
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
El populismo se instaló en el Municipio de Quito, y será muy difícil erradicarlo. Una ciudad enorme y excluyente, plagada de desigualdades y diferencias, ya no encuentra en la vieja institucionalidad un referente ni una identidad. El sueño de los sectores medios de la capital, que en cierta medida encarnaban ese ambiguo e indefinido concepto de la quiteñidad, ha llegado a su fin. La interminable diversidad de imaginarios ciudadanos que coexisten en Quito están más propensos a identificarse con propuestas demagógicas y coyunturales que con un proyecto estratégico de ciudad. El fenómeno Yunda tenía que llegar… tarde o temprano.
La crisis es por demás obvia. Si se realizara una encuesta entre los habitantes de la ciudad respecto de los principales hechos históricos o símbolos culturales y arquitectónicos que la definen, los resultados serían sorprendentes. El desconocimiento es abrumador. Es más, un alto porcentaje de personas que han nacido o que viven en Quito jamás han pisado la Plaza Grande. ¿Cómo construir un imaginario común en esas condiciones?
Pero no solamente es esta diversidad la que se manifiesta en el conflicto al interior del cabildo. La disputa a dentelladas por el manejo de los recursos refleja la intención de consolidar nuevos grupos de poder económico que se contrapongan a los grupos tradicionales. El problema es que hacer negocios al margen del interés colectivo únicamente ahondará la crisis. Y no hay visos de que se busque un nuevo pacto social que permita al menos administrar coherentemente el Municipio.
La disputa a dentelladas por el manejo de los recursos refleja la intención de consolidar nuevos grupos de poder económico que se contrapongan a los grupos tradicionales.
En esta disputa, que apena y avergüenza, hay sectores que ni siquiera se dan cuenta para quién trabajan. Por ejemplo, los correístas obtusos. Basta revisar la historia del Municipio de Guayaquil para constatar el desenlace de un manejo informal y mafioso de la ciudad. Una década de caos abrió las puertas para que un líder autoritario, un representante nato de la oligarquía, impusiera un modelo absolutamente elitista por más de tres décadas. Al final, el pueblo guayaquileño terminó priorizando el orden por encima de la igualdad o la justicia social. A partir de 1992, los socialcristianos han ganado todas las elecciones con amplia mayoría.
La tesis de que los populismos han servido de puente para que la derecha empresarial pueda atravesar las turbulentas aguas de la revuelta social adquiere mayor relevancia a la luz de los hechos. Y Quito puede no ser la excepción.
En estas condiciones, la solución jurídica a la contienda por la alcaldía de Quito solo prolongará la agonía de una institución que ya no tiene viabilidad. Mientras el organismo encargado de administrar la ciudad no se adecue a la nueva realidad social, el populismo continuará expandiéndose, porque por ahora no existe un referente político que pueda canalizar las demandas populares a partir de un proyecto coherente, democrático e incluyente de ciudad. O de ciudades. Y porque las élites continúan añorando una estructura hacendataria que pervivió hasta finales del siglo pasado.
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