
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Pésimo arranque para la nueva administración municipal de Quito. Que el Concejo haya negado la conformación de una comisión que fiscalice la construcción y operación del Metro, la obra más costosa y emblemática de la historia de la ciudad, significa que se priorizó la politiquería antes que la transparencia.
Solo cabe una explicación para esta malhadada decisión: el cálculo. En efecto, la fiscalización del Metro podría implicar una alteración del cronograma propuesto para su funcionamiento. Si se llegaran a detectar irregularidades en la contratación de cualquiera de sus servicios, existe la posibilidad de suspender el arranque del servicio hasta realizar una investigación.
Pero el alcalde Muñoz sabe que si no pone a rodar los vagones hasta fin de año tendrá que ir al Monte de Piedad a empeñar su futuro político. Es más, hasta enfrentaría el riesgo de tener que hacer maletas antes de hora. Con el drama de la movilidad en la capital de la República, ahora agravado por el derrumbe de la vía a Cumbayá, todo resbalón es caída.
Con el Metro de Quito ocurre lo que a nivel nacional ocurre con las políticas de Estado y las de gobierno. Siempre tienden a confundirse.
Lo que debería responder a una visión estratégica, termina atravesado por las urgencias y necesidades de las administraciones de turno, que retacean los planes de largo plazo para responder a la coyuntura.
Por eso, justamente, el Ecuador no cuenta con políticas de Estado en salud, educación o seguridad social.
Hace medio siglo se empezó a hablar de un Metro para Quito. Se suponía que la iniciativa debía responder a las condiciones sociales, geográficas, demográficas, laborales, productivas, etc. de la ciudad, y no a los objetivos políticos de tal o cual alcaldía. La obra tenía que ser concebida como una necesidad de la población. Un alcalde puede priorizar la construcción de veredas en el sur de la ciudad antes que en el norte, pero no puede aplicar la misma lógica con una obra fundamental para la movilidad general.
No obstante, sucedió precisamente lo peor. Desde un inicio se vio al Metro como una lotería política. Cada alcalde soñaba con inaugurarla, en un fatuo intento por pasar a la Historia con honores y reconocimientos. Por eso mismo, ningún alcalde se ha preocupado por levantar la alfombra para ver cuánta basura está escondida debajo. La foto es más importante que la honestidad municipal.
El mayor problema es que la obra estuvo contaminada desde un inicio. Que la empresa Odebrecht, la madre de todas las corruptelas, esté detrás de su financiamiento ya era un aviso para encender las alarmas. Pero al actual cabildo esa monstruosa evidencia parece tenerle sin cuidado. Que Quito llegue a convertirse en un dechado de corrupción es intrascendente. Pobre ciudad.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]




NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



