
Según el Ministerio de Salud, el país estaría preparado para detectar posibles casos de coronavirus cuando el mal se presente entre nosotros. Si llega en avión, lo detendrán en el aeropuerto: posiblemente lo reembarquen en el avión que vino porque ni siquiera le permitirán tocar tierra ecuatoriana. Será tratado como merecen todos aquellos personajes que vienen a ocasionarnos más males de los que ya tenemos. Y no es que, en este caso, una mancha más no le haga al tigre.
Uno se queda atónito cuando escucha a personeros del sistema nacional de salud. Es que hablan con tanta seguridad que cualquier duda sería una verdadera afrenta a la autoridad. Porque todo supuestamente estaría ya listo y previsto para enfrentar al enemigo que silenciosa y perversamente es capaz de introducirse, sin ser llamado, en cualquier lugar del país para sembrar dolor y muerte. Nada de esto acontecerá por acuerdo ministerial.
Es propio de nuestras autoridades hablar ex cátedra cuando afrontan realidades complejas y muy complejas. A ratos incluso asumen poses y lenguajes de profetas. Como si el virus viniese necesaria y exclusivamente en avión o en barco. O en pacientes ya sintomáticos. Desde esas posiciones se vuelve difícil tomar conciencia clara de la magnitud de un mal nada dispuesto a respetar las normas sanitarias del país. Desde esas posturas es difícil tener una conciencia clara de la magnitud de la amenaza y, en consecuencia, armar y sostener un plan estratégico de prevención y de tratamiento.
Y este es el punto de inflexión en los discursos: para cuando llegue. Es obvio que todos deseamos que nunca llegue. Pero, tarde o temprano llegará y no respetará todas las normas impuestas por las autoridades de salud.
Está bien que en puertos y aeropuertos se dé una permanente vigilancia epidemiológica. Pero es necesario pensar en un país de fronteras abiertas del que a diario entran y salen miles de propios y extraños sin control de ningún orden y menos todavía de control epidemiológico.
Es propio de nuestras autoridades hablar ex cátedra cuando afrontan realidades complejas y muy complejas. A ratos incluso asumen poses y lenguajes de profetas. Como si el virus viniese necesaria y exclusivamente en avión o en barco. O en pacientes ya sintomáticos.
Con el paciente chino en el que se sospechó la presencia del mal se obró adecuadamente. Pero una epidemia no respeta límite alguno. Y lo cierto es que desde hace años, vivimos con las fronteras abiertas al bien y al mal., a la salud y a la enfermedad. Y así como han ingresado ciudadanos socialmente sanos, también han llegado los del hampa y la crueldad. ¿No fue posible detenerlos a tiempo e impedir su ingreso? Claro que sí. Pero el supuesto sistema de control no funciona. Finalmente, lo que resta son las lamentaciones.
Y una honorable mujer fue vilmente asesinada al salir de uno de los centros comerciales de la capital. Este asesinato da cuenta de cuán expuestos nos hallamos todos a una violencia descontrolada y sin límite alguno. Mientras tanto, los responsables se rasgan las vestiduras. Sociedad farisaica.
El coronavirus es un delincuente que no respetará los controles epidemiológicos y terminará instalándose en cualquier espacio. Por ende, es indispensable que el país entero forme parte de una suerte de perenne vigilancia epidemiológica para evitar su presencia o detectarla de manera inmediata. Para ello, hará falta que se junten para trabajar por igual los ministerios de educación y de salud. Que se hagan alianzas con los medios de comunicación, especialmente con las redes sociales para crear una perenne actitud de alerta. Que no se espere la primera víctima mortal para, tardíamente, pretender resucitar al muerto.
De modo alguno se trata de escandalizar. Tan solo de ser realistas. Si el vicepresidente anuncia con bombos y platillos que viajará a China, es asunto de él, por supuesto. Pero será una decisión inadecuada y muy poco inteligente. La tecnología nos ofrece muchas alternativas para reunirnos y negociar sin salir de casa. Salvo que se crea que el virus lo respetará por su poder político, lo cual, no acontecerá. Una pregunta inocente: ¿cuál será su verdadera urgencia?
Casi por regla, a las epidemias les agradan los espacios de las precariedades económicas y sociales. Se esperaría que el gobierno tome muy en serio la amenaza de este virus. No sea que, en poco tiempo, tengamos que volver a las páginas de la peste camusiana. Porque finalmente, los pobres y desprotegidos serán la carne de un cañón que dispara muerte.
En consecuencia, volver a las actividades de prevención. Y las primeras estrategias tienen que ver con la información, educación y la vigilancia epidemiológica. El país debe estar oportuna y adecamente informado. El silencio y la mala información fácilmente se convierten en caldo de cultivo de muchos males, incluida la muerte: Ave, César, los que van a morir te saludan.
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