
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
No solo es el consumo la clave para la reactivación productiva y económica. También lo es la producción de conocimiento y sus requisitos previos: una muy buena calidad en la educación, en todos los niveles, para que sea relevante y formativa, y la investigación que aporte a comprender y enfrentar los problemas sociales. ¿Las autoridades advierten esta relación?
Probablemente algunas si. Otras no, en modo alguno. He aquí las razones de mis dudas.
El año pasado los responsables de administrar la educación superior recortaron los presupuestos que entregaban a las dos universidades dedicadas exclusivamente a los estudios de postgrado, es decir a la investigación, especialización y producción de conocimiento. La FLACSO y la Universidad Andina recibieron menos dineros por parte del estado y ello afectó la contratación de profesores, la entrega de subvenciones a sus estudiantes y a la investigación.
Luego vinieron las exhortaciones a las universidades para que eliminen de su oferta académica aquellas carreras que no tenían interesados en estudiarlas. Claro, quienes afirmaron tal recomendación no particularizaron los programas a los que aludían, menos aún ordenaron a las universidades a cerrarlos. Pero la aconsejaron.
Como informa la nota de Primicias, entre las carreras con menos postulantes, están algunas que para el Ecuador de hoy y de los próximos años son indispensables. Por ejemplo, la de hidrología. ¿Cómo pensar su eliminación si la Constitución vigente en su artículo 12 define “el derecho humano al agua (…) [como] fundamental e irrenunciable”? ¿O la de geociencias, siendo Ecuador un país donde hay volcanes y está ubicado en una de las zonas de mayor sismicidad del mundo? En estos exactos momentos sus ciudadanos sufren los efectos de deslaves, inundaciones, erosión regresiva, entre otros fenómenos. ¿Y cómo no asombrarse si los estudios sobre agroindustria alimentaria, energías renovables, gestión territorial del cambio climático y sobre flori-horticultura sean desdeñadas por los aspirantes a seguir estudios universitarios?
En lugar de proponer el cierre de las carreras con poca demanda estudiantil, o que para las autoridades de turno no sean pertinentes, la preocupación de los funcionarios de oficinas como la Senescyt debería ser la de incentivar entre los estudiantes de nivel medio el estudio de esos cursos, informarles sobre su importancia, las oportunidades para conseguir trabajos estables y bien remunerados e ingresos, y cuán vigentes serán a futuro. ¿Acaso la Senescyt ha renunciado a su responsabilidad de conducir la educación superior y deja esta acción solo al mercado?
Al parecer no hay una comprensión del valor de promover la investigación quizá porque los responsables dan valor solo a aquello que da réditos inmediatos, con un clic. La investigación no se halla en esta línea. Su práctica exige concentración, tiempo, paciencia y reflexión
Un tercer episodio que sugiere los despistes estatales en torno a la educación superior y a la investigación es la merma en la entrega de asignaciones económicas a una de las instituciones que más ha aportado a la investigación social en Ecuador: la biblioteca Aurelio Espinosa Pólit. En sus salas miles de estudiosos habrán descubierto realidades ignoradas, habrán comprendido situaciones y procesos complejos y habrán podido estudiar y producir conocimiento. Pero las burocracias han determinado que siendo una organización privada no merece el apoyo estatal.
Además, de modo misterioso niegan que estén desconociendo una ley, vigente desde 1995, que ordena la entrega de 1500 salarios mínimos vitales al año: algo más de 600 mil dólares conforme el salario básico vigente en este 2022.
Al parecer no hay una comprensión del valor de promover la investigación quizá porque los responsables dan valor solo a aquello que da réditos inmediatos, con un clic. La investigación no se halla en esta línea. Su práctica exige concentración, tiempo, paciencia y reflexión. Pero su contribución es inmensamente superior a la que podría entregar en un fin de semana el consumo en centros comerciales, restaurantes y hoteles.
El conocimiento tarda en concretarse años, a veces décadas. Un ejemplo muy reciente y bastante difundido es el de la producción de vacunas.
Una de las clave para la producción de dos de las vacunas contra la Covid fue el descubrimiento de la molécula ARN mensajero, en 1960, que transporta partes del código ADN para producir proteínas.
Las dificultades que los científicos encontraron en esas moléculas siguieron siendo analizadas por otros científicos, uno de ellos la bioquímica húngara Katalin Kirikó que trabajó con esa molécula por 40 años. En 1998 convenció a un colega a buscar fondos y apoyos para continuar con las investigaciones y producir vacunas. Sin este trabajo de décadas el mundo no hubiera contado con vacunas ARN mensajero en 2021. Hoy, la investigación de Kirikó puede ser la base para producir vacunas contra el cáncer y el ictus.
El caso de Kirikó, actual vicepresidenta senior del laboratorio BioNTech y de sus estudios sobre la molécula ARN mensajero, da cuenta de la relevancia social de la investigación y de que además de su aportación inconmensurable al conocimiento y a la vida, puede rendir frutos económicos enormes.
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