
En su arribismo, en su afán desmedido de poder y en la relación umbilical que mantienen con la mentira. Vargas, presidente de la Conaie, se declaró en Guatemala segundo mandatario del país. Pero el dislate de Vargas revela algo más que el fondo de su personalidad. Muestra la visión que los dirigentes de la Conaie y sus corifeos tienen del movimiento indígena y la institucionalidad pública.
Para ellos, la Conaie es un poder alternativo al poder del Estado; otro Estado o un Estado dentro del Estado. Por eso, han sostenido reiteradamente que la legislación ecuatoriana no se aplica a ellos y que tienen derecho al autogobierno. Recurriendo a la mentira que le es connatural, Vargas ha pretendido sorprender a la prensa extranjera afirmando que, al presidente del movimiento indígena de Ecuador, “allá (o sea, en Ecuador), le decimos el segundo mandatario del país”.
Una mentira, una convicción y un deseo, que, parcialmente, ha logrado cumplir en Ecuador y que se ha visto frustrado en el extranjero; donde se lo ve como lo que realmente es y donde, a partir de esta constatación, no se le permite violar la ley ni hacer lo que le da la gana. Ahí no puede, como ha hecho en Ecuador, “soliviantar los ánimos de (la) gente” y ufanarse de ello, sin que las autoridades lo pongan en su sitio.
A Vargas, la embriaguez de poder que experimentó en el pasado octubre no se la ha quitado todavía. Se considera una persona especial, distinta de “cualquier ciudadano ecuatoriano o migrante”. Como entonces fue capaz de violar la ley sin ninguna consecuencia, asume que está por encima de los demás ecuatorianos.
Si la Conaie, como sucedió en octubre de 2019, impuso por la violencia su punto de vista al Gobierno y a todo el país, su dirigente máximo no puede ser sino —debe pensar Vargas— una autoridad. “Yo soy presidente del movimiento indígena del Ecuador”, dijo, “somos autoridad”. Y como tal esperaba ser tratado.
A Vargas, la embriaguez de poder que experimentó en el pasado octubre no se la ha quitado todavía. Se considera una persona especial, distinta de “cualquier ciudadano ecuatoriano o migrante”. Como entonces fue capaz de violar la ley sin ninguna consecuencia, asume que está por encima de los demás ecuatorianos, pero, sobre todo, de los migrantes que, para él, son la última rueda del coche.
¿La condición migratoria y económica de una persona la hace menos importante que otra? Parece, por sus declaraciones, que esto es exactamente lo que piensa Vargas. No se distingue, pues, de esos militantes anticapitalistas y antimercado que no tienen reparos en cambiar de auto cada año, ir de compras a Miami y usar ropa de marca, fabricada por algún trabajador explotado de la China o Bangladesh.
¿Dónde queda el pueblo? ¿Dónde los más pobres? ¿Dónde los del tractorcito a los que aludía su correligionario Iza? En un lugar, se entiende, donde no se encuentran las autoridades ni las personas especiales como Vargas.
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