
No se sabe de dónde vinieron. Lo cierto es que en la parte superior del muro de adobe, que conecta transversalmente el edificio contiguo con el nuestro, ciertas semillas encontraron un lugar cálido y propicio para la vida y ahí se instalaron y germinaron. Ahora, esas semillas son un árbol de capulí de unos cinco metros de altura. El único árbol de Quito nacido y crecido sobre una pared, en pleno Centro Histórico.
Para el próximo enero esperamos la tercera. Por lo pronto, entre una miríada de frutos verdes, se observan unas esferas rojinegras pulidas y apetitosas: las primicias del capulí: pasto de los pájaros.
Al ver ese árbol joven y feraz levantándose alto sobre la tierra; ese árbol medio torcido, y francamente absurdo, que desafía las normas de la agricultura y el buen sentido, el vecino del departamento dos le ha cogido odio.
En la reunión del condominio ha advertido a los condóminos que las raíces del árbol están penetrando en el muro medianero y del grave peligro que esto representa para la casa y nuestra seguridad —el derrumbe del muro, el hundimiento del edificio— y ha hablado de la necesidad de eliminar el peligro secando el árbol —supongo que con el uso de alguna sustancia química, algún tóxico semejante a los que se utilizan para matar ratas— o cortándolo. Matarlo lenta o expeditivamente o, dicho de otro modo, someterlo al hacha o al veneno: alternativas para neutralizar la voluntad de vida demasiado frecuentes en la historia humana.
en la parte superior del muro de adobe, que conecta transversalmente el edificio contiguo con el nuestro, ciertas semillas encontraron un lugar cálido y propicio para la vida y ahí se instalaron y germinaron. Ahora, esas semillas son un árbol de capulí de unos cinco metros de altura
Yo, desde que lo vi erguirse en su muro como un San Simeón Estilita del orden vegetal, le tomé cariño. Y lo he ido acompañando paso a paso en su desarrollo. Pero ahora soy presidente del condominio y estoy obligado a hacerme cargo de la acusación que en su contra ha realizado su enemigo. Es, literalmente, un asunto de vida o muerte cuya solución, luego de las averiguaciones que he hecho con el guardia del edificio de al lado, se inclina más hacia la segunda alternativa que hacia la primera.
El árbol, más temprano que tarde, será derribado de la pared: su casa, su observatorio, su santuario, y los pájaros deberán buscarse otra cosa que comer, gusanos o arroz frío en lugar de capulíes.
¿Qué puede un árbol frente a un parqueadero? ¿Qué puede un capulí medio torcido y desubicado frente a la necesidad de guardar unas latas rodantes? Porque eso, un parqueadero, es lo que los dueños del antiguo Dispensario Centro del IEES van a construir en la zona en la que habita el árbol. Yo por lo menos no tendré que tomar ninguna decisión que comprometa su existencia; los constructores del parqueadero se ocuparán del trabajo sucio.
Mientras tanto, pongo toda mi esperanza en la burocracia. Los burócratas, lo sé por experiencia, tardan años en hacer algo para lo que no se requiere más de una semana. Ojalá en este caso actúen como de costumbre. Confiando, pues, en las tradiciones burocráticas, con los ojos cerrados y el mentón levantado hacia los cielos, exclamo: ¡Larga vida al árbol! ¡Larga vida al capulí aéreo de la Manabí y Benalcázar!
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