
Cualquiera puede decir que no cometerá un delito, pero nadie -lea y grábese esto- puede asegurar que no enfrentará un proceso penal.
Cuando eso pase -espero que nunca-, usted conocerá de primera mano lo que significa enfrentar a todo el aparataje estatal. Ahí, decir que es una persona honorable, que jamás ha cometido un delito, no servirá de nada. Si tiene buena suerte, un buen abogado evitará que vaya a prisión mientras lo investigan, si no la tiene, estará en prisión hasta que logre demostrar que es inocente.
Ahí entenderá que en este país la presunción de inocencia no es más que un poema sobre el que se han escrito centenas de libros y se enamora estudiantes. Comprenderá, por fin, que aquí se prueba la inocencia.
Cuando esté en la cárcel conocerá el infierno descrito por Dante, descubrirá que rehabilitarse en ese lugar es una utopía y palpará, de primera mano, que en ese mundo las circunstancias te obligan a ser violento para sobrevivir.
Solo ahí intentará regresar el tiempo y desear jamás haber dicho: “que se maten entre ellos”. En ese lugar lleno de violencia usted, el que nunca cometió un delito, encontrará que no es el único, será compañero de celda de otros inocentes que ahora son violentos y también conocerá a otros cuyo único camino siempre fue la violencia.
Si no hay una revuelta en la que lo maten, escuchará las historias de las personas que no conocen otra cosa que no sea pelear para sobrevivir. En ese momento quizá reflexione y comprenda que hay muchos que solo siguieron el camino que un Estado trazó para ellos, pues no recibieron agua, alimentación y mucho menos educación.
Si no hay una revuelta en la que lo maten, escuchará las historias de las personas que no conocen otra cosa que no sea pelear para sobrevivir.
Ahí moverá la cabeza y dejará de mirar como un caballo y empezará a ver a los lados, reconocerá que existe un mundo de olvidados, el mundo de aquellos que ni siquiera saben quien es su presidente, porque para ellos nada cambia, sin importar quien llegue. Aceptará, por fin, que la alimentación y la educación son privilegios apodados "derecho". Solo en ese momento dirá: ¿qué puede cuestionar el Estado a los que no recibieron nada de el?
Recién concebirá que las personas no nacen violentas, sino que la desigualdad no les da alternativa. En ese peligroso lugar reprochará a la sociedad que enardecida grita “que se maten entre ellos”, porque la comodidad de su hogar les dio la facilidad de elegir que quieren ser en la vida.
Dormirá con temor cada noche, se levantará no solo con la ansiedad de recuperar la libertad, sino con el deseo de vivir otro día, de salir de la cárcel con una boleta de libertad y no con una partida de defunción.
Ahí verá como esa sociedad, que excluyó a personas desde niños, los toma en cuenta solo para encerrarlos y cuando están dentro, los vuelve a excluir. Ahí, paradójicamente el crimen organizado les brinda protección, la oportunidad de sobrevivir.
Seguirán gritando: “que se maten entre ellos”.
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