
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
El enfoque médico con el que muchos quieren explicar la Covid-19 tiene un sesgo completamente arbitrario, por no decir malintencionado: busca ocultar, o por lo menos disimular, las características políticas y sociales de la pandemia. Mejor dicho, de todas las pandemias que han azotado a la humanidad. Como si se trataran del impacto súbito e inevitable de un meteorito sobre el planeta.
Obviar la responsabilidad humana sobre la aparición y el desarrollo de la pandemia pretende vacunarnos contra nuestras obligaciones a propósito de sus efectos actuales y futuros. Más precisamente, pretende vacunar a los responsables de las grandes decisiones a nivel mundial.
Al margen de cualquier versión conspiracionista, es indudable que la crisis sanitaria global que hoy padecemos responde a un modelo de vida insostenible. La lógica de la producción y el consumo infinitos conducen al rompimiento de aquellos equilibrios que son indispensables para una reproducción armónica de la vida. Algo similar a lo que ocurrió con las guerras e invasiones del pasado.
Aunque todavía no conocemos con precisión el itinerario de la pandemia, tenemos argumentos de sobra para sospechar que gran parte de la información ha sido y es manejada con mucho cálculo y reserva. Hay intereses y disputas geopolíticas en juego.
El genocidio de los pueblos originarios de América a causa de la gripe y la viruela no fueron una casualidad, como tampoco lo fueron las innumerables pestes que devastaron Europa y Asia siglos atrás. Detrás de esos eventos estuvo siempre la acción política de determinados grupos humanos. No se trató del intercambio cultural o comercial entre poblaciones; fue la acción violenta de la conquista y el dominio la que derivó en la aparición y proliferación de patologías inmanejables. Fueron actos del poder.
Aunque todavía no conocemos con precisión el itinerario de la pandemia, tenemos argumentos de sobra para sospechar que gran parte de la información ha sido y es manejada con mucho cálculo y reserva. Hay intereses y disputas geopolíticas en juego. La propia producción de las vacunas ha generado una competencia política inmisericorde con la angustia general.
Sin embargo, el discurso general sigue apuntando a una respuesta prioritariamente sanitaria. El llamado a la responsabilidad colectiva respecto de la bioseguridad omite mencionar que los impactos de la pandemia tienen diferencias abismales entre países y entre grupos sociales. El coronavirus nos golpea a todos por igual, rezan las declaraciones oficiales. Y ponen como ejemplo los casos de contagio y muerte en poblaciones adineradas y en países ricos. No señalan que no es lo mismo enfermarse en una ciudad europea o en Samborondón que en el Guasmo, ni que la tasa de mortalidad es infinitamente mayor en poblaciones vulnerables que en poblaciones protegidas, inclusive en los países más desarrollados.
Pues sí. Como en las telenovelas mexicanas, los ricos también tosen, lo cual sirve de consuelo para continuar defendiendo las desigualdades históricas y estructurales que marcan unas diferencias sanitarias imposibles de subsanar con millones de vacunas. Y como la pandemia no parece remitir, los costos seguirán siendo tan injustos como hasta ahora. De esto nadie quiere hablar.
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