
Según el informe de la Comisión ad hoc destinada a analizar los acontecimientos de octubre 2019, parecería que sus miembros estuvieron en París o en la luna mientras Quito era vilmente acorralado por un grupo de malhechores perfectamente bien organizado cuyos objetivos fueron claros: destruir la ciudad y los ordenamientos jurídicos, sociales y políticos estatuidos.
Lo de octubre fue un hecho político con actores visibles e invisibles. Con propósitos evidentes entre los que la desestabilización del régimen fue el fundamental. Se pretendió estatuir una dictadura. De eso nada dice el informe.
Parecería que aquellos que lo redactaron no estuvieron en Quito, ni vieron lo que acontecía. Como si no hubiesen sido testigos presenciales de nada. Ni siquiera habrían visto las transmisiones de la televisión. Como si solo hubiesen recibido por teléfono una que otra información y nada más.
No vieron a los policías apresados en la Casa de la Cultura e insistentemente amenazados de muerte: no vieron sus rostros de terror. No escucharon ni las consignas revolucionarias ni menos los disparaos de las bazucas, de revólveres, de fusiles, no precisamente ejecutados por los policías sino por los de ese gran grupo de antisociales que se identificaban como miembros de la revolución ciudadana. No vieron a los policías ensangrentados siendo rescatados por sus compañeros.
No escucharon las proclamas que anunciaban el fin del orden constituido y el advenimiento de un nuevo orden e el que reinaría el socialismo del siglo XXI.
No vieron como incendiaban el edificio de la Contraloría General del Estado. No vieron cómo ese grupo de pirómanos que lo incendió hurgaba en los archivos para apoderarse de documentos afanosa y cuidadosamente elegidos. No vieron cómo las llamas destruían no solo un edificio sino una institución clave en un régimen democrático.
No vieron cómo se pretendía incinerar, de una vez por todas nuestra existencia democrática. Incinerar el país para fundar uno nuevo, el del correato.
No oyeron ni las proclamas revolucionarias que anunciaban el fin del régimen y el advenimiento de un nuevo orden. Ni vieron la ciudad destruida y vejada. Ni un canal de televisión atacado y destruidos algunos de sus bienes.
No. Los miembros de la comisión de la verdad no vieron la verdad. No se percataron de que la democracia era saqueada, vilipendiada, humillada, bañada en sangre. Una comisión de bizcos, de miopes o de ciegos.
¿En qué país estuvieron los de esta comisión mientras se hería, con toda clase de armas a policías y civiles y se proclamaba el advenimiento de la salvación revolucionaria? Parecería que no se percataron de que, en aquello que fue una manifestación indígena absolutamente legítima, se incrustó un grupo insurgente con macabros propósitos.
No oyeron ni las proclamas revolucionarias que anunciaban el fin del régimen y el advenimiento de un nuevo orden. Ni vieron la ciudad destruida y vejada. Ni un canal de televisión atacado y destruidos algunos de sus bienes. Como si solo hubiesen visto heridos y muertos sin saber quiénes hirieron y asesinaron a civiles y policías.
No vieron las piedras, las bazucas, los revólveres, las escopetas, las ondas, las piedras. Las llamas. ¿En qué país estuvieron los miembros de esa Comisión de la verdad? ¿Con qué ojos observaron esa realidad que describen en su informe? ¿Quién les vendó sus ojos, sus miradas, sus voces, su conciencia? ¿Han olvidado, acaso, lo que es la verdad?
Constituye un gran honor y una enorme responsabilidad ser nombrado miembro de una comisión que analice un evento cualquiera y más aun cuando aquello que se estudia tiene que ver con la seguridad pública y la democracia.
En esos días fue evidente el intento de un golpe de Estado destinado a dar al traste no solo con el gobierno sino con la con la democracia. Se pretendió instaurar un régimen dictatorial. Y estuvo claro quién dirigía los hilos tras bastidores y desde fuera de nuestros límites. Estuvo claro pues se lo mencionó a voz en cuello a quién se pretendía llamar para que nuevamente se haga cargo de país y lo gobierne a su antojo.
El país sigue esperando una comisión de la verdad sostenida en la ética de la verdad y no en sospechosos intereses.
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