PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.
El debate sobre el éxito (¿?) de la guerra de Nayib Bukele contra las pandillas delincuenciales en El Salvador, remite a conceptos fundamentales de la ciencia política. Bajo un régimen de excepción se han producido 66.200 detenciones lo que ha dado como resultado un descenso de la cifra de homicidios en ese país. Gustavo Petro, presidente de Colombia, ha tachado esa cifra de “falso positivo”. Según Petro su costo es una “destrucción democrática”.
En México, una nota del New York Times, da cuenta de un incidente en el que miembros de las Fuerzas Armadas de ese país dispararon a un vehículo particular que conducía a pasajeros desarmados. Ello “ha profundizado las preocupaciones sobre la creciente presencia de las Fuerzas Armadas que han sido puestas a cargo de la seguridad nacional”. Los críticos, dice la nota, “afirman que los militares les han hecho frente a las violentas organizaciones criminales, pero en el proceso han puesto a los habitantes en riesgo de convertirse en víctimas de tácticas agresivas”.
Estamos, pues, en presencia de un proceso que amenaza la existencia de un estado de derecho. A diferencia de lo que postulaba Hobbes en el siglo XVII el estado de derecho estaría perdiendo la batalla frente al estado de naturaleza. Para este eminente filósofo británico se podían establecer dos etapas: una situación de barbarie y de guerra de todos contra todos y un estado creado y sostenido por el derecho un estado con bastante poder para iniciar y reformar su estructura.
En América latina se extiende una ola de institucionalización del estado de naturaleza. Los gobiernos están apostando a la violencia ejercida por el estado contra la violencia de grupos irregulares que se han colocado fuera de la ley.
La ley, en este caso, es la del más fuerte. Volviendo a Hobbes, la soberanía estatal no es obra de razón sino de voluntad política. Y hoy son esta voluntad y la acción las que prevalecen sobre los preceptos morales y normativos.
El miedo que se apodera de la sociedad legitima el nacimiento de regímenes que se valen de estados de excepción para erradicar la violencia con medios violentos. Hobbes quería la paz a toda costa: “siente una ferviente pasión por el orden, y cualquier manifestación de fuerza que sea necesario para mantenerlo, le parece justa”.
En el pasado, el foco de atención de las ciencias sociales era la marginalidad. En el Ecuador se hablaba de dos mundos superpuestos. Grupos considerables del sector popular vivían separados de la sociedad global. La apuesta, entonces, era valerse del poder del estado para superarla, a través de la modernización. En la práctica, no fue el mundo moderno el que venció al mundo de los excluidos, sino que éste terminó optando por otras formas de existencia al margen de la ley, desafiando la imposición de aquel.
Ahora se terminó la coexistencia pacífica. Estamos siendo arrastrados a una guerra civil que está rebasando las fronteras del estado nación. La política está siendo desplazada por la violencia. En estas circunstancias no cuentan las razones sino los resultados. Estamos aplicando los métodos de las ciencias naturales a las facultades y pasiones del alma. Así va descartándose el valor de la opinión. Se están creando condiciones para que emerjan dictaduras como la de Luis XIV en Francia, “el Estado soy yo”, que suscitó el interés de Hobbes en los últimos años de su vida.
Fernando Savater analiza cómo van cambiando los estilos de mando que se han ensayado en la sociedad. Entre los más primitivos figuran esos padres de la colectividad que debían ser “hábiles cazadores, feroces guerreros, brujos poderosos, grandes constructores de edificios y obras públicas, capaces de derrotar a los enemigos, prevenir las inundaciones y sequías, zanjar las disensiones entre facciones opuestas o entre intereses individuales”.
La guerra por la seguridad clama por líderes que demuestren ser los más feroces, que no retrocedan ante los riesgos y que salven la paz a cualquier costo. Mientras, las colectividades así protegidas prosiguen en su mundo de consumo que tampoco está libre de las asechanzas de prácticas fraudulentas que colocan al mercado a merced de latrocinios.
El comercio, señala Savater, fue el primer sustituto de la guerra. Pero la modernidad nació de guerras comerciales y hoy, en el siglo XXI, unas de las fuentes de la inseguridad son el narcotráfico, la droga y su consumo, la trata de personas. Podría afirmarse que la violencia ha cobrado otro cariz: se ha naturalizado. La delincuencia se ha socializado. Hay una suerte de legitimación social de la violencia y de la corrupción. Ello, a su vez, legitima la imposición de estados de excepción que para acabar con el estado de naturaleza reducen los límites al estado de derecho.
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