Rafael Lasso es un personaje inspirado en la imposible política ecuatoriana. Su segundo nombre es Álvaro.
Nuestro personaje se dice liberal, pero cree que el liberalismo es bueno solo cuando involucra a la economía, no cuando alude al pensamiento, los derechos y las políticas públicas. Nuestro personaje conserva las formas.
Para mostrarse casual y descomplicado, de cuando en vez organiza un Facebook Live para tomar cerveza en vaso pilsner. Ya qué, ¡chulla vida! De la leche y su valor no se habla, pues se trata de una bebida de moderación.
Hace pocos días, nuestro personaje envió una nueva carta a los corintios. Es la epístola 21. En suma, dice a la comunidad que el aborto es un crimen impune. Un punto a su favor: desde que en 2009 inició su ‘startup’ presidencial, la cual va actualmente por su tercera edición, su pensamiento es el mismo.
Rafael Lasso no se traiciona a sí mismo. No como ese grupo de boy scouts, gustavinos y demás jóvenes entusiastas que quisieron ser los reformadores de la izquierda y terminaron arrastrados hacia un cartel de delincuencia estatal organizada.
Nuestro personaje no se traiciona a sí mismo. Por ende, tampoco deberán sentirse traicionados quienes hoy creen que solo él tiene las mejores condiciones para poner fin a 14 años de correísmo.
Las gónadas al poder
El personaje en cuestión habla de aborto como crimen impune y no entiende qué es una emergencia obstétrica. En su carta a los corintios cuela, además, un tufo a criminalización. Quienes abortan, dice, lo hacen porque en el Facebook –esa plataforma que usa para catar chelas y electores–, se vende pastillitas para abortar... Y ya.
Llevada la discusión a este punto, ya qué chuchas ignorar o tratar de entender las causas de aborto entre las mujeres en Ecuador, principalmente niñas y adolescentes. Es preferible tolerar la tortícolis de mirar hacia otro lado que encarar esta crueldad: que 2.000 niñas menores de 14 años queden embarazadas cada año, todas por abuso sexual.
Es perverso mirar una cuestión de Estado desde las gónadas o las predeterminaciones morales de quien legisle o busque la primera magistratura. De esta perversión ya tuvimos 14 años. Y no hay que ser exhibicionistas: gónadas y moral son ámbitos de fuero íntimo, no fundamentación de política pública.
Por allí le dijeron a nuestro personaje que cómo va a decir estas cosas en una coyuntura electoral como la actual. Que hablar del aborto como crimen impune es minar votos cuando el 55% del padrón está integrado por mujeres y el 60% por las generaciones más jóvenes, aquellas que, en teoría, imprimen un contexto más progresista, liberal y humanista al país.
Al final de cuentas, no es a nuestro personaje a quien las farmacias le niegan la compra de un condón. Tampoco nuestro personaje es acosado por redes globales, tipo Heartbeat, que ofrecen aborto seguro solo como fachada y actúan como ejércitos de desinformación para que las adolescentes continúen con un embarazo no deseado.
El personaje en cuestión habla de aborto como crimen impune y no entiende qué es una emergencia obstétrica. En su carta a los corintios cuela, además, un tufo a criminalización. Quienes abortan, dice, lo hacen porque en el Facebook –esa plataforma que usa para catar chelas y electores–, se vende pastillitas para abortar... Y ya.
Los derechos no se reducen a un plebiscito
No cabe reducir un tema crucial a lógicas plebiscitarias. Si no, el próximo presidente, por ejemplo, tendría que destinar el Decreto 001 a autorizar el porte y uso de armas, porque eso supuestamente quiere la gente. Hay, además, cifras más impugnadoras. Entre 2018 y lo que va de 2020, 41 mujeres entre los 10 y los 19 años murieron en diversas semanas de embarazo. En el grupo entre 20 y 24 años murieron 67. Y en estos casi tres años la justicia ha recibido 14.000 denuncias por abuso sexual, un número que de lejos representa apenas un subregistro.
Luego, desde que en 2014 entró en vigencia el Código Orgánico Integral Penal (COIP), cerca de 400 mujeres han sido procesadas judicialmente por abortar. Y de hecho, Ecuador es ese país infame en que un médico de hospital público te denuncia y, aún sangrando a consecuencia de un aborto, te manda a la cárcel de Latacunga, el centro penitenciario donde están narcos, capos de bandas y un exvicepresidente.
Rafael Lasso, en la carta 21 a los corintios, también se confiesa. Le gusta el COIP correísta, lo cita con fruición: que el 420 por aquí, el 421 por allá. Y lo hace porque quiere médicos delatores, como la sociedad delatora en la cual soñó su tocayo Rafael. Como aquel médico de hospital público que, aún sangrando, te mandó a la cárcel de Latacunga.
Rafael Lasso, desde su ‘startup’presidencial, se mira como la antítesis de Rafael Vicente. Al final de la homilía proselitista, se parecen mucho. En el ámbito de los derechos sexuales y reproductivos, los dos son populistas y quieren gobernar los úteros porque eso ‘significa la paz del país y el sentir de la mayoría de los ecuatorianos’.
Los contrapesos internos
Ojalá nuestros dos rafaeles no se parezcan también en quienes los rodean. Nobleza obliga a decir que Rafael Lasso se ha hecho acompañar de algunos jóvenes altamente formados en el plano de la norma y los derechos, y se espera que se conviertan en un necesario contrapeso que le haga entender a nuestro personaje que sus credos respetables son eso: suyos. No del Estado. Rafael Vicente, en cambio, tuvo una corte de ‘sumisos forever’, contorsionistas intelectuales, llaveritos y demás tragasables.
Por eso, mal haría nuestro Rafael Lasso, imposible personaje de la inverosímil política criolla, en convertirse en el heredero de la contrarrevolución sexual instalada por Rafael Vicente. Pues una mente liberal no manda a decir a los corintios que la salud se objeta o se veta. En Corinto y en Ecuador, #LaSaludNoSeVeta
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