
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
La reciente historia política ecuatoriana abunda en ejemplos de situaciones de fragmentación y, simultáneamente, de búsqueda de unidad frente a algún actor político a quien se lo ve como un enemigo común en tal instante.
En la década de 1950 ocurrió un célebre episodio protagonizado por el presidente Velasco Ibarra, cuando un conglomerado de partidos políticos se organizó en torno a una candidatura y formó el llamado Frente Democrático Nacional. Dicen que Velasco al enterarse de aquella organización electoral exclamó: “o el Frente me tritura a mí, o yo trituro al Frente”. Ocurrió lo segundo. El enemigo de turno para Velasco, era el liberal Raúl Clemente Huerta quien perdió por algo más de 3 mil votos frente al conservador Camilo Ponce Enríquez.
En la década de 1970, los autodenominados partidos de izquierda y de derecha crearon sendos frentes para oponerse, en conjunto, a su enemigo común: el líder de masas Assad Bucaram. Este adalid, como candidato a la prefectura de Guayas en 1970, alcanzó un número de votos que los analistas de la época consideraban más que suficiente para convertirlo en el virtual triunfador de unas futuras elecciones presidenciales. Estos comicios nunca se produjeron pues Velasco Ibarra se infligió un autogolpe en junio de 1970 y luego fue defenestrado por los militares en 1972.
Una de las reflexiones que los diarios editados entre 1970 y 1972 publicaban en sus páginas de opinión era sobre la distancia o la fractura entre los ecuatorianos y las dirigencias de los autodefinidos partidos políticos. Desde entonces algunos columnistas y editorialistas cuestionaban aquellas prácticas en virtud de las cuales los partidos y sus cabezas se unían alrededor de intereses muy particulares, los que convenían a cortísimo término a sus amigos y vinculados. Y lo hacían, dizque, en aras del “interés nacional”.
Ni siquiera pensaban si esos afanes les aprovecharían a mediano y largo plazos, peor si ellos beneficiarían a las mayorías. Por esa costumbre, reiterada, consuetudinaria, la ciudadanía les dio las espaldas y se volvió escéptica. Y si ni les creía, peor se animaría a afiliarse a alguno de esos clubes electorales, etiquetados como partidos políticos. ¿Qué ha cambiado de esas rutinas hoy, en el siglo XXI?
Ejemplos más recientes de esas conjunciones en contra de alguien fueron las producidas en 1997, para echar de Carondelet a Abdalá Bucaram, y en 2005 a Lucio Gutiérrez. Aquella imagen de todos subidos en “la camioneta” con la que Abdalá Bucaram describió el enlace de aquellos días, es como una instantánea de la vigencia de las prácticas políticas que he descrito. Quizá lo más dañino es que tales cabecillas no procuraron alianzas a favor de un ideal o de un principio.
Por ello, son manifestaciones de las coaliciones negativas, las examinadas por Pierre Rosanvallón en su clásico La contrademocracia. Estas son pactos negativos, muy fáciles de conformar, como no lo son las “mayorías positivas”. Las primeras no se incomodan frente a las contradicciones ni a las inconsistencias. Son mayorías reactivas, que no requieren de coherencia para salir al espacio público. Les basta un buen equipo de propaganda, una adecuada estrategia de mercadotecnia política y la presencia de cierto carisma en sus voceros. Ayuda mucho que en tal tiempo haya polarización.
Muchísimo más esfuerzo y compromiso necesitan las “mayorías de acción” que para Rosanvallón son complejas de instituir, pues demandan ser construidas. Estas mayorías sociales exigen de consensos, de acuerdos, discutir en ambientes deliberativos y edificar planteamientos comunes.
Mientras a las mayorías de oportunidad les basta la habilidad, las mayorías de acción precisan de originalidad, valentía y coherencia. Pues son parte de procesos que no inician ni concluyen en las próximas elecciones, en nuestro caso las del 2017.
En estos exactos momentos los ecuatorianos, al menos algunos, miramos con cierta simpatía los encuentros de algunos alcaldes. Los apreciamos con optimismo, digo, pues varias de sus declaraciones permiten atisbar que están pensando en el país, en la democracia, en las mayorías, no en sus postulaciones para 2017. Ojalá su unidad se enrumbe con miras más trascendentes, la primera, cumplir con calidad y corrección sus mandatos locales. Quizá no se tienten con colocar sus nombres o sus fotos tan solo en las marquesinas. Su brillo, bien sabemos, dura lo que una película taquillera permanece en la cartelera. No pasa a la historia.
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