
Cuando el otro día me encontré con Juan Fernando Moscoso, director y guionista de la película Quito 2023, le tuve que confesar con pena que aún no había podido verla. Y eso nos permitió conversar sobre el gran reto que fue para él y su equipo hacer una película con un presupuesto igual al que se usa en un spot de publicidad, y del esfuerzo de aprender en la marcha y a punta de errores sobre un oficio para el cual no tenía preparación académica, pero sí una innegable pasión.
Advertencia: no sé nada de cine. No me fío de la opinión de los críticos, pues finalmente lo que hacen es compartir su opinión personal de lo que es artístico o técnico, como lo haría cualquier otro. Como espectadora, quiero que el cine me cuente muchas historias y me presente distintos formatos y propuestas.
No siempre quiero ver películas profundas que me remuevan la conciencia, como tampoco estoy siempre de humor para ver a Vin Diesel destrozar todo a su paso. En la diversidad está el gusto.
Por eso me sorprendió leer un par de críticas negativa a Quito 2023, donde la compararan con películas independientes de otros países sosteniendo que en éstas, historias similares sí habrían sido “bien contadas”, y argumentado que “Quito” era “un fracaso” por no hacerlo.
Como dije, no he visto la película, pero me parece absurdo comparar, bajo cualquier parámetro, la creación de un individuo con la de otro. ¿Por qué tendrían los realizadores de Quito 2023 que presentar una historia con los parámetros de algún cineasta extranjero, o contarla de cualquier manera distinta a la que ellos mismos la quieran contar? Que la película no haya complacido el gusto de algunos es algo respetable, pero eso no la hace un fracaso generalizado.
Ese tipo de críticas son el reflejo de una sociedad en la cual todo lo que no sigue una fórmula preestablecida, es malo. Nos esforzamos en encontrar cualquier defecto a toda manifestación de creatividad nueva; pero si llegamos a ver algo bueno en éstas nos aseguramos de que su autor no reciba el crédito que se merece. Preferimos exponer públicamente los errores del innovador de manera aplastante, en lugar de darle retroalimentación positiva y así contribuir a que mejore. Somos mezquinos a la hora de ayudarnos entre amigos y colegas, pero rápidos en el momento de utilizar el talento de otros para catapultar nuestros intereses.
Las generaciones anteriores ven a quienes vienen delante como competencia a su trabajo y no como una posible continuación del mismo. Le restan valor a su esfuerzo, y equiparan sus errores con faltas de talento o de inteligencia, ignorando que éstos son parte fundamental del camino a ser excelente. Esa intolerancia al proceso de aprendizaje es la mejor forma de asegurarse que nadie sea mejor que uno, pero tiene como precio la conformación de una sociedad mediocre que se aferra a lo que le es cómodo. Una sociedad que nunca evolucionará, por matar la individualidad de quienes la integran.
Posiblemente Quito 2023 no sea un peliculón y tiene sentido, porque poquísimos son los cineastas que logran un trabajo impecable en el primer intento. Pero hay que dar crédito a sus realizadores por presentarnos una propuesta que rompe estereotipos, y por ellos mismos romperlos al incursionar en un medio al cual no pertenecían. Por haberse atrevido a presentarnos un producto fuera de lo convencional, y por haber superado el miedo que todos tenemos a la hora de empezar la construcción de una idea diferente. Esto, creo yo, aporta mucho más al desarrollo de nuestro cine y de nuestra sociedad que cualquier guión o dirección fotográfica. El resto siempre será perfectible con práctica y acumulación de experiencia.
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