Director de Plan V, periodista de investigación, coautor del libro El Gran Hermano.
Cientos de personas hacen fila en las oficinas del Registro Civil en el centro norte de Quito para sacar un pasaporte. Bajo un sol canicular, por otro lado camina también una fila paralela para sacar la cédula de ciudadanía. Los ciudadanos, familias en algunos casos, mientras avanzan lentamente, son acosados sin piedad por vendedores y tramitadores. Alguien detrás de uno menciona la palabra turno: ya viene la señorita de los turnos, dice, con un cierto temor reverencial, el del ciudadano sometido al poder del burócrata. Pasa una señorita, efectivamente, con overol impermeable y doble mascarilla y protector facial, y con la nula cordialidad que les caracteriza exige a cada persona que muestre su cédula y la anota en un papelito. Ese papelito es la garantía para entrar. La razón de este primer requisito, uno de muchos que vendrán, es que hay personas que hacen la cola muy temprano y venden los turnos. No hemos cambiado en cien años.
La fila ha crecido ya una cuadra, y el distanciamiento físico es de menos de 50 centímetros de uno con otro. Al final de la cola, se baja unas gradas y luego de media hora se alcanza a ver la meta añorada: una puerta con un letrero que dice Pasaportes, controlada por dos guardias con termómetro y un policía. Los guardias atienden esa fila pero también una fila paralela que se va formando al lado de la puerta, por personas que preguntan por algo y terminan dentro del edificio. Mujeres con niños pequeños pasan sin hacer la larga cola, personas que, dicen, son de la tercera edad (porque nadie lo confirma) y pasan, personas que dicen que adentro les esperan, y pasan... Finalmente uno también pasa, a otra cola de unos 30 minutos, a una ventanilla donde una señorita muy atareada pide a cada uno el turno, le pide la cédula, revisa papeles legales sobre menores de edad... Una sola persona para atender a cientos. Una sola. Que a veces se va a atender, supongo, otras necesidades y deja a todo el mundo esperando. A veces esta funcionaria se toma su tiempo en uno que otro caso especial, la gente, resignada, espera, no vaya a ser que si reclama la funcionaria arbitrariamente lo haga salir con el guardia. Esta funcionaria es el tercer filtro del día, y luego uno entra ya a pagar 90 dólares en una agencia bancaria interna y a esperar un turno para entregar los datos y tomarse la foto. Ahí el proceso es rápido, la foto, la verificación de los datos. Pero larga es la espera para recibir el pasaporte. Desde que empecé la cola, han pasado tres horas. No sé porqué me siento agradecido como todos los demás, con los funcionarios que tienen la obligación (y no la bondad) de atendernos. Así es como el derecho de uno se convierte de dádiva burocrática.
Leo que en Cuenca, cientos de personas, la mayoría humildes, deben dormir desde la noche anterior para obtener un pasaporte. Leo que cientos de personas deben hacer largas filas en el SRI para que alguien les haga caso sobre gestiones que no se pueden hacer por internet. Leo que cientos de usuarios de la administración de justicia deben hacer largas colas por varias horas para entregar un escrito. Veo cientos, miles de personas que deben estar sometidas a los tiempos que nos imponen servicios estatales de última categoría, cuyos horarios, condiciones, papeleos son manejados por funcionarios, que lo último que les interesa es el bienestar y el tiempo de los ciudadanos que, con sus contribuciones fiscales, pagan sus sueldos.
El servicio público para los contribuyentes ecuatorianos es una vergüenza. Ponerse una vacuna, algo tan simple como un pinchazo, se convierte para el ciudadano en una tortura y motivo de angustia. El Estado cobra impuestos, exige pagos a tiempo, impone papeleos, pero es incapaz de devolver, con un mínimo de empatía al menos, esos esfuerzos de la sociedad.
¿Por qué, para obtener un derecho, un documento, un permiso de funcionamiento, una licencia, una vacuna, una cédula, una consulta médica, un pasaporte... el ciudadano tiene que ser sometido a una burocracia incapaz de servir a los contribuyentes y que encima lo maltrata y atiende como si hiciera un favor? ¿Por qué para contribuir con el Estado y la sociedad, ese mismo Estado te somete a humillaciones?
Yo creo, como también creo en las excepciones, que la burocracia que atiende al público se ha convertido en una casta que se cree superior o más importante que el hombre de a pie. Organizan su mala atención en función de su bienestar y no del bienestar del hombre común.
Está bien que el presidente Lasso y sus ministros lleguen al gobierno con grandes propuestas y promesas, con grandes personajes absolutamente capacitados para el cargo. Está muy bien que el nuevo gobierno quiera hacer grandes cosas con el país, que hable de libertad, democracia, libertad de expresión, lucha contra la corrupción y todo eso. Que busque entrar en la Historia, donde seguramente Lenín Moreno cree que está por haber defendido épicamente la libertad, la democracia, frente al demonio correísta que amenaza todos nuestros grandes sueños (Dios le pague).
Presidente Guillermo Lasso, está bien que quiera cambiar al país, pero empiece por las pequeñas cosas. ¿Es posible lograr lo más pronto que las personas no hagan colas de horas para nomás de obtener su cédula o su pasaporte? ¿Es posible que a la ratificada directora del SRI se la obligue a facilitarle la vida a los contribuyentes?
Está bien que el gobierno y los legisladores, —a cada uno de ellos, quien lo niega, le sobra importancia y le espera un destino luminoso al servicio de la Patria— propongan grandes cambios, obras espectaculares. Las revoluciones, nadie lo duda, deben ser heroicas; la lucha por la democracia debe ser épica, la lucha contra la corrupción debe ser de héroes y próceres. Estos grandes propósitos arrastran grandes ilusiones, y la gente se ilusiona, como no, porque cree que eso le va a permitir vivir mejor, trabajar sin grandes estorbos, descansar con tranquilidad, viajar con comodidad, hacer comercio, sembrar, producir con honradez sin grandes dificultades salvo las que deriven de su propia actividad; porque cree que podrá estudiar lo que le gusta sin problemas... en fin, porque cree que lo que contribuye día a día al erario nacional será devuelto con una sola moneda: que lo dejen vivir y trabajar en paz.
Pero mientras los políticos piensan en los actos y logros heroicos, los funcionarios toman decisiones y diseñan procesos en sus instituciones, pensando en resolver los problemas de la burocracia más que en facilitar la vida y el bienestar de los ciudadanos. En las aduanas creen que aumentando requisitos y papeleos se acaba el contrabando (hasta importar libros es una tarea tortuosa, o importar cualquier cosa que le sirva al ciudadano para vivir o trabajar mejor. Pero eso sí, las calles están llenas de ese veneno de cigarrillo chino que es contrabando y está prohibido). En las agencias de tránsito se cree que poniendo más inspecciones, operativos, obstáculos y filtros a la circulación, radares cada cien metros, se garantiza la seguridad vial ...y ya vemos los resultados; si al SRI se le ocurre aumentar papeleos, requisitos, cambiar formularios, es porque cree que con eso va a evitar la evasión (aumentan códigos QR, firmas electrónicas y todas esas cosas para dizque facilitar los trámites pero a la par te clavan otros formularios y requisitos). Presentar copias de cédulas (a color o en blanco y negro según se le dé la gana al funcionario de la ventanilla) en todas partes, certificados de votación o de cualquier otro pelaje, tramitar decenas, cientos, miles de permisos para cualquier cosa es un bonus que ofrece la burocracia (y no entro a lo que deben sufrir los afiliados al Seguro Social, porque nos tomaría horas).
Parece que el gobierno, grande o pequeño, central o local tiene perfectamente claro que su función es controlarlo a uno hasta en lo más mínimo, obstruir cualquier emprendimiento por más pequeño que sea, hacernos llenar los formularios que se les da la gana, imponer normas que muchas veces son el capricho del inspector de turno. Y todo esto se "justifica" porque para el burócrata todo ciudadano es sospechoso: es contrabandista, es evasor, es traficante, es tramposo, es "indisciplinado", es contraventor, es delincuente en potencia y es, finalmente, una molestia que le obliga a trabajar y por eso lo hace de mala gana y esperando que le agradezcan.
En todas esas pequeñas cosas que sufrimos los ciudadanos comunes naufragan los grandes actos heroicos de los políticos y servidores de la Patria.
Así que presidente Lasso, empiece por las pequeñas cosas. ¿Es posible lograr lo más pronto que las personas no hagan colas de horas para nomás de obtener su cédula o su pasaporte? ¿Es posible que a la ratificada directora del SRI se la obligue a facilitarle la vida a los contribuyentes? ¿Es posible que todas las entidades públicas que brindan servicio se pongan de acuerdo en reducir al mínimo la tramitología, que es la razón de existir de una burocracia obesa e indolente?
El Estado correísta-morenista heredó a la sociedad una burocracia gigantesca que es proporcional a la cantidad de obstáculos que impone a los ciudadanos. Este Estado (contando también con los municipios, que actúan como Estados chiquitos) está lleno de las llamadas agencias de control que, en casi todos los casos, no controlan nada y que solo sirven como aduanas.
Es deber del gobierno de Lasso liberar al ciudadano que trabaja honradamente de la tiranía de esas pequeñas cosas, de liberar al ciudadano de ese sometimiento esclavizante de la burocracia, de sacarnos de esa asfixia que el poder burocrático le ha impuesto a la sociedad. Un poder tiránico que humilla, controla, esclaviza y mata a la sociedad.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]
NUBE DE ETIQUETAS
- Arriba Ecuador
- Caso Metástasis
- Galápagos Life Fund
- No todo fue una quimera
- serie libertad de expresión
- serie mesas de diálogo
- Serie María Belén Bernal
- 40 años de democracia
- serie temas urgentes post pandemia
- coronavirus
- corrupción
- justicia
- derechos humanos
- Rafael Correa
- Lenin Moreno
- Correísmo
- Dólar
- Ecuador