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19 de Abril del 2021
Ideas
Lectura: 5 minutos
19 de Abril del 2021
María Amelia Espinosa Cordero

Abogada con experiencia en políticas públicas y sociales, cofundadora y directora general de Fundación IR, "Iniciativas para la Reinserción"

Presidente, no se vaya sin dejar huella
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En su despacho reposa un pedido de indulto. Dos mil novecientas personas privadas de libertad han sido preseleccionadas cumpliendo el escrutinio de no alarmar al rico, al indolente, al que va a las manifestaciones por Facebook.

El compromiso obliga a construir, a permanecer, a transformar. Es un proceso infinito que no permite que nos deslindemos de los demás. Y yo puedo entender en su caso, Presidente, que no tenga interés alguno en mantener vínculos con los millones de ciudadanos, cientos de miles de migrantes que habitan-transitan las calles, miles de seres que viven a la sombra en nuestro país. Entiendo, pero me resisto.

Me cuesta creer que nos llenemos la boca hablando de empatía, y nos dé auténtico asco ponernos los zapatos del discapacitado, del negro, del preso, de la prostituta, del venezolano… De los padres del mecánico que agonizaba desde hace más de dos años en la cárcel de Portoviejo.

Preso por la comisión de un delito de robo —de un celular del que sólo se encontró la carcasa en poder de los “culpables”—, fue desvaneciéndose a manos de un Sistema incapaz de garantizarle condiciones dignas y atención médica. Jonathan fue trasladado al hospital treinta veces, de las cuales cinco pasó por la unidad de cuidados intensivos y tres debió ser intubado. Su cuerpo no resistió: murió de un paro cardiaco el sábado pasado.

Usted ofreció cumplir siete Misiones, modificar las condiciones estructurales de desigualdad, avanzar hacia una sociedad solidaria. Su Plan nutrió de humanidad a la desgastada política pública ecuatoriana; le puso cara y manos con gestores comunitarios y sociales; propuso puentes que redujeran brechas entre la élite y las periferias, y conozco gente-funcionarios excepcionales que los cruzaron.
No es suficiente, dirán los críticos. No lo es. Nunca es. Por eso, quiero proponerle un negocio que amaine en algo la pena [la culpa] de lo incumplido, de lo no recorrido: ¿le suena la palabra “rehabilitación”?

En su gobierno la institucionalidad encargada se modificó en cuando menos dos ocasiones, desfilaron tres máximas autoridades, se declaró-renovó el estado de excepción cuatro veces —a falta de una quinta que se reemplazó con resoluciones de emergencia dictadas por el ente rector para comprar armas y chompas y contratar personal de seguridad [¡plop!]—, se asesinó a tiros a dos funcionarias cuyo pecado parece ser que trabajaban bien... Cincuenta y tres personas se suicidaron. Ciento setenta y siete murieron en masacres internas.

Cierto es que cuando tocamos lo Público sale pus; el problema es que, al tocar las cárceles, además sale sangre. No se manche las manos, Presidente

En mil cuatrocientos días usted dictó diecinueve decretos en el marco de la excepcionalidad [dícese de aquello que ocurre rara vez]: 21% correspondieron al sistema carcelario. Entretanto, doscientos treinta seres humanos murieron bajo [su] custodia del Estado. Jonathan acaba de fallecer.

Cierto es que cuando tocamos lo Público sale pus; el problema es que, al tocar las cárceles, además sale sangre. No se manche las manos, Presidente. Usted todavía puede darnos una lección de humanidad [y ganarse, así como quien no quiere la cosa, el sacro reconocimiento de las organizaciones y organismos internacionales de derechos humanos].

En su despacho reposa un pedido de indulto. Dos mil novecientas personas privadas de libertad han sido preseleccionadas cumpliendo el escrutinio de no alarmar al rico, al indolente, al que va a las manifestaciones por Facebook; más de dos mil presos pueden salir a la calle mañana si usted se atreve a condolerse con el luto que sufrimos quienes todavía creemos en la utopía de un tiempo mejor.

Todos han cometido delitos menores, todos cumplen condenas inferiores a tres años y han pagado más del 60% de la pena impuesta. Ninguno tiene procesos penales pendientes en su contra. Todos, sin excepción, merecen una oportunidad.

Jonathan y sus padres merecían esta oportunidad, porque aunque no lo pensemos, el preso no viene solo: en nuestras cárceles no están presas 38.547 personas, están presas 38.547 familias. Si nos quitamos la máscara y somos capaces de reconocernos en el otro, cada uno podría optar a una plaza en empresas que llevan adelante programas de responsabilidad social.

La modernidad de lo obsoleto nos ha enseñado a despedirnos sin decir adiós. Pasamos por la puerta, los cargos, los sueños, con apenas conciencia de que quien no deja huella no cuenta. Vivimos atolondrados en el tiempo del mañana; pero usted, hoy, muéstrenos que no todo está podrido-perdido.

Váyase por la puerta grande, Presidente. Suture, al menos, esta herida latente.

Usted, no se vaya sin dejar huella.

[PANAL DE IDEAS]

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