
Hay dos imágenes mentales que desde hace muchos años me provocan extrañeza. Dos imágenes que están vinculadas a la política y la literatura. La primera es la del poeta norteamericano Ezra Pound, dentro de una cabina, transmitiendo un programa de radio a favor del gobierno de Benito Mussolini. El modo en cómo empató con su política monetarista le habría llevado a pensar que ése era el camino correcto. Uno contra la usura, "porque con usura nadie encuentra un lugar para su casa", como dice en uno de sus poemas más recordados. La segunda imagen es la del dictador iraquí Sadam Husein escribiendo poemas durante sus últimos años de vida dentro de su celda. Esperando así lentamente por su sentencia de muerte. A primera vista, solo se trataría de un poeta con pretensiones políticas. Y de un político con pretensiones literarias. Pero más allá de esta idea, quizás dentro de la espesa burbuja del tiempo donde los muertos alimentan relatos, lo que existe es la imposibilidad de separar la vida de la política. Y, a veces, de la literatura. De hecho, los Cantos de Pound, además de su derroche lírico, pueden asumirse como almanaques de lapsos de la historia política de China, Estados Unidos e Italia. Y Zabiba y el rey, la novela rosa de Husein, una alegoría que representa la invasión norteamericana.
Ciertamente la política atraviesa todos los estratos y facetas de nuestra realidad (sospecho que hasta nuestras elecciones en el amor son políticas). Poemas y relatos, junto a los trágicos destinos de nuestra especie, fueron apareciendo durante la pandemia, mezclados con protestas encendidas por muchas partes del mundo. Si algo ha dejado en claro esta pandemia es que somos un puñado de gente que aunque sufre junta y muere junta no vive de la misma manera. Y que hasta cierto punto es obsceno seguir volteando la mirada al otro lado ante lo que ocurre. Entonces, ¿por qué debe exigírsele neutralidad a un autor con respecto a lo que está mal en su país o en el mundo? Peor aún: ¿Por qué exigirse neutralidad en las obras de un autor? Una vuelta más: ¿Por qué exigírsele militancia en lo que escribe?
Lo segundo que menciono es, por supuesto, una idea imposible. Porque la idea de una obra construida sin un punto de vista inminentemente social y político no existe. ¿O no están la violencia masculina, la ausencia de justicia y el dolor por los secuestros infantiles, en Casas vacías de Brenda Navarro? ¿O el sacrificio de los migrantes y el dolor de crecer sintiéndote diferente, por una diferencia labrada por mecanismos de dominación de tipo social y estético, en Sacrificios humanos de María Fernanda Ampuero? Y en Canción de Eduardo Halfón, donde el autor reconstruye el secuestro que vivió su abuelo en la Guatemala de los años setenta, de quien hereda el nombre, ¿no está también mostrándose el drama de un país dividido entre guerrilleros, políticos y empresarios? Igual que ocurre en la celebrada novela Patria de Fernando Aramburu.
Por eso para la política siempre la literatura y el arte serán un problema. Porque los espacios desde los que crecen escapan de cualquier oficialidad. Con la excepción de aquellas obras elaboradas por fanáticos, o quienes forman parte de la nómina del gobierno de turno. Incluso un verdadero poema se hace, al igual que una novela y un relato, con un secreto impulso de revancha y recuperación ardiente.
Si algo ha dejado en claro esta pandemia es que somos un puñado de gente que aunque sufre junta y muere junta no vive de la misma manera. Y que hasta cierto punto es obsceno seguir volteando la mirada al otro lado ante lo que ocurre. Entonces, ¿por qué debe exigírsele neutralidad a un autor con respecto a lo que está mal en su país o en el mundo?
Traigo el tema a esta columna, Escritor Lector, que vuelve casi dos años después, por la polémica desatada hace unos días con motivo de la Feria del Libro de Madrid y los escritores colombianos invitados. Declaraciones del embajador de ese país en España, donde mencionó que la lista se había elaborado pensando en escritores neutrales. La polémica, como ocurre siempre en las redes, fue creciendo con el pasar de las horas. Tanto desde una ausencia de nombres importantes, así como desde la supuesta neutralidad de los que sí habían sido invitados. ¿Neutralidad hacia las acciones del gobierno de turno? ¿O neutralidad en sus contenidos? Comentario que, con el pasar de los días, puso a otros escritores, no colombianos, a repensar en sus posiciones y en desde qué lugar se escribe y se asume una obra.
Ciertamente es difícil no tomar partido hoy dentro de la marea de malestares que sufrimos como sociedad, y que son expuestos en redes donde ocurre una militancia inmediata. Donde a veces la gente parece más radical incluso de lo que realmente es en su vida diaria. Sin embargo, ante cualquier amenaza los individuos somos capaces de aferrarnos a un conflicto movidos por el deseo de que desaparezca. Que los autores se queden callados en tiempos de crisis es una opción. Frente a dictaduras y genocidios esto ha ocurrido siempre. Sin embargo, desde cuál libertad crear si uno teme a expresar lo que piensa públicamente. Si la escritura no es otra cosa que un acto de esperanza contra el vacío. Si un libro publicado es también un atado de conflictos humanos canalizados a través de historias y personajes. Si cuando un autor empezó a escribir lo hizo contra la casa y la familia, contra la muerte y la ausencia, pasando las palmas de las manos sobre todo lo que le dolía, exponiéndose incluso a perderse a sí mismo. Entonces, ¿por qué habría ese mismo autor de callar ahora?
Por otro lado, no todos los escritores están en la capacidad de jugarse la estabilidad laboral yéndose, por ejemplo, contra una Universidad. Ni siquiera los periodistas lo hacen. Ojo con este detalle. Fue más fácil observar, hace meses, la cantidad increíble de prensa que obtuvo la demanda de poetas por un pago por sus frases pintadas en paredes de la ciudad, en el proyecto Letras Vivas de la municipalidad (algo en lo que no puedo estar de acuerdo, por el hecho de que citar a alguien no debería generar una remuneración, de otro modo deberíamos un montón de dinero a millones de autores en nuestras tesis universitarias o epígrafes que empleamos en nuestras publicaciones; y menos un sobreprecio justificaría ese pago, de hecho, tomar ese pago haría al autor partícipe de dicho sobreprecio, parte de la cadena de corrupción, ¿cierto? Por lo que de probarse ese sobreprecio, lo que los autores deberíamos hacer es reunirnos para solicitar que se retiren las frases), que las notas de prensa que aparecieron por el infarto cerebral que casi cobra la vida del escritor Jorge Velasco Mackenzie, uno de los autores vivos más importantes de nuestras letras, quien debió padecer vicisitudes para ser atendido por nuestro precario sistema hospitalario. Lo primero formaba parte de un entramado político que no llegó a ninguna parte. Lo segundo, lo de Velasco, forma parte de la realidad dura de muchos escritores y artistas que no cuentan con un seguro médico y que viven un desamparo instaurado desde todos los tiempos en un país que piensa que la cultura es una pérdida de tiempo o un pasatiempo.
Mientras escribo esta columna, la noticia sobre la orden de detención al escritor nicaragüense y Premio Cervantes, Sergio Ramírez, por parte del gobierno de Ortega circula por las redes. Una orden de detención que lo que persigue es que se calle. La política es siniestra cuando sirve como instrumento de control, cuando sumerge a pequeños egos en el lodo del poder. Pero nada podrá ese poder contra una obra forjada con los años, donde la obsesión por comprendernos y entender los cambios y conflictos humanos ha sido su única ruta.
Entonces, que no gane el silencio.
Para mí, la militancia literaria es la única militancia posible. Porque allí está todo lo que tengo que decir sobre el mundo que he conocido hasta la edad que tengo. Todo lo que de él me confunde y me arde. Donde intentar responder a la pregunta de si aún podemos salvarnos es la razón de que esa escritura exista.
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