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25 de Mayo del 2020
Ideas
Lectura: 11 minutos
25 de Mayo del 2020
Wladimir Sierra

Sociólogo y catedrático universitario

Purulencia
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El sistema político ecuatoriano, el gobierno específicamente, se muestran purulentos. No están corrompidos solamente, exudan copiosamente descomposición, putrefacción.

Las originales formas de reconstrucción teórica del Estado, a inicios de la primera Modernidad, al no tener desarrollado todo el arsenal conceptual y categorial que hoy poseen las Ciencias Sociales, tuvieron que tomar prestado, de donde pudieron, una serie de términos para tratar de dar sentido a ese nuevo momento en la constitución del orden político.

La disolución de los Estados monárquicos absolutistas y el nacimiento de los proyectos estatales republicanos, convocaron a los pensadores de los siglos XVI y XVII, a la difícil tarea de crear toda una nueva semántica comprensiva, mientras las sociedades de aquellas épocas iban a su vez cincelando, a pulso, las novísimas formas de organización político-jurídica de las nacientes sociedades burguesas.

Tan portentosa y acelerada fue la transformación de la realidad política que ni siquiera las mentes más lúcidas de aquel entonces lograron etiquetar con nombres propios a todos los procesos que surgían desordenados en esa apoteosis revolucionaria que fue el rompimiento con la caduca Edad Media. Desde la tranquilidad del conocimiento contemporáneo resulta encantador mirar cómo, por ejemplo, el genial Thomas Hobbes, en su Leviathan, fue pensando, en envidiable detalle, el Estado moderno.

Tanto por construirse faltaba, en lo simbólico, que al filósofo político inglés no se le ocurrió otra cosa que comparar al poderoso Estado, no únicamente con ese mounstro mitológico bíblico: Liwyāṯān —claro, para remarcar su descomunal poder— sino también con el escuálido hombre de carne y hueso a quién debía proteger: “el Estado no es sino un hombre artificial” sentenció, y lo describió en estos términos:

Pero el Arte va aún más lejos, imitando la obra más racional y excelente de la naturaleza que es el hombre. Pues mediante el Arte se crea ese gran Leviatán que se llama una república o Estado (civitas en latín), y que no es sino un hombre artificial, aunque de estatura y fuerza superiores a las del natural, para cuya protección y defensa fue pensado…

Y gracias a que los estudios humano-biológicos de aquel tiempo ya habían categorizado en nosotros una serie de estructuras anatómicas y otros tantos procesos fisiológicos, el inglés, con mucho ingenio, buscó explicar la estructura y el funcionamiento del naciente Estado moderno, con la utilización, no tanto de metáforas corpóreas, sino de verdaderas analogías científicas. Así, si el ser humano, tiene sistema sanguíneo, el Estado también debe poseerlo; si para vivir urgimos sistema respiratorio, el Estado, para existir, también debe necesitarlo. La res publica fue, pues, reconstruida, en su primer momento, como si se tratase de una máquina, unas veces, o un organismo, otras, muy similar a la máquina-organismo humano de los anatomistas modernos. Leámoslo:

Allí la soberanía es un alma artificial que da fuerza y movimiento al cuerpo entero; los magistrados y otros funcionarios de judicatura y ejecución son las articulaciones; la recompensa y el castigo hacen las funciones de los nervios en el cuerpo natural, anudando al trono de la soberanía cada articulación y cada miembro de tal manera que todos sean movidos a realizar su tarea… (117)

Pero, así como el sistema vital que es el hombre está aquejado por malfuncionamiento de sus órganos y sistemas, era obvio colegir que ese otro “sistema vivo” llamado Estado también estaba expuesto a esos malfuncionamientos. Y aquí como allá también servía, por supuesto, el método comparado. Así, pues, como el cuerpo sufría de fallas en su sistema sanguíneo, el Estado también era propenso a padecer esas dolencias. La ausencia de dinero, que para Hobbes era la sangre del Estado, producía daños en su sistema circulatorio.

A este respecto es exquisito leer el capítulo XXIX del Leviathan titulado: Of Those Things that Weaken or Tend to the Dissolution of a Commonwealth. A guisa de ejemplo recordamos este párrafo:

Hay a veces en una república una dolencia que se asemeja a la pleuresía, y se produce cuando, saliéndose de su curso debido, el tesoro de la república se concentra con excesiva abundancia en uno o pocos hombres privados mediante monopolios o haciendas venidas de los ingresos públicos, tal como el cuerpo en una pleuresía cría en la membrana del pecho una inflamación acompañada de fiebre y dolorosas punzadas. (402)

Sin ser explícito, en el texto del pensador inglés hay que colegir sin ningún riesgo a equivocarse que, del mismo modo que los desperfectos que aquejan al cuerpo humano, también los que soporta el cuerpo político, pueden ser subsanados, pueden ser reparados, si se quiere. A la medicina y cura humanas, deben corresponderse otras estatales.

Pasados los siglos y consolidado los Estados modernos, es comprensible que los modos de su reconstrucción teórica hayan mejorado notablemente. Las analogías mecánicas o biológicas han desaparecido y se han conformado portentosos sistemas teórico-conceptuales para el análisis y la comprensión de ese complejo, diverso y rico campo de la teoría del Estado. Infinidad de conceptos y categorías, disímiles constructos teóricos, dan ahora cuenta de las particularidades de ese universo-estado. Lo político estatal ha devenido un campo absolutamente independiente, incluso, dentro de las teorizaciones del saber político.

A estas alturas de la Modernidad, estamos seguros que las viejas comparaciones hobbesianas, ya no son muy útiles para referir las funciones y disfunciones del Estado moderno.

A estas alturas de la Modernidad, estamos seguros que las viejas comparaciones hobbesianas, ya no son muy útiles para referir las funciones y disfunciones del Estado moderno.

Sabemos de sobra que la utilización de las patologías humanas como símiles de los desperfectos estatales ya no alcanza para señalar fallas en los procesos de reproducción del poder político. Ahora tienen nombre propio, a saber: peculado, concusión, nepotismo, cohecho, prevaricato, malversación, tráfico de influencias…. bueno y todos los demás delitos que se incluyen dentro de la tan mentada corrupción.

Empero, hay momentos en que, por complejización o degradación de la vida estatal, nos quedamos, por un buen tiempo, sin reconstrucciones semánticas acertadas y tenemos que echar mano de conceptos que nos vienen de otras disciplinas para poder seguir pensándola, mientras se cuajan los propios de la disciplina.

En el último periodo de la vida política ecuatoriana, asistimos a uno de esos momentos. Los niveles de descomposición política que ha hecho evidente la crisis provocada por la Covid-19 (no los ha provocado, los ha evidenciado) son de tal magnitud, son tan grotescos y obscenos, que cuando uno los quiere nominar, desde el lenguaje del derecho público, de la ciencia política, no adquieren la connotación que en realidad tienen, no reconstruyen lo que evidentemente muestran.

La utilización de la crisis sanitaria para el enriquecimiento personal a través de sobre preciar instrumentos para salvar vidas: mascarillas, respiradores. La apropiación del excedente monetario que permite encarecer artificialmente los componentes de los famosos kits, curiosamente llamados de ayuda humanitaria. La exigencia de coimas para poder retirar los cadáveres de nuestros seres queridos en los hospitales públicos. Aprovechar la gravísima situación para impulsar reformas laborales que dejan en orfandad de Estado y a merced de voraces empresarios a millones de trabajadores. Querer exprimir dinero de los ya recortados presupuestos universitarios sin ni siquiera mirar las jugosas ganancias del sector financiero. Aberraciones como estas transforman en caricaturas las escuetas tipificaciones delictuales de los abecedarios jurídico-políticos.

Es ahí cuando, a la usanza del viejo Hobbes, son otra vez las metáforas de la biología médica las más apropiadas para develar el sentido político, para permitirnos semantizar el estado de la cuestión. El sistema político ecuatoriano, el Gobierno específicamente, se muestran purulentos. No están corrompidos solamente, exudan copiosamente descomposición, putrefacción.

El pus, o la pus para decirlo desde estas tierras, según nos explica la patogenia moderna es esa materia gris amarillenta, que se desprende como desecho de un cuerpo infectado. Es esa mezcla mórbida de leucocitos y bacterias, de material muerto, que el cuerpo debe expulsar como desperdicio necesario de su sanación. Cuando el pus no logra salir se acumula dando forma a los forúnculos. Del término latino pūs también se deriva la palabra pútrido que alude a los olores nauseabundos; y el vocablo podrido que refiere a cualquier materia orgánica en descomposición.

Pues bien, nuestro sistema político, nuestro gobierno, están en inminente y avanzado proceso de putrefacción. Está descomponiéndose aceleradamente y formando en el cuerpo social enormes y atroces forúnculos. Está infestando al país de pútridos y horribles receptáculos de pus. De tal magnitud es esto que se muestra con claridad en los rostros de sus artífices. En esos rostros que marcan, no tanto el límite entre salud y enfermedad, sino la RUPTURA entre bíos y nekrós.

El lenguaje del derecho público es insuficiente, la figura literaria de lo grotesco queda rebasada. El ministerio de gobierno, la secretaría de la presidencia, la asamblea nacional, la contraloría general, la fiscalía, algunas alcaldías, muchos políticos…. se han convertido en verdaderas pústulas repletas de materia en descomposición, materia que debe ser excretada, so pena de que empiecen a contaminar hacia adentro todo el organismo público.

El sistema político está enfermo, gravemente enfermo, está infectado, putrefacto. Ha desatado una septicemia general en todo el cuerpo social. Su signo es el exceso de pus, es decir, la PURULENCIA.

Referencia:
Hobbes Th. (1980), Leviatán, Editora Nacional: Madrid.

[PANAL DE IDEAS]

Hugo Marcelo Espín Tobar
Jorge Peñafiel C.
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