
Ex jefe del Comando Conjunto de las FF.AA., héroe del Cenepa, exalcalde de Quito, exlegislador. Catedrático universitario y de institutos miltares. Autor de varios libros.
El canciller encargado del Gobierno de Alianza País, ha calificado a la clase media quiteña como: “… peligrosamente violenta”, que pide a gritos que su revolución se convierta en “… un proceso violento”. Ha declarado, además, que: “… hay cierta quiteñidad que no alcanza a entender cierto códigos que solo los guayaquileños entendemos” (¿?).
Ya antes, la asambleísta gobiernista Gina Godoy, en declaraciones lamentables sobre las marchas contra el gobierno había asegurado: “Tuve la oportunidad de estar en la (Avenida de los) Shyris… Sentí odio en jóvenes bajo los efectos de alcohol, bajo efectos del consumo de sustancias”.
No son las primeras autoridades incapaces de comprender e interpretar correctamente el espíritu rebelde de los quiteños. No de una clase específica, sino del conjunto de la sociedad. Por otra parte, no alcanzan a entender que, cuando se refieren peyorativamente al pueblo capitalino, incluyen a todos los ecuatorianos, porque esta ciudad cosmopolita acoge a habitantes procedentes de toda la geografía nacional.
Debemos reconocer que los quiteños somos rebeldes. El Presidente Molina, que vino a reemplazar a Ruiz de Castilla, en épocas de la Revolución Quiteña, lo reflejó con exactitud, en un informe al Rey: “La experiencia tiene acreditada que las ideas características de la Provincia de Quito son, desde su cuna, propensas a la revolución e independencia. Este es el espíritu que ha animado a los padres, ésta la leche que ha alimentado a sus hijos…”.
La experiencia histórica a la que se refiere Molina destaca, entre otros hechos, la Revolución de las Alcabalas desarrollada entre julio de 1592 y abril de 1593; la rebelión contra el estanco de aguardiente y el impuesto a la aduana de mayo de 1765; la conspiración de los hermanos Espejo, descrita por el promotor Fiscal Eclesiástico de la época en estos términos : “Los designios que confidencialmente descubrió, tenían él (Juan Pablo)y su difunto hermano Eugenio Espejo Médico de Profesión, eran sublevarse contra el Vasallaje debido a V.M. en estos dominios; establecer en ellos un gobierno popular, o democrático… Iban sugiriendo sordamente ambos hermanos tan perniciosas ideas con el depravado fin de ganar cómplices para una conspiración cuyo objeto era el trastorno del estado y la ruina de la Religión”.
Se refiere, además, a la frustrada conspiración de diciembre de 1808, para deponer a las autoridades españolas y formar un gobierno criollo, llevada a cabo por “antiguos amigos y discípulos de Eugenio Espejo, y la Revolución del 10 de Agosto, cuando la Junta Soberna depuso al conde Ruiz de Castilla, apresó a las autoridades españolas, constituyó un gobierno enteramente criollo, creó La Falange de Quito y nombró magistrados para impartir justicia.
Entonces, como ahora, se anatemizó el carácter de los quiteños. El Virrey del Perú denunció “… este inaudito desorden… prueba de su espíritu revolucionario, que merece ser castigado para precaver las malas consecuencias que pudiera atraer tan pésimo ejemplo en estos remotos Dominios”.
El gobernador de Guayaquil, trató a los quiteños como “… pueblo revoltoso (que), olvidando los deberes más sagrados, depuso a las autoridades más legítimas… Pueblo traidor y detestable que ha puesto el negro borrón de la insurgencia en aquel pequeño punto de la amable, fértil y envidiable América…”.
La rebeldía del pueblo quiteño le costó la vida de 32 de sus líderes y de más de 300 ciudadanos, muchos de ellos estudiantes universitarios, el 2 de agosto de 1810. Chile, en homenaje a su lucha libertaria, enalteció a Quito con el título de “Luz de América”, que honra a nuestra Capital desde entonces y para siempre.
El propio Bolívar se refirió al tema diciendo: “En los muros sangrientos de Quito fue donde España, la primera, despedazó los derechos de la naturaleza y de las naciones. Desde aquel momento de 1810 las muertes de Quiroga, Salinas y tantos otros, nos armaron con la espada de las represalias para vengar aquellas sobre todos los españoles”.
También Humboldt relató en Europa lo sucedido diciendo: “Ya han perecido en Quito, víctimas de su consagración a la Patria, los más ilustres ciudadanos...”.
Pero el pueblo rebelde de Quito no cejó en su lucha. El 31 de diciembre de 1811 declaró nuevamente su independencia de España, y el 15 de febrero del año siguiente aprobó una Constitución Política denominada “Pacto Solemne de Sociedad y Unión de las Provincias que forman el Estado de Quito.”
La Revolución del 9 de Octubre de 1820, abrió, por fin, la oportunidad de que los quiteños alcancen su libertad, el 24 de Mayo de 1822, en la célebre ‘batalla de las Naciones’, denominada así por haber participado en ella combatientes europeos y de casi todos los países sudamericanos.
Esa historia no se puede olvidar y ese espíritu de libertad debe ser entendido y respetado. Por estas razones, cuando el día de ayer hemos recordado estas hermosas páginas de dolor y gloria del pueblo quiteño, y cuando una parte importante de los ecuatorianos manifiestan su inconformidad en las carreteras y las calles, corresponde pedir a las autoridades gubernamentales prudencia en sus expresiones e inteligencia en sus decisiones. ¡Aprendan, señores, las lecciones de la historia!
Escrito por Paco Moncayo, ex alcalde de Quito, general (r) del Ejército Ecuatoriano
Leído en Radio Centro, 11 de agosto 2015
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