
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
El Gobierno se parece demasiado a esos viejos barcos con todos los dispositivos averiados. Apenas tiene que hacer frente a una tormenta, su capitán se da cuenta de que el motor no funciona y que las lanchas salvavidas tienen hueco. La opción, como dice la gente, es suerte o muerte: no queda más alternativa que continuar y encomendarse a Dios.
El problema se origina con un bautizo espurio. El acuerdo con las élites para excluir a Yaku Pérez de la segunda vuelta electoral significó, en la práctica, que el barco de Lasso se hiciera a la mar destartalado. Nunca fue un navío renovado, tal como se espera de un gobierno que se inaugura.
El primer bandazo fue la negativa a aceptar un pacto con Correa y Nebot para repartirse el control de la Asamblea Nacional y de los demás organismos del Estado. Esta posibilidad implicaba entregarle el timón del barco a un polizonte. No solo eso: la creación de una Comisión de la Impunidad que le pedían a cambio equivalía a colocar una bomba de tiempo en el cuarto de máquinas.
El acuerdo con la Izquierda Democrática y Pachakutik tampoco posibilitaba una navegación tranquila. Es imposible pilotear un barco cuando la tripulación rema en contra, o simplemente no rema. El acuerdo que hicieron público esas dos bancadas legislativas era, en esencia, incompatible con el plan de gobierno concebido desde los sectores de la derecha empresarial afines a Lasso. La oposición a la Ley Tributaria provocó el primer boquete en el casco. A partir de ese momento, el Gobierno no ha hecho más que buscar flotadores para salvarse del naufragio. Veamos.
El Gobierno tiene las preguntas de la consulta popular guardadas bajo siete llaves, como si se tratara de un arma secreta. Sin embargo, todos sabemos que, pregunte lo que pregunte, el Gobierno sufrirá una derrota estrepitosa en una consulta popular.
La muerte cruzada parecía una buena alternativa para librarse de los torpedos enemigos, hasta que se dieron cuenta que podía terminar en un hundimiento general. Los tiempos no le cuadraban al régimen. El éxito de la vacunación, que era la principal baza electoral del oficialismo, no podía prolongarse hasta una eventual cita en las urnas. El presidente desechó esa opción junto con su inspiradora, la ministra Vela.
La propuesta de consulta popular también aparece como un flotador agujereado: una vez que se llene de agua se convertirá en un peso muerto. Por eso el Gobierno tiene las preguntas guardadas bajo siete llaves, como si se tratara de un arma secreta. Sin embargo, todos sabemos que, pregunte lo que pregunte, el Gobierno sufrirá una derrota estrepitosa en una consulta popular.
Para añadir ingredientes al drama, muchos adherentes del Gobierno empiezan a poner distancia, sobre todo a partir de la sospechosa excarcelación de Jorge Glas. Se sienten defraudados por un presidente que prometió combatir la corrupción y que pudo hacer muchas cosas para impedir la impudicia judicial que se cometió. Algunos de sus antiguos simpatizantes inclusive empiezan a sugerir, en las redes sociales, una revocatoria del mandato.
Mientras tanto, la tormenta no cede. El desempleo se mantiene y la inseguridad crece exponencialmente. El Gobierno no dispone de flotadores confiables. Y si echa mano de un acuerdo con correistas y socialcristianos, como a ratos se insinúa, probablemente termine de hundirse.
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