
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
La propuesta la difundió Vicente Arroba Ditto en un programa radial, en perfecta sintonía con el secular imaginario de las élites porteñas que, hasta donde suponemos, ha permeado a gran parte de la sociedad guayaquileña. No de otro modo se explica que Jaime Nebot le haya tomado la posta al conocido radiodifusor socialcristiano. Con toda seguridad, la idea ha sido meticulosamente sondeada entre los principales sectores sociales, grupos empresariales y fuerzas políticas de la ciudad.
Lo único nuevo de esta iniciativa es que se presenta con la mayor solemnidad posible. No se trata de los típicos exabruptos de Juan José Illingworth, ni de los arrebatos anti-centralistas de los políticos locales al calor de las disputas electorales. El mensaje, esta vez, tiene todos los ingredientes para pasar de la intención a la posibilidad.
La iniciativa arrastra una larga cola, y ha tenido algunos momentos culminantes. Por ejemplo, cuando el entonces alcalde de Guayaquil, León Febres Cordero, confesó en una entrevista televisiva que, una vez instalado en Carondelet el fugaz triunvirato que resultó de la caída de Jamil Mahuad, había pensado seriamente en declarar la secesión de Guayaquil.
No se requiere de mayor suspicacia para desentrañar la idea central de esta postura: Febres Cordero no rechazaba la enésima ruptura del orden constitucional, sino la presencia de un indígena (Antonio Vargas) en el Palacio de Gobierno. En este punto, la coincidencia con los exhortos secesionistas de ahora es por demás obvia: las élites guayaquileñas no se van a hacer cargo del conflicto indígena.
Como descarnadamente lo presentó Arroba Ditto, ese es un problema que les concierne a serranos y amazónicos. Incluso afirmó que esas dos regiones podrían quedarse con todo el petróleo, porque Guayaquil no lo necesita.
Como descarnadamente lo presentó Arroba Ditto, ese es un problema que les concierne a serranos y amazónicos. Incluso afirmó que esas dos regiones podrían quedarse con todo el petróleo, porque Guayaquil no lo necesita.
Al igual que la cuestión indígena, la fractura regional es un problema irresuelto de nuestra historia. Las inconformidades con la centralidad de Estado son una constante. En Cuenca también existen grupos de poder que desde hace tiempo están reflexionando sobre el federalismo. Pero no lo hacen desde una perspectiva democrática, sino desde la simple reproducción regional del mismo esquema de poder excluyente. En otras palabras, sin indios.
No es una casualidad que el debate se haya reactivado a partir del paro de octubre de 2019, ni que hoy entre en ebullición con la declaración del abogado Nebot. El diálogo del gobierno con la CONAIE implica el reconocimiento no solo de un actor político antes invisibilizado y hoy protagónico, sino de una agenda estructural frente al Estado. No se trata de parches, sino de cambios de fondo; entre otros aspectos, de una redistribución estratégica del presupuesto nacional.
Ya en las elecciones de febrero de 2021 se encendieron las alarmas. La respuesta de las élites, cobijadas por el pacto entre Lasso, Nebot y Correa, se plasmó en la exclusión de Yaku Pérez de la segunda vuelta electoral. Esta argucia, como era de esperarse, se agotó rápidamente. Ahora se van por la estrategia extrema y desesperada del federalismo.
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