública hay narcogenerales, y las autoridades se hacen las sorprendidas. Sorprendidas ellas, que sabían desde hace mucho, pero nunca lo dijeron, lo que el embajador de los Estados Unidos reveló a la prensa.
Sabiéndolo, sin embargo, se contentaron con impedir el ascenso de varios generales a los más altos puestos de la cúpula policial y ahí se quedaron. No iniciaron ningún proceso disciplinario en su contra y tampoco los denunciaron en la Fiscalía. El Ministerio de Defensa, por su parte, optó por el silencio.
Borregos o autómatas es lo que quiere Iza, tan parecido a Correa en su dogmatismo, su estrechez mental y su egolatría. Como buen líder fundamentalista, considera que su misión en la vida es la domesticación de los demás, sean estos seguidores de su fe o gentiles
“Aquí no caben los librepensadores”, dijo Leonidas Iza, el presidente de la Conaie, refiriéndose a los asambleístas de Pachakutik que no hacen lo que él, en su papel de mandamás, quiere. Quien no es libre no solo de decir lo que piensa, sino de pensar por sí mismo, es algo menos que un esclavo: una máquina programada. Eso: borregos o autómatas es lo que quiere Iza, tan parecido a Correa en su dogmatismo, su estrechez mental y su egolatría. Como buen líder fundamentalista, considera que su misión en la vida es la domesticación de los demás, sean estos seguidores de su fe o gentiles.
Deshonestidad e hipocresía, estas, las señas de identidad de los políticos ecuatorianos. El que se dedica a la política en el país pierde, automáticamente, el derecho a ser honrado y a actuar con libertad, es decir, de acuerdo con su conciencia. Si alguno, por ahí, intenta ejercer ese derecho, los demás sonríen. Saben que es cuestión de esperar. Con el tiempo, el aspirante a honrado asienta bien los pies en la tierra y cede, cuidándose, eso sí, de procurarse una justificación cualquiera para su caída.
La falta de honradez y libertad intelectual son las condiciones de la prosperidad personal en la política ecuatoriana. Y no solo en el mundo de la política, también en ámbitos tan importantes en la formación de ciudadanos como los del arte y la cultura. Para formar ciudadanos necesitamos librepensadores y libre circulación de obras y de ideas, y no capillas de amiguetes o correligionarios dedicados a intercambiar favores y alabanzas y a ignorar o perseguir a los que no forman parte de su gueto artístico, ideológico o académico.
Sin gente educada para la libertad y la democracia, la política ecuatoriana seguirá siendo lo que ha sido hasta ahora: una política de esclavos gordos y satisfechos, moral e intelectualmente castrados.
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