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17 de Septiembre del 2020
Ideas
Lectura: 4 minutos
17 de Septiembre del 2020
Oswaldo Toscano

Profesor universitario, analista político y económico. Escribe para varios medios en América Latina.

¿Qué pasa en América Latina?
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Si bien es claro que muchas desigualdades pueden ser legítimas, en el caso de América Latina hay mucho que decir sobre la desigualdad que proviene de instituciones políticas y económicas extractivas, estas instituciones que concentran el poder en manos de una élite reducida.

En Ecuador, el levantamiento popular de octubre del 2019, rechazando las medidas económicas del presidente Lenín Moreno, dejó ocho muertos, miles de heridos, cientos de personas arrestadas y una sociedad herida y dividida. Al mismo tiempo en Santiago de Chile sucedía algo parecido, en La Paz, en Río de Janeiro. Hace poco en Bogotá, acaba de producirse hechos similares a raíz de un asesinato que involucra a la policía local. En muchas ciudades de Latinoamérica existe ese permanente estado de alerta ante levantamientos populares. ¿Contra qué se rebela la gente en la región?

Río de Janeiro evoca hermosas playas, el Cristo del Corcovado, el Sambódromo del barrio Cidade Nova; pero, también llama la atención los contrastes. Detrás de los imponentes hoteles aparecen dibujados grandes asentamientos, las favelas. Barriadas en las que vive el 14 % de los cariocas. Esta escena se repite en todas las ciudades de América Latina. Las villas miseria en Argentina, las invasiones en Ecuador, las barriadas en Lima, los cerros en Venezuela; en todas se puede palpar la pobreza y pobreza extrema en la que viven más de 200 millones de personas. América Latina es la región más desigual del mundo según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) divulgado en diciembre del 2019.

La amenaza del coronavirus levantó el velo y dejó desnuda una realidad que muchos se niegan a ver. Millones de niños serán excluidos del sistema educativo o tendrán muchas limitaciones. La falta de acceso a internet, en muchos casos por falta de recursos económicos, hace imposible que accedan al sistema educativo lo cual los encierra en el círculo vicioso de la miseria. Según la ONG, Safe the Children se calcula que 86 millones de niños pueden caer en la pobreza, lo que supone un aumento de un 15 % en un solo año. El sistema sanitario mostró serias dificultades para atender la crisis por la declaración de pandemia. El promedio de la región es de dos médicos, tres enfermeras, y dos camas hospitalarias por cada mil habitantes.

Si bien es claro que muchas desigualdades pueden ser legítimas, en el caso de América Latina hay mucho que decir sobre la desigualdad que proviene de instituciones políticas y económicas extractivas, estas instituciones que concentran el poder en manos de una élite reducida.

En un proceso sistemático de empobrecimiento de grandes grupos humanos, engendramos una sociedad de dos pisos, cada una con realidades diferentes. Si bien es claro que muchas desigualdades pueden ser legítimas, en el caso de América Latina hay mucho que decir sobre la desigualdad que proviene de instituciones políticas y económicas extractivas, estas instituciones que concentran el poder en manos de una élite reducida. Se trata de instituciones políticas y económicas que tienden a la concentración de la riqueza. Históricamente en América Latina ha sido dominante este tipo de instituciones. Muchas economías monodependientes han creado incentivos para que la lucha política tenga como objetivo controlar el recurso vital sobre el que se sostiene la economía nacional. Así, aparece una alta concentración del poder que luego termina por configurar sistemas jurídicos en los que emergen con facilidad los monopolios y oligopolios.

Esta es la sociedad de dos pisos. Una sociedad que nuestra clase política no logra comprender. Por eso las decisiones en materia de política económica producen el caldo de cultivo para la violencia y la rebelión. La mirada que reduce todos los hechos sociales a su aspecto económico en la gestión pública, está destruyendo el tejido social y genera respuestas violentas de parte del Estado. Necesitamos estadistas que miren no solo números, porque el ambiente caldea contra la injusticia y la violencia del Estado.

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