
Es PhD por la Universidad de Pittsburgh y tiene una maestría en estudios de la cultura en la Universidad Andina Simón Bolívar y una licenciatura en historia en la PUCE. Es profesor en Whittier College, California, Estados Unidos.
Las noticias que los ecuatorianos hemos recibido en las últimas semanas son desconcertantes. De un lado, nos encontramos con un gobierno metido en una guerra por el control de las redes sociales. Hemos visto cómo el secretario de Comunicación, Fernando Alvarado, se transformó en columnista para defender la postura del gobierno ante la crítica recibida por meterse en semejante guerra y, para sorpresa de todos, su defensa consiste en una serie de descalificaciones e insultos.
También hemos sido testigos de la sanción arbitraria a Xavier Bonilla, Bonil, por una caricatura que se tilda de discriminatoria sin las pruebas suficientes para demostrar tal cosa. Javier Ramírez, campesino y dirigente de la comunidad de Íntag fue sentenciado por rebelión contra el Estado por mantener su lucha de muchos años en contra de la minería a gran escala. Como Ramírez ya cumplió los 10 meses de cárcel, la única buena noticia fue su inmediata liberación.
El último fin de semana, el presidente, Rafael Correa, defendió el cambio de la Estrategia Intersectorial de Planificación Familiar y Prevención del Embarazo Adolescente (ENIPLA) que ahora se llamará Plan Familia Ecuador y lo puso en manos de Mónica Hernández, quien se presume es cercana al Opus Dei. El Plan Familia Ecuador, según el mismo Correa, combatirá un problema de salud pública como el embarazo adolescente por medio de la educación en los valores familiares y una dura crítica a lo que el mandatario llama el placer por placer. La meta ahora es promover una mayor abstinencia sexual entre los adolescentes.
Por otro lado, en la oposición, se produjo una extraña alianza política. El actual prefecto del Azuay, Paúl Carrasco, hombre cercano a la izquierda que abandonó el gobierno de Correa por su autoritarismo, se alía con un viejo cuadro de la derecha ecuatoriana, Jaime Nebot Saadi, alcalde de Guayaquil, ex-socialcristiano, cuya hoja de vida lo muestra como uno de los líderes más autoritarios del país, y con la derecha emergente en Quito representada por el alcalde Mauricio Rodas.
Ante este tipo de noticias, muchas personas nos vemos abocadas al siguiente dilema: por un lado, está la consolidación de un modelo estatal autoritario por parte del gobierno que criminaliza la protesta y cierra los canales de expresión del descontento social; por otro, el ideal no menos autoritario de una derecha, cuyas reivindicaciones liberales son tan sólo una máscara para hacer del Estado un mero instrumento al servicio de los procesos contemporáneos de acumulación de capital.
Ante este dilema, hay quienes consideran que la prioridad es recuperar los valores republicanos y formar alianzas en donde primen unos consensos mínimos y “la pluralidad”. Ante la concentración de poder en el Ejecutivo y las contradicciones del oficialismo, estas alianzas ven a Correa como el enemigo a vencer y, por ende, lo transforman de manera negativa en el elemento aglutinador. En estas alianzas, aparecen sectores de centro-izquierda, centro-derecha y derecha, como ejemplo de ello, tenemos la alianza antes mencionada entre el prefecto y los alcaldes. Pero, si analizamos lo que sucede en el gobierno, vemos que se compone de un sistema de alianzas similar e igual de plural entre sectores de las izquierdas “anti-imperialistas” y tecnocráticas, la centro-derecha o la derecha.
Soy bastante escéptico que el primer tipo de alianzas logre desmontar el Estado autoritario vigente, pues muchos de los grupos que las integran en realidad aspiran a beneficiarse del mismo o, en su defecto, implantar otra vez el Estado (neo)liberal autoritario que funcionó en las décadas de los 80 y 90. Los dos bloques, por otra parte, no son diferentes el uno del otro; por el contrario, ambos funcionan a partir de la lógica del espejo en donde la meta de cada bando es la creación de alianzas ya sea para garantizar el acceso a determinadas instancias del aparato del Estado o para consolidar a determinados grupos de poder.
En la coyuntura actual, la izquierda ecuatoriana, a mi juicio, debiera seguir un camino diferente. En lugar de buscar la toma del Estado, es mejor resistirse a ello. Las anteriores alianzas electorales con los dos últimos presidentes elegidos en el Ecuador, Lucio Gutiérrez y Rafael Correa, fueron exitosas, pero hicieron mucho daño debido a que generaron divisiones y disputas por cuotas de poder. Por eso, antes que pensar en la vía electoral, me parece más oportuno que la izquierda cure sus heridas, haga una profunda autocrítica de sus sistemas de alianzas anteriores y se fortalezca a partir del diálogo directo con las bases de sus movimientos.
Asimismo, aunque nuestra obligación es continuar la crítica permanente y sin ambages al autoritarismo del gobierno, considero que el sentimiento o la pasión anti-correísta no puede constituirse en el factor que una a las izquierdas. Eso, en primer lugar, reproduce la lógica amigo/enemigo conduciéndonos a una política reactiva, que nos ciega y nos hace perder la perspectiva al poner a Correa en el centro de la discusión en lugar de nuestras propuestas de país; en segundo lugar, este camino nos llevaría a profundizar la crisis en las izquierdas y repetir una vez más la larga historia de alianzas electorales desafortunadas.
Desde mi perspectiva, por el contrario, es más importante pensar en el largo plazo y buscar puntos de encuentro que den impulso a la movilización o protesta social ya sea desde la lucha ambientalista o la igualdad de género, los territorios ancestrales y los movimientos populares; abrirnos y conocer las diferentes facetas del Ecuador local; afinar nuestra crítica a los procesos de acumulación tanto en la faceta neodesarrollista como en la neoliberal; recuperar los espacios del disenso social; definir nuevas posibilidades de democracia participativa porque las que teníamos fueron cooptadas por el gobierno o ineficientes; entre muchas cosas más.
La mejor manera, en mi opinión, para desmontar la maquinaria autoritaria del correísmo y evitar que venga otro grupo de las viejas o nuevas derechas a usufructuar del mismo, es trabajar directamente con las organizaciones populares existentes (indígenas, ecologistas, obreros, de mujeres, maestros, estudiantes, etc.) y que entre ellas surjan las alianzas necesarias.
En la actualidad, esto se presenta como una tarea titánica porque estas organizaciones han sido divididas por el gobierno por medio de la creación de gremios paralelos o para-estatales y se encuentran bastante debilitadas. Considero, no obstante, que nuestra labor es más provechosa si en lugar de intentar redefinir el tablero político a partir de componendas electorales de tipo coyuntural, apoyamos a estos movimientos para que puedan fortalecerse y ser ellos los que guíen las luchas de las izquierdas.
No es conveniente, sin embargo, que la movilización social tenga como meta la caída del correísmo, eso sería un error muy grave. Una cosa es defender los derechos de los pueblos y de la gente, imaginar nuevos mecanismos de presión para obligar al gobierno a negociar, otra muy diferente querer tumbarlo. Esta última hoja de ruta es sumamente peligrosa debido a que la represión podría recurrir abiertamente al terror sangriento ya sea por parte del correísmo con el fin de conservar el Estado o, si llegara a caer, por el vacío de poder que pudiera generarse.
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