
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
La propuesta del voto nulo está generando escozor en algunos sectores de la derecha. Especialmente en aquellos que, súbitamente, se han convertido en devotos del más depurado legalismo. Una vez que los organismos electorales le dieron a Guillermo Lasso el empujoncito final para que ingrese a la segunda vuelta, hacen desaparecer como por arte de magia las sombras de duda sobre la transparencia del proceso electoral. Confunden pasar la página con tragarse ruedas de molino. Ahora resulta que el manejo de las elecciones ha sido un dechado de transparencia y probidad, que debe defenderse en función de sus cálculos.
Por eso no entienden el verdadero sentido de la postura del movimiento indígena. Anular el voto no implica estar a favor ni en contra de ninguno de los dos finalistas, como socarronamente quieren hacerlo aparecer; significa cuestionar un proceso tramposo y plagado de irregularidades, del cual Guillermo Lasso y Andrés Arauz han sido, si no cómplices, al menos alcahuetes. Ahora pretenden minimizar las evidencias del fraude en aras de la formalidad institucional. Actúan como el padre que le pide a su hija que agradezca que no quedó embarazada luego de una violación.
La denuncia de fraude no es una terquedad –ni mucho menos un capricho– del movimiento Pachakutik. Las sospechas e indicios surgen de hechos reales y concretos. ¿Acaso la presidente del CNE no proclamó el segundo lugar de Yaku Pérez en la noche del 7 de febrero? ¿Acaso la tendencia no fue revertida gracias a la inclusión de última hora de miles de urnas en la ciudad de Guayaquil, un bastión socialcristiano con pésimos antecedentes respecto de la transparencia electoral? ¿Acaso no se negaron al reconteo luego de la evidencia de los 612 votos adicionales encontrados en tan solo 28 urnas revisadas? ¿Acaso un empate técnico tan cerrado no exigía una confirmación más minuciosa de los resultados?
Anular el voto no implica estar a favor ni en contra de ninguno de los dos finalistas, como socarronamente quieren hacerlo aparecer; significa cuestionar un proceso tramposo y plagado de irregularidades, del cual Guillermo Lasso y Andrés Arauz han sido, si no cómplices, al menos alcahuetes.
Pero a pesar de haber sido excluido de la segunda vuelta con una maniobra vergonzosa, el movimiento indígena se ha convertido en monedita de oro. Ambas tiendas finalistas hacen guaraguas y piruetas inimaginables para granjearse su simpatía. No solo buscan apoyo electoral; buscan legitimidad. Saben que un voto nulo alto les haría llegar, a cualquiera de los dos candidatos, en condiciones deplorables.
En esta disputa de apoyos aparecen argumentos de un cinismo y una desfachatez que ruboriza. Por ejemplo, aquel que sostiene que Arauz es la peor opción porque representa el retorno del odio, la persecución y el abuso, como si detrás de Lasso no estuvieran los socialcristianos. A estos abogados de la mansedumbre ajena habría que recordarles que el gobierno socialcristiano de Febres Cordero podría disputarle el trono de violador de los derechos humanos al gobierno de Correa. ¿O es que, como Arauz, ya incorporaron a su discurso a la consigna de que el odio pasó de moda?
Plantear una supuesta confrontación entre Lasso y Arauz también refleja una simpleza digna de un cónclave de zombis. Como si las coincidencias respecto del fraude no fueran suficientes para confirmar un acuerdo tácito entre ambas candidaturas, a fin de excluir a la izquierda de un eventual gobierno. Sí, precisamente a esa izquierda que hoy podría representar una tercera vía, y a la que algunos interesados buscan desacreditar a punta de muletillas.
No es cierto que se enfurecen con la inutilidad del voto nulo; se aterrorizan porque los interpela a todos en conjunto.
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