
Las fuertes tensiones fiscales que heredó el actual ministro de Economía, Richard Martínez, han hecho que en estos últimos días haya tenido que poner nuevamente en el tapete de la discusión el tema de los subsidios a los combustibles en el Ecuador. Las últimas discusiones profundas sobre ello datan de 1996 y 2003 en los gobiernos de Abdalá Bucaram y Lucio Gutiérrez respectivamente, y, de alguna manera, precipitaron sus caídas.
Tremendos antecedentes para el manejo de la variable “política” de la política económica que juega un rol preponderante en esta clase de países tan acostumbrados a lidiar con precios políticos o sociales antes que precios de mercado, y que hacen que cualquier shock económico resultante de este ajuste sea un juego de niños al lado de la convulsión social que usualmente acompaña a este tipo de medidas, ya que los subsidios funcionan como una especie de droga, respecto de la cual todos los ecuatorianos somos claramente adictos.
Se explica porque tenemos un largo apego a los subsidios que se remonta a los años setenta, es decir una convivencia de más de 40 de años que por sí sola resulta muy difícil de dejar. Aunque todos sabemos que son malos, ineficientes y distorsionadores, más puede el encanto alucinógeno de la euforia y dosis extra de energía que provoca pagar menos de que lo que realmente cuesta algo. De ahí que su eliminación provocaría una suerte de síndrome de abstinencia que puede llevar a la muerte del paciente si no se trata adecuadamente. Pensar en eliminar estos subsidios en Ecuador requiere no solamente una estrategia económica, sino fundamentalmente política y social para no morir en el intento. ¿Estará pensando el Gobierno en todo ello?
En esta materia, al igual que todas las relacionadas con la economía, el correísmo tuvo un pésimo desempeño, ya que teniendo todas las oportunidades para ganar fácil esta batalla contra la droga de los subsidios, jamás la quiso pelear. Y es que contando con todo el apoyo popular en los primeros años de su mandato o la excepcional coyuntura de la baja de los precios del petróleo entre 2015 y 2016 que hubiera permitido no generar un mayor efecto de primera mano en los precios de los combustibles, simplemente se hizo de la vista gorda como una muestra más de ese aberrante populismo, por no decir de ineptitud y desidia que caracterizó a esa mafia que nos desgobernó entre 2007 y 2017.
La discusión sobre subsidios hoy está en primera línea y se puede abordar desde muy diferentes puntos de vista. Los fiscalistas hablarán de los ingentes recursos que se gastan en esta partida y del impacto en el total del presupuesto dejando menores recursos para educación y salud y con los consabidos efectos negativos en el déficit fiscal y endeudamiento público. Los teóricos puros nos hablarán de la ineficiencia económica que provoca tener precios distorsionados en términos de un consumo irracional y contrabando, así como de los mayores beneficios que se llevan las clases ricas antes que las clases pobres.
Mi opinión personal es que se deben quitar los subsidios, pero solamente cuando se haya cubierto el bache fiscal con la única vía adecuada, que es la reducción del gasto público improductivo que fue elevado por el correismo a niveles insostenibles, porque más aberrante que el precio que pagamos cuando tanqueamos nuestros carros, es que todos los ecuatorianos, incluidos los más pobres, tengamos que pagar todos los excesos, la imprudencia, la ineptitud y la corrupción del régimen anterior. Igualmente, a la par de quitar los subsidios, naturalmente el impuesto verde y los aranceles a la importación de vehículos y repuestos yo deben seguir vigentes.
Luego, en estricto rigor no debemos hablar de quitar subsidios, sino de liberalizar la comercialización de combustibles, esto es, acabar con el monopolio estatal de la venta de combustibles que traería un segundo beneficio, que es el introducir competencia en el sector.
Al respecto quisiera preguntar a todos los ministros de economía y energía que han pasado por el Ecuador desde el gobierno de Duran Ballén: ¿Cuáles fueron los beneficios para el país (o para ellos) de ampliar el canal de intermediación de Petroecuador-gasolineras a Petroecuador-comercializadoras-gasolineras, cuando un estudiante de primer año de economía sabe que lo óptimo es romper la cadena de intermediarios y no ampliarla, por lo que la receta al final del día no es quitar los subsidios per se, sino liberalizar la comercialización de combustibles y sacarle del juego a un producto que debe tener un precio de mercado y no un precio político.
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