
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
El Ecuador post segunda vuelta electoral muestra un rostro complejo. Con oscuridades e incertezas pero también esperanzas. Un Ecuador muy distinto del de hace diez o cinco años. Los datos comiciales muestran que al menos un 50 por ciento de electores optó por intangibles, como la vigencia de la democracia, y sus valores concomitantes: libertad, transparencia, juridicidad. Siquiera el 60 por ciento del electorado buscó un cambio en la primera vuelta. Terminar con el continuismo y oxigenar el clima político. 10 años son suficientes para enrarecer el ambiente.
En la segunda ronda, sin mediar regalillos, ni promesas de la casita y del bono y con todo el aparato estatal en contra (el estado candidato, como alguien lo denominó), los votantes prefirieron al candidato de la oposición al correismo, al menos en el 50 por ciento de casos. Esos ciudadanos adhirieron a su propuesta a pesar de no coincidir en muchos aspectos con los principios de CREO ni de SUMA. Estaban conscientes de que favorecerlo les permitiría una transición a la democracia y les acercaría a la recuperación de aquellos principios que fueron ignorados, secuestrados y vapuleados durante una década. Demostraron capacidad de discernimiento al privilegiar un bien mayor, que los cobijara a todos, a pesar de las particularidades que existen y les distinguen.
Las decisiones ciudadanas permitieron que el “peor candidato”, según alguna vez lo afirmó el jefe de estado saliente, al que con más facilidad podría ganarle, obtuviera un mayor números de votos en 13 provincias y en dos circunscripciones del exterior, que la dupla auspiciada por el régimen. El binomio de CREO-SUMA creció entre la primera y la segunda vuelta en el 20,77 por ciento, y el del estado en el 11,78 por ciento. Y logró que seis de cada 10 ecuatorianos que apoyaron a otro candidato en la primera vuelta se decidieran por Lasso y Páez, según informó el programa Políticamente Correcto.
Esta es una realidad esperanzadora. Indica una maduración democrática del electorado, un ejercicio ciudadano más extendido y arraigado. Evidencia la existencia de un votante crítico y enterado a quien no se le puede agregar con propaganda sino con argumentos, razones, deliberación, debate. Es una ciudadanía a la que difícilmente se la engaña. Claro que valora los hechos de la sobrevivencia, como el tener acceso al trabajo, pero también espera superar esos aspectos que el correismo cultivó con esmero durante diez años: el insulto, la descalificación, la exclusión, la manipulación, la discrecionalidad, la arbitrariedad, el abuso, el irrespeto al estado de derecho. Todo esto magnificado y aupado por el ejercicio permanente de la propaganda, y encandilado por la construcción positiva de la imagen del caudillo y del show permanente.
El perfil del elector a favor de Creo es el de un ciudadano urbano con mejor y mayor acceso a la información. Un votante probablemente con altos índices de educación. Un ciudadano autónomo, capaz de generar opinión. No un militante que obedece órdenes y se uniforma en su incondicionalidad. Peor un títere. Muchos votantes por el oficialismo son ecuatorianos que contemplaron con esperanzas las ofertas de campaña, pero que cuando no les cumplan se frustrarán y desconfiarán: dejarán de creerles a los promotores del baratillo y les retirarán su adhesión. Solo es cuestión de tiempo.
Sí, de tiempo. Su transcurrir ha ido corroborando la tendencia del movimiento AP hacia el desafecto, acentuada desde 2013 cuando el oficialismo ganó en una sola vuelta y su votación fue generosa. Conforme la información del CNE, aquel 2013 alcanzó el 57,17 por ciento, es decir 4’918.482 votos de un total de 9’467.062 sufragios, en un universo de 11.675.441 votantes. El segundo lugar, y a distancia, fue para Guillermo Lasso, de CREO, quien obtuvo el 22,68 por ciento de las papeletas: 1.951.102 votos. Este 2017, con resultados preliminares, el binomio del gobierno consigue, hasta cuando escribo esta nota, el 51,15 por ciento y 5.060.424 votos. La candidatura de CREO-SUMA, el 48,85 por ciento, es decir 4.833.828 votos. El universo de electores fue de 12.816.698 y el número de quienes sufragaron fue de 10.637.996.
De modo que hay esperanzas. Ojalá en el futuro inmediato. Las hay, pues por lo menos la mitad del electorado reclama por una vivencia efectiva de la democracia, la clásica, la que inicia con la separación de funciones y preserva el imperio de la ley y el destierro del abuso y del autoritarismo, sin olvidar la búsqueda de la justicia social y de la equidad pero no a costa de las libertades. La que apuesta por el liderazgo y no por el caudillismo; por el pluralismo y no por el partido único. La que preconiza la alternabilidad y no la reelección indefinida: la monarquía. La que prefiere una democracia imperfecta y no una dictadura perfecta o el totalitarismo. En contraste, el panorama se torna sombrío frente a las acciones del ejecutivo saliente y a las que ya desvela su candidato que actúa como presidente electo cuando aún no ha sido proclamado.
De tal calibre es el desafío del país, y propiciar mejores derroteros nos compete a todos quienes nos sentimos ciudadanos y no vasallos.
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