
Es el opositor más feroz que tiene el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos. No pierde ocasión para criticar al Gobierno de Bogotá, dentro y fuera del país. Eso a pesar de que Santos fue su ministro, su protegido, y el hombre a quien auspició para llegar al poder. Es Álvaro Uribe Vélez, ex presidente y actual senador de Colombia, quien capitanea el combate a las políticas de su antiguo ministro de Defensa.
Acaba, de hecho, de dejar al gobierno de su país en la vía en un foro internacional, lo que provocado críticas de la todavía libre prensa de Bogotá. "El expresidente Álvaro Uribe definitivamente es el jefe de la oposición y el más efectivo en esta actividad de que se tenga memoria. Pero sin duda en esta ocasión se equivocó", dice Semana de Colombia, revista para la cual la reprimenda del opositor Uribe a su antiguo protegido pasa por alto que "una cosa es desprestigiar al gobierno y otra desprestigiar al país".
Y no es para menos: Uribe aspiraba a tutelar el gobierno de su ex ministro, a seguir en el poder desde fuera, a que Santos continuara las políticas que había impuesto el antioqueño. Cuando el actual presidente del país vecino se distanció de sus soluciones, por ejemplo, al problema del conflicto con las FARC, y llegó a decir que era "de idiotas no cambiar de opinión", Uribe se pasó rápidamente a la oposición, en donde actualmente se encuentra. La paradoja está en que, en cierta época, el partido de los uribistas, el partido de la U, tenía en Santos a su militante más convencido.
Así lo recuerda el respetado columnista colombiano Antonio Caballero: "Tal vez el impulso original para la deificación de Uribe que estamos padeciendo le corresponda a Juan Manuel Santos, inventor del partido más lagarto de la historia de Colombia, tan pródiga en lagartadas. Ese que bautizó con la inicial del apellido de su jefe de entonces, Álvaro Uribe: el Partido de la U". Pero luego, el actual presidente cambió de opinión de manera radical, recuerda también Caballero: "En eso, hay que reconocerlo, Santos fue un pionero. Nadie más uribista que él, hasta que dejó de serlo: idiota es el que no cambia de opinión, explicó en su momento".
Los recientes roces entre el presidente Lenín Moreno y el ex presidente Rafael Correa parecen reeditar la pugna colombiana. El ex presidente ha denunciado amargamente en redes sociales que hay la clara intención del nuevo Gobierno de "distanciarse" del correísmo clásico. Ha criticado de frente algunas de las medidas de su sucesor. Y ahora, para sorpresa de muchos, ministras tan incondicionales de Correa como la canciller María Fernanda Espinosa se han atrevido a mostrar su desacuerdo con algunas de las opiniones del ex presidente, en lo que parece la clara evidencia que el Gabinete de Moreno aspira a pensar con cabeza propia.
Moreno se acaba de reunir con la cúpula de las Fuerzas Armadas y la Policía, para asegurarles que no va a contar con la copia criolla del Servicio Secreto norteamericano que dejó el correísmo para su seguridad. Ya invitó también al Palacio de Gobierno a periodistas vetados por Correa, como Diego Oquendo, y, lo que es más relevante, parece haber tenido un rol clave en la aparatosa caída del contralor Carlos Pólit, reemplazado por Pablo Celi, un hombre cercano al nuevo círculo de asesores presidenciales, que, muy seguro de ese apoyo, no tuvo empacho en romperles los papeles en la cara a los abogados que fueron a destituirlo.
¿Estamos asistiendo a un espectáculo similar a la bronca Uribe-Santos? ¿Es creíble un escenario en el que Rafael Correa pase a dirigir la oposición, con miras a fortalecer la nunca desmentida posibilidad de volverse a candidatizar en el 2021? ¿Pasará el ex presidente, cuyo carácter, práctica política, valores y hasta palabras son tan parecidos a los de Uribe, a convertirse en la sombra de su antiguo protegido no solamente en las redes sociales, sino en intervenciones públicas dentro y fuera del país?
Las respuestas a estas preguntas pueden verse en el entorno de Moreno, en donde hay algunos personajes que, en su momento, fueron defenestrados de la gracia presidencial en tiempos de Correa, y, que, se dice en los mentideros capitalinos, serían los operadores de la maniobra que busca darle a Moreno no solo una clara autonomía de la figura del ex presidente, sino, ante todo, una agenda propia que podría chocar con la ortodoxia correísta más intransigente.
Pero ni Uribe ni Correa, cuya forma de ejercer el poder fue tan similar, están de ánimos para dejar que personajes a los que creen haber dejado el Estado como herencia tengan agenda propia. Y las consecuencias de ello serán, en el corto plazo, una escalada de los roces entre Moreno y Correa que podrían desbordarse, tal como ocurre en Colombia entre Santos y su impredecible antecesor.
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