
Que no me digan que no se deben buscar culpables a la ligera luego de la tragedia ocurrida en el estadio La Corregidora, de la ciudad de Querétaro, en México.
Porque todo hecho tiene sus antecedentes, tiene sus causas, tiene sus orígenes. El hincha del fútbol no se vuelve loco de repente y decide matar a los hinchas rivales. El aficionado no se vuelve fanático de un día para el otro. Nadie está dispuesto a morir por un equipo de fútbol, a menos que día a día se le vaya lavando el cerebro con un lenguaje guerrerista, belicista, de odio al diferente, de ensañamiento en contra del que siente o del que piensa diferente.
Que nadie me diga que luego del brutal desate de violencia en las gradas mientras transcurría el partido entre los equipos Querétaro y Atlas (actual campeón del fútbol mexicano) algo se esconde en el resultado final: el día en que ocurrieron los sucesos el balance era de, por lo menos, 17 muertos y centenares de heridos.
Aquella espantosa cifra asustó no solo a cualquier persona que repudia la violencia, sino, sobre todo, a las autoridades políticas, policiales y dirigenciales.
De inmediato, apenas se conoció lo que aconteció en esa cancha y en esos graderíos que se tiñeron de sangre de inocentes padres de familia, esposas, hijos, amigos y familiares de las víctimas, la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), anunció que las sanciones a los responsables serían las más drásticas de la historia, entre ellas, la más dura, la cancelación a México como sede del Mundial 2026.
¿Se da cuenta el lector cuántas poderosas empresas de comunicación y cuántos omnipotentes auspiciantes habrán sufrido el impacto de esa noticia?
En un proyecto donde, además de desviar la atención del mundo sobre un país cooptado por el narcotráfico de bandas transnacionales y podrido por la corrupción del poder político (incluido el actual gobierno “progresista” de Andrés Manuel López Obrador), mucha gente y muchas empresas privadas y públicas perderían miles de millones de dólares, quizás ya invertidos, por la suspensión al país anfitrión.
¿Serán esos miles de millones que se iban a diluir los que provocaron que, al día siguiente (domingo 6), en un acto de magia mediática, “desaparecieran los muertos” y se informara que hubo heridos, muchos heridos, pero ningún fallecido?
La FIFA se echó para atrás, los organismos de seguridad privados y públicos salvaron la poca reputación que les quedaba, los grandes medios de comunicación recuperaron la sonrisa y los dirigentes de la Federación Mexicana de Fútbol volvieron a respirar.
La FIFA se echó para atrás, los organismos de seguridad privados y públicos salvaron la poca reputación que les quedaba, los grandes medios de comunicación recuperaron la sonrisa y los dirigentes de la Federación Mexicana de Fútbol volvieron a respirar.
Al final, las sanciones fueron tibias si consideramos la gravedad de los hechos. Y las sanciones solamente quedaron a puertas cerradas, nada con la FIFA, nada con las organizaciones antiviolencia, nada con las entidades que defienden los derechos humanos y nada con los organismos que luchan contra la violencia en el fútbol.
“Los Gallos Blancos” del Querétaro serán desafiliados de la liga mexicana “por los actos de violencia de sus hinchas”, sus jugadores quedarían libres (entre ellos, el ecuatoriano Fidel Martínez), no se llamó la atención a la Policía por su indiferencia con los graves enfrentamientos, se ordenó que las acciones del club se vendan o regresen a los anteriores propietarios y se dispuso otras sanciones menores.
¿Y los muertos? La prensa deportiva mexicana también miró para otro lado y dejó de hablar de víctimas letales, mientras que el gobernador del estado de Querétaro reculaba de sus primeras declaraciones y negaba lo que él mismo había dicho el día anterior respecto de que sí había al menos unos veinte fallecidos.
Pepe Martínez, un hincha decepcionado, anunciaba en su cuenta de Twitter que “no pasará nada: quizás Querétaro jugará unos partidos a puerta cerrada, pero ni se va a cancelar la liga ni se van a prohibir las barras ni se le vetará a México de participar en el Mundial de Qatar que se jugará este año”.
La reflexión de Martínez hay que leerla con atención: “No pasará nada porque vivimos en un sistema capitalista donde el dinero está por encima de todo, incluso de la vida. Lo único que les dolería a los dirigentes y al gobierno es que la gente ya no vaya al estadio ni compre sus playeras (camisetas), pero eso tampoco va a pasar porque el fanatismo está por encima de la empatía. Esto es lo que realmente somos”.
Otro tuitero preocupado, Antonio MV, afirmó en su cuenta que él perdió a su hermano, que lo estaba buscando en hospitales y no aparecía, que vio algunos cuerpos en la morgue, que preguntó si eran víctimas de la tragedia en el estadio y que observó que había muertos con tatuajes del Atlas, es decir, del equipo cuyos hinchas fueron brutalmente atacados.
Según Antonio, “se negaron a entregarme el cadáver de mi hermano, aunque yo lo reconocí, con el argumento de que era domingo y no había quién hiciera la autopsia. Luego se me acercaron dos licenciados, el uno dijo ser representante de la gobernación y el otro de Jalisco y me ofrecieron 20 mil pesos más los gastos funerarios a condición de que niegue la existencia de mi hermano. Tengo mucho miedo por la seguridad”.
Pero hay cosas que no se las puede esconder debajo de la alfombra. Todos vimos las imágenes donde hubo golpes con tubos de acero, varillas de hierro, navajas, pedazos de vallas. Hubo humillaciones sexuales, gente herida que no podía reaccionar y a la cual la desnudaron para seguir burlándose de ella. Las autoridades reportaron en ese momento muertos y heridos de suma gravedad. ¿El poder político y futbolístico calló con dinero o con amenazas a los deudos? ¿Dónde se escondieron los cadáveres?
“Se puede matar, pero no decir que hay muertos porque se quedan sin Mundial”, ironizó Memo Gasca en medio de la indignación por el silencio.
Dos días después, el lunes 7, ningún medio de comunicación especializado en deportes ni tampoco ningún otro especializado en noticias policiales informaron de los muertos en el estadio.
Si uno mira las portadas de los diarios y los canales de televisión mexicanos, en realidad fue fantasía, imaginación, visiones apocalípticas, miedo e hipocondría de quienes afirmaron que hubo gente que falleció por la brutalidad de las agresiones.
México, uno de los países más violentos del mundo, logró una vez más cubrir su imagen internacional para proteger los grandes intereses y los enormes capitales que se dan vuelta alrededor del fútbol profesional.
El mismo lunes, en uno de los muros que rodean al estadio, alguien había escrito: “En Michoacán hay muertos pero no hay cuerpos. En Querétaro hay cuerpos pero no hay muertos”.
La gente puede ser ingenua, pero no tonta. Y, como dice el viejo refrán, se puede engañar una vez a alguien, pero no se puede engañar siempre a todo el mundo. La indignación por el ocultamiento y la distorsión de los hechos por parte de las autoridades y los medios llegó a tal nivel que el tuitero Luis Battista escribió que “hay que apuntar los nombres de los periodistas que no quieren la desafiliación porque están comprados, cero credibilidad a partir de ahora, cobardes, cambian de opinión según el dinero que les den. Hoy me da vergüenza el fútbol mexicano”.
La muerte en México es cotidiana, en especial por las luchas entre las mafias del narcotráfico. El sicariato campea por todo el país. Ningún ciudadano de a pie logra entender la dimensión de este fenómeno porque la gran prensa prefiere callar.
Como dice el periodista Alexis Guyot, “quitar una vida en México significa tan poco porque la impunidad es cotidiana. En México se mata porque los delincuentes viven sin consecuencias, por fuera de la justicia y la acción gubernamental. Vivimos en un estado de derecho que, en realidad, no existe”.
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