La historia de la humanidad se compone de períodos que surgieron luego de acontecimientos muy particulares que marcaron un antes y un después. Entonces se produjeron cortes epistemológicos que llevaron a los pueblos a la construcción de nuevos sentidos y otras formas de entender el mundo y de habitarlo. Se trata en definitiva de nuevos modelos tanto lógicos como existenciales. Es decir, hay un antes y un después.
Los cambios representacionales tienen que ver no solamente con los modos de interpretar el presente y el futuro que va llegando. También nos permiten ver e interpretar de otra manera el pasado reciente que aún actúa en nuestras cotidianidades.
Aun cuando quizás la mayoría no se percate de ello, hemos dado inicio a otro mundo sostenido en otras formas de vivirlo e interpretarlo. Se han producido otras realidades que, de una u otra manera, afectan directamente a los sistemas representacionales y a la vida cotidiana.
En otras palabras, se ha dado inicio a una nueva era
Aunque los acontecimientos parecerían ser los mismos, sin embargo, sus sentidos empiezan a ser diferentes a los del pasado. Y necesariamente tienen que serlo porque se ha producido una suerte de giro epistémico, social, económico, político y cultura. Aun cuando no reparemos en ello, todo empieza a ser diferente.
De esta manera se ha hecho la historia de la humanidad. Cataclismos naturales y guerras internacionales provocaron la construcción de nuevas actitudes ante el mundo. También promovieron la creación de otras interpretaciones tanto de las realidades cotidianas como del mismo pasado.
la pandemia ya ha colocado en nosotros series de interrogantes sobre lo que serán los futuros cercanos y lejanos. Le dio un vuelco al ritmo de la historia. Hizo que perdiera parte de su continuidad. Logró que lo previsible que aun nos sostiene se convierta en duda e incluso en temor.
La pandemia del corona-virus no puede ser vista tan solo como un conjunto de hechos y situaciones que llegaron y que permanecerán en el mundo de los recuerdos y de la historia como un acontecimiento limitado por sí mismo en su tiempo.
De hecho, la pandemia ya ha colocado en nosotros series de interrogantes sobre lo que serán los futuros cercanos y lejanos. Le dio un vuelco al ritmo de la historia. Hizo que perdiera parte de su continuidad. Logró que lo previsible que aun nos sostiene se convierta en duda e incluso en temor. Elementos indispensables para el nacimiento de una nueva era.
Por cierto, aún no se perciben los inicios de estos cambios en todas sus dimensiones significantes. Primero porque recién se están produciendo. Y segundo porque todavía nos encontramos aferrados a un pasado que nos hizo, a un futuro que lo suponíamos previsible y a estilos de vida que aun forman parte de nuestra propia identidad.
Hay un miedo sostenido a dejar de ser lo que fuimos
Un ejemplo aparentemente sencillo: la presencialidad escolar. Desde luego que se esperaba que los estudiantes no se adaptasen rápida y eficientemente a la nueva modalidad. Sin embargo, mucho más que la ausencia del maestro, lo que en verdad les hizo falta fue la presencia de los compañeros y amigos en el aula. No el aula como lugar de la enseñanza-aprendizaje, sino el aula en tanto escenario de la presencia del otro compañero, del otro amigo e inclusive de un otro rival. También del otro que es capaz de movilizar las primeras fantasías y los primeros deseos.
Es precisamente este factor el que debería pesar en las propuestas de cambio que se imponen. Ya no regresar por regresar a un aula apolillada por la rutina y la ausencia de libertad y creatividad.
Urge la creación de nuevas pedagogías en buena medida sostenidas en la informática y robótica. Desde luego que nos duele pensar que el libro y las bibliotecas, más temprano que tarde, se fosilizarán en los museos.
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