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14 de Diciembre del 2014
Ideas
Lectura: 5 minutos
14 de Diciembre del 2014
Juan Cuvi

Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.

Posmodernidad y premodernidad verde flex
Si la modernidad delimita la cancha en la cual todos suponemos jugar, la orilla opuesta al doctor Mera ha sido ocupada por el Presidente de la República. La descalificación a una concejala del Municipio de Guayaquil por sus rasgos somáticos y por su apellido constituye una descarnada lección de premodernidad.

Alexis Mera, Secretario Jurídico de la Presidencia, acaba de darnos una cátedra magistral de posmodernidad. En una entrevista radial con Andrés Carrión afirmó, pese a todas las evidencias que lo desdicen, que siempre ha sido un hombre de izquierda. Inquirido por el periodista sobre su colaboración con León Febres Cordero, admitió que fue su asesor personal cuando ejerció el cargo de alcalde de Guayaquil, pero no mientras fue Presidente de la República.

Mera admitió, sin el más mínimo empacho, que en el Gobierno de Febres Cordero se cometieron violaciones y abusos sistemáticos a los derechos humanos, prácticas con las cuales él jamás podría estar de acuerdo, a diferencia de lo que ocurre con una administración municipal, donde, según el personaje de marras, solamente se dedican a reparar calles y hacer obras físicas. Más o menos como integrar el equipo de golf de Pinochet luego de rechazarle tajantemente un Ministerio.

Una de las principales características de la posmodernidad es el relativismo cultural, político, ideológico, sexual y hasta étnico, donde lo que importa no son los hechos sino sus interpretaciones. El ser ha sido remplazado por el parecer. La clave, entonces, radica en la capacidad de cada individuo para proporcionarse una identidad, para auto-representarse más allá de toda lógica o coherencia.

Marguerite Yourcenar decía, a propósito del emperador Adriano, que el diagrama de una vida humana no se compone de una línea horizontal y dos perpendiculares, sino más bien de tres líneas sinuosas, perdidas hacia el infinito, constantemente próximas y divergentes: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser y lo que ha sido. La posmodernidad prácticamente ha logrado condensar la vida de los seres humanos en la primera de esas tres líneas. La volatilidad de los referentes permite que cualquier persona asuma los roles que considera pertinentes o legítimos; la transitoriedad de los acontecimientos también permite que se muten esos roles con el más absoluto desenfado.

Todo es cuestión de acomodarse a las circunstancias. Gracias a la auto-afirmación ideológica, las personas pueden saltar de un casillero a otro sin mayores consecuencias… ni siquiera éticas o sicológicas, puesto que todo está permitido y aceptado.

Si la modernidad delimita la cancha en la cual todos suponemos jugar, la orilla opuesta al doctor Mera ha sido ocupada por el Presidente de la República. La descalificación a una concejala del Municipio de Guayaquil por sus rasgos somáticos y por su apellido constituye una descarnada lección de premodernidad. Es una visión filosófica y política previa al liberalismo. Es decir, antecede a la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que consagraban, entre otras cosas, la igualdad de los individuos ante la ley.

De paso, Correa nos ha descalificado a la mayoría de ecuatorianos y ecuatorianas, empezando por su propia familia. Porque desde esta lógica tan primaria, quienes no tenemos apellidos originarios, o quienes se tiñen el pelo de rubio, de zanahoria o de rojo estridente, estaríamos excluidos de toda representación ciudadana; casi que entraríamos en la categoría de extranjeros con derechos restringidos. A menos que a partir de ahora la nacionalidad no se establezca por principios jurídicos y constitucionales sino patronímicos y somáticos, el comentario del Primer Mandatario está fuera de todo lugar, tiempo y sentido. Es un retorno a la estratificación social de la colonia.

Los intentos teóricos por biologizar la política, la sociedad o el comportamiento humano naufragaron a finales del siglo XIX. El organicismo de Spencer, el darwinismo social o  la criminalización de Lombroso a partir de la fisonomía humana, vivieron su cuarto de hora durante el declive del positivismo. Luego solo quedó el horror de la ramplonería y del racismo nazis para justificar el genocidio de la diferencia. Se remplazó la filosofía por la más pedestre de las políticas: eliminar a los oponentes a partir de la clasificación racial y cultural. La circuncisión suplantó a las ideas. Como hoy se pretende hacer con el color de los ojos.

[PANAL DE IDEAS]

Patricio Moncayo
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