
Resulta casi atávica esa suerte de posición derrotista que nos ha acompañado a través del tiempo, y no solo en lo deportivo. El calificativo de tercer mundistas nos pesa más de lo que imaginamos o de lo que aceptamos. Es cierto que hemos tenido algunos momentos de gloria protagonizados, curiosamente, casi todos, por ilustres deportistas surgidos de los estratos populares y de la pobreza. Solo para recordar a un Rolando Vera y a un Jefferson Pérez.
Pero hay muchos más, mujeres y hombres que han brillado y brillan por sus inmensos logros deportivos conseguidos pese a sus orígenes pobres e inclusive humildes. Esa es nuestra historia a la que no podemos evadir y peor aun ignorar.
Nuestro equipo de fútbol venció en Catar y eso nos llena de alegría y también de orgullo. Desde luego que se trata sólo del comienzo de un largo y muy complejo caminar. Sin embargo, en si mismo constituye un inmenso triunfo porque para haber llegado ahí fue preciso recorrer el arduo y complejo de las eliminatorias.
Valdría la pena pensar que posiblemente se dé un mestizaje cultural que no se consolida, que, sin tomar en cuenta que constituye la inmensa mayoría, no se impone por sí misma en algunos aspectos del quehacer social. Uno de ellos constituye el mundo del deporte. Aunque es preciso señalar que también en el mundo deporte existe división de clases.
Es muy probable que la democratización del deporte sea manejada, quizás sotto voce, desde el peso específico del dinero. Duele decirlo y más aún aceptarlo, pero es cierto, y no solo entre nosotros. El deporte llamado popular, como el fútbol, nació pobre en las calles, creció en las escuelas y se hizo grande, importante y rico en los grandes estadios del mundo.
Entre nosotros, el deporte nace desnutrido, bastaría con recordar a Rolando Vera. Sus medallas de oro lograda gracias a sus infinitos esfuerzos y venciendo una vida hecha en y con la pobreza y la desnutrición. Y la historia de Jefferson Pérez y sus grandes logros deportivos no es muy diferente.
Entre nosotros, el deporte nace desnutrido, bastaría con recordar a Rolando Vera. Sus medallas de oro lograda gracias a sus infinitos esfuerzos y venciendo una vida hecha en y con la pobreza y la desnutrición. Y la historia de Jefferson Pérez y sus grandes logros deportivos no es muy diferente.
Ahora, el país ha vibrado de alegría y entusiasmo con el triunfo de su selección en la inauguración del campeonato mundial de fútbol en Catar. El país adquiere una especial importancia su nombre va más allá de nuestras fronteras y, sobre todo, sus deportistas pueden codearse y tratarse de tú a tú con los ancestralmente grandes y casi invisibles.
Esta clase de eventos son maravillosos. No solo porque acude lo mejor del mundo deportivo, sino porque los países abandonan sus fronteras reales y se abren a un nuevo universo eminentemente lúdico.
Hemos iniciado con pie derecho el camino largo y complejo y difícil del campeonato mundial de fútbol. La Tri nos ha llenado de alegría. Y esto es importante porque habla de su preparación no solo técnica sino también psíquica. Ya no somos la última rueda del coche. Por el contrario, méritos ya expuestos en las eliminatorias. Nada ha sido al azar. Al contrario, esta primera victoria nos permite pensar en nuevos éxitos en estas eliminatorias. Pero un consejo a las autoridades, no solo deportivas sino también políticas: hay que exaltar oficialmente nuestros éxitos, una y otra vez hasta crear una nueva conciencia social que nos fortalezca y nos catapulte de manera mejor y más constante al éxito.
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