
No es una metáfora sino un clamor de urgencia imperativa. Las condiciones ambientales y climáticas se tornan cada vez más complejas y alarmantes. En ciertas zonas, casi ya no llueve mientras en otras las lluvias inundan ocasionando dolor y muerte. Los ritmos climáticos de la tierra se han modificado, incluso severamente. Y ello trae consigo alteraciones en la agricultura, la industria, las economías sociales y también en los modos de vida de naciones y de pueblos.
Por cierto, cada día vivimos mejor. Las ciencias y las tecnologías nos permiten enfrentar de mejor manera tanto las catástrofes naturales como las enfermedades. Pestes como el Covid, hace solo cien años habrían diezmado la población mundial. En nuestro tiempo, la epidemia ha sido relativamente benigna y, en un segundo momento, sus principales víctimas fueron quienes se opusieron a la vacunación.
Pero hay algo de lo que no somos suficientemente conscientes y que, sin embargo, es ciertamente más grave que el Covid cuanto más para ello no existe vacuna alguna. Pese a su evidencia, ni siquiera somos del todo conscientes de que algo grave le acontece al ecosistema, es decir, al conjunto de condiciones que permiten que la naturaleza funcione y actúe de forma ordenada y benigna para que se mantenga generosamente buena con nosotros.
Para los países de cuatro estaciones, las condiciones estaban casi matemáticamente estatuidas. Se sabía, de antemano y por una suerte de herencia milenaria, lo que es el invierno y el verano, el otoño y la primavera y cuándo llegaría cada estación. Y el mundo funcionaba con ese ritmo cósmico de manera casi perfecta.
También hay que reconocer que no siempre la Tierra funcionó como un reloj suizo. Muchas veces, por razones cósmicas, se produjeron insoportables veranos e inviernos catastróficos. Incluso un gran invierno, convertido luego en material mitológico: el diluvio universal devenido en castigo divino: Dios que se vengaba de los humanos que, habiéndose descarriado, ya no le obedecían ni lo veneraban.
hemos talado los bosques sin remordimiento alguno. Hemos contaminado las fuentes de agua cuando no las hemos desecado. No cesamos de producir infinitas toneladas de desperdicios plásticos sabiendo que esos materiales necesitan muchas décadas para finalmente desintegrarse: en el ínterin, la Tierra se ha empobrecido.
Nuestro crimen consiste en no respetar las normas de la convivencia social: hemos talado los bosques sin remordimiento alguno. Hemos contaminado las fuentes de agua cuando no las hemos desecado. No cesamos de producir infinitas toneladas de desperdicios plásticos sabiendo que esos materiales necesitan muchas décadas para finalmente desintegrarse: en el ínterin, la Tierra se ha empobrecido.
Crecimos y nos multiplicamos, quizás sin medida ni control. Y cuando la ciencia y la cultura dijeron que era urgente e indispensable utilizar métodos para controlar el crecimiento poblacional que no sean el de la guerra y la enfermedad, los poderes religiosos pusieron el grito en el cielo: Dios no quería eso, sino el fin del mundo.
Pese a todo su valor, parecería que lo que hemos hecho es todavía poco pasa salvar a la Tierra y, en última insania, para salvarnos a nosotros mismos. Por ejemplo, el control sobre la deforestación en el país es casi nulo porque de por medio están los intereses de los grandes capitales nacionales y extranjeros. Nuestra selva amazónica debería entrar en terapia intensiva.
Las ciudades crecen a ritmos insospechados. Y al mismo tiempo nos especializamos en malgastar el agua. Como si nada, los responsables dejan pasar días, semanas y hasta meses en arreglar un desperfecto en las tuberías permitiendo que esta se desperdicie sin que les remuerda en la conciencia.
En verdad, parecería que muy pocas autoridades municipales carecen de conciencia social. Sin embargo, en otros barrios, el agua brilla por su ausencia.
Es urgente que todos los medios de comunicación pública aborden el tema de manera permanente. Y que profesores y maestras hablen del tema todos los días en la educación básica y en el bachillerato.
Urge crear en las nuevas generaciones una actitud que se convierta en estilo de vida: cuidar el agua es salvarnos a nosotros mismos.
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