
Si no es posible identificar nuestro carácter con el de los grupos sometidos, tampoco lo es negar su parentesco. En ambas situaciones el individuo y el grupo luchan, simultánea y contradictoriamente, por ocultarse y revelarse simultáneamente.
El laberinto de la soledad. Octavio Paz
Roma, la última película del mexicano Alfonso Cuarón, es una pieza monumental del séptimo arte, abre uno de los universos más extraños y contradictorios: el de las sociedades mestizas e indígenas, sociedades que cohabitan en una interminable contradicción.
Con su film, Alfonso Cuarón nos transporta al México D.F de inicios de los setenta; trabaja minuciosamente detalles espaciales para identificarnos con cientos de postales que avanzan narrándonos, desde la mirada de una empleada doméstica, la vida de una familia de clase media que vive en la colonia Roma, un barrio residencial de la capital mexicana.
Cuarón va tejiendo desde el vértigo de la lentitud y los primeros planos en blanco y negro una historia intimista que nunca deja de ser histórica porque es atravesada por momentos emblemáticos como el terremoto de 1970 o el “Halconazo”: la matanza de 120 estudintes por parte de un grupo paramilitar entrenado por la CIA en junio de 1971.
Yalitza Aparicio personifica a Cleo, una indígena que trabaja como sirvienta para una familia de clase media acomodada. Cleo capta la esencia misteriosa y mágica del indígena, más que una empleada doméstica, es la mujer que logra mantener a la familia incólume después de la separación de Sofía y Antonio, sus patrones. Y es el referente máximo de los cuatro hijos de este matrimonio que termina desintegrándose.
Los cuatro hijos de la familia mestiza son criados por Cleo, quien desde su ternura crea lazos poderosos con los pequeños, sus cánticos en mixteco sirven para hacerlos dormir y para despertarlos, reflejan la serenidad y paciencia de la madre protectora, una madre que no castiga sino contempla y dialoga desde una sapiencia ancestral.
Cleo, desde su lealtad extrema a su patrona, Sofía (Marina de Tavira), es un personaje sólido cuya mirada seduce por su inocencia, nos atrae porque su existencia va de lo doméstico a lo épico. Ella es una verdadera guardiana y guerrera de los hijos de Sofía. Días después de perder a su bebé se levanta de las ruinas y logra rescatar a la pequeña Sofy quien se ahogaba en las turbulentas aguas del mar. Cleo no sabía nadar pero su valentía la impulsa a enfrentarse contra una fuerza natural que podía ser devastadora.
Ecuador se parece a México. Aquí también la modernidad quiere negar nuestra otredad, porque el mundo indígena posee una cosmovisión totalmente diferente a la del mundo capitalista y eso nos molesta. Nadie quiere sentirse ni verse indio. Pero lo real es que lo mágico y extraño del universo indígena pervive en nosotros.
Es tiempo de reconocernos y sentirnos orgullosos de nuestras raíces indias, “desblanquizarnos”, dejar de jugar a europeos exiliados. Las culturas amerindias con su respeto hacia la naturaleza han superado siempre a los delirantes cazadores de oro venidos desde el viejo mundo. Cleo es una metáfora para volvernos a encantar con el indio que llevamos dentro, un ser misterioso y noble que prefiere lo épico a lo práctico.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]



NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



