
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
Nadie está respondiendo por el vandalismo que Ecuador, sus ciudades y sus ciudadanos sufrimos desde el jueves 3 de octubre, cuando los transportistas iniciaron su paro para inmovilizar al 80 por ciento de ecuatorianos que no dispone de vehículo propio. Tampoco hay quien responda por los ataques a edificios de organismos del estado como los del Congreso Nacional y de la Contraloría General. Menos aún por las acciones de bandolerismo de quienes saquearon, destruyeron y atacaron a los trabajadores de empresas productoras de lácteos y de papel en Cotopaxi, así como a fincas florícolas y productoras de brócoli en Cotopaxi; o de quienes asaltaron a contenedores de un supermercado que trasladaban mercancía y alimentos a sus locales, en procura de proveer a los ecuatorianos de aquellos productos que escasean ya en los mercados de las ciudades.
Desde otro costado, no hay autoridad que se responsabilice por las golpizas que propinaron algunos uniformados a varios de los manifestantes; o por los desmanes que hemos advertido y que la fuerza pública no ha podido enfrentar como se espera de una policía profesional, que restablezca el orden pero que no reaccione de forma brutal o desmedida.
Y aunque todos hemos mirado videos, ciertos y reales sobre esas atrocidades, nadie encuentra a sus responsables. Sus rostros están visibles, pero… ¿quiénes serán? Tampoco parece que autoridad alguna conozca quiénes son los actores que abiertamente convocan a la destrucción del orden constitucional, y que tomen las medidas legales y constitucionales para enfrentar esta incitación a la anarquía. Varias de estas expresiones han sido acciones de terrorismo que han tenido como efecto mantener a los ciudadanos recluidos en sus espacios privados y hasta a silenciar sus voces en las redes sociales: no vaya a ser que alguno de sus contactos se enoje.
Yo no fui, dicen muchos. Yo no fui, fue teté, dicen otros. ¿Quiénes son los que están desencadenando el caos y queriendo arrebatarnos la paz social?
Yo me animo a proponer una responsable, una culpable: la cultura que nos heredó el correismo y que se mantiene viva y pujante, a pesar de que el ex presidente Correa esté ausente y algunos de sus compadres se encuentren prófugos, escondidos o encarcelados. Una cultura que permeó en casi todos los sectores de la sociedad, debilitó el lazo social, el sentido de comunidad y de solidaridad que nos animaba a los ecuatorianos y que ahora parece que están perdidos, o al menos debilitados.
Yo me animo a proponer una responsable, una culpable: la cultura que nos heredó el correismo y que se mantiene viva y pujante, a pesar de que el ex presidente Correa esté ausente y algunos de sus compadres se encuentren prófugos, escondidos o encarcelados.
Una cultura que se caracterizó por 10 años de difusión de un discurso de odio, de resentimiento y de polarización. De designar como enemigo a quien no concordaba absolutamente con nuestras posiciones, porque cada quien se sentía dueño de la verdad. Una cultura que abominó de la deliberación y de la discusión en todo espacio público y que para ello conformó piquetes de asalariados para atacar la disidencia y acallar en el espacio de lo virtual a quien discrepara.
Una cultura que se aprovechó de la frustración social de diferentes conglomerados de compatriotas para abonar y cultivar en ellos resentimientos y desconfianza, seguramente en muchos casos justificados.
Una cultura que desencadenó con sus efectos corrosivos la partición de los movimientos sociales. Dividió a las organizaciones de los pueblos indios, a las de los trabajadores, por citar las más fragmentadas, con el único objetivo de debilitarlas y deslegitimarlas como en esos momentos está acaeciendo.
Aquel mensaje de odio se alimentó con la coexistencia de los dobles y triples discursos y el distanciamiento de las palabras con las prácticas. Como si solo importara la retórica y fueran irrelevantes las acciones de respeto y de comprensión hacia el otro, hacia el diferente. Estos son elementos generados desde la constitución correista, repleta de principios garantistas y plagada de prácticas represoras y de desconocimiento de todos los derechos humanos y de su plena vigencia. El triunfo pírrico de lo po-li-ti-ca-men-te co-rrec-to.
Frente a esto ¿qué nos corresponde a los ciudadanos? Podemos mantenernos en la indiferencia, en el silencio o en la inacción. O hacernos cargo de nuestro pequeñísimo espacio de responsabilidad y asumirlo. Con esto ya habremos hecho bastante. Somos 17 millones los ecuatorianos. ¿Cuántos asumiremos nuestra responsabilidad?
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