
Como cualquier dictador, Rafael Correa hizo lo posible para apropiarse de todo aquello que podría servir para que la sociedad no ejerza su libertad crítica. Fueron abolidos los espacios para el análisis y la crítica al poder. Es decir, puso bajo un régimen de pan y agua a la libertad de expresión.
Con demoníaco cinismo, despedazaba los periódicos y calificaba de inmundicia a todos los medios no rendidos a sus pies. Trató como cosa inmunda al pensamiento libre que no coincidía ni con su sabiduría y menos aun con su moral de la mentira y la violencia.
No solo que siempre hablaba la verdad, sino que él mismo se proclamaba como la personificación de la verdad. La sumatoria total de sus ancestrales engaños, por arte de su propia magia, se había convertido en el paradigma de lo cierto. Todos mentían, menos él, el jefe supremo de la verdad.
En la antigüedad, los dioses se encarnaban en sus profetas. Entonces ellos ya no hablaban a su nombre, sino a nombre del dios que los poseía. Así se sentía Correa.
Nada más perverso que apropiarse de la verdad. Cómo rasgaba iracundo los periódicos. Con qué vocabulario se refería a los periodistas, a las emisoras de radio y de televisión que lo criticaban. Cómo su cohorte le aplaudía y, como en tiempo de los Césares, gritaban: Rafael, el grande, el incomparable. E iracundos, pedían la muerte de sus enemigos. Algunos de estos desaparecieron para siempre.
Con demoníaco cinismo, Correa despedazaba los periódicos y calificaba de inmundicia a todos los medios no rendidos a sus pies. Trató como cosa inmunda al pensamiento libre que no coincidía ni con su sabiduría y menos aun con su moral de la mentira y la violencia.
Y más periódicos, rasgados y más y más canales de radio y televisión vilipendiados y periodistas ridiculizados y perseguidos. Correa era dueño de una máquina perversa para denigrar a la libertad de expresión y a quienes no se unieron de rodillas a sus aduladores.
Sus actuales fieles servidores de la Asamblea no dudaron en darle la razón. Los esclavos no pueden hacer otra cosa. A los lacayos les corresponde la obediencia servil pues forman parte sustantiva de la alabanza zalamera.
Las actitudes de Moreno y de parte de los asambleístas han sido equívocas. Se ha hecho muy poco para volver a colocar a la comunicación en el campo de los derechos humanos que no pueden ser conculcados por ningún poder.
Han tenido que pasar más de tres años para que aparezca una nueva ley. ¡Qué legisladores y qué Ejecutivo posee el país! Estremece reconocer que Moreno ha gobernado con la Ley de Comunicación de Correa, y el país se ha callado.
Lo peor de todo es que el Legislativo y Ejecutivo se creen inocentes. Aunque hay que reconocer que todos ellos posiblemente tienen las manos limpias porque no tienen manos.
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